Verano libre
Harkaitz Cano trepa a los árboles siguiendo a Italo Calvino
Para leer este artículo habría que encaramarse a un árbol, literal o figuradamente. O quizás habría que hacerlo para leer el libro —lo habrá averiguado el lector— que menciona Harkaitz Cano (Donostia-San Sebastián, 1975): El barón rampante, de Italo CalvinoEl barón rampante. Es el título que le habría gustado escribir de no haberlo hecho antes, en 1957, el novelista italiano, uno más en la lista de esta sección, que pregunta a autores y autoras qué libro querrían haber firmado. Cano se acuerda del primogénito del barón Arminio Piovasco di Rondò, de Ombrosa, Italia, que un famoso 15 de junio de 1767, a los 12 años, da un vuelco a su vida. "La historia de Cosimo, un niño rebelde que trepa a un árbol y decide no bajar más siempre me ha parecido imbatible", dice el autor de novelas clave de la última literatura vasca, como Twist, Premio Euskadi de Literatura en 2012.
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Porque esa decisión no es solo el giro definitivo en una historia que, como otras de Calvino, navegan entre lo real y lo fantástico. "Calvino consigue que una hipótesis descabellada como la de vivir en los árboles apartado de lo convencional parezca de lo más razonable", apunta Harkaitz Cano. Razonable, desde luego, llega a parecer que Cosimo, harto de la crueldad de sus padres y de la vida de viejo hidalgo que le aguarda, quiera alejarse lo más posible del suelo, es decir, de lo real, a lo sensato. "Es un alegato precioso de la libertad y un libro muy disfrutón, de los que crea adeptos". Él se sumó al grupo siendo bastante joven, no tan lejos de la adolescencia del protagonista —teniendo en cuenta que la acción se desarrolla en el siglo XVIII hay que pensar que Cosimo es algo más mayor que los 12 años de nuestros estándares actuales—, y precisamente en verano, un verano en que el autor decidió entregarse a Calvino y acabó asombrado ante su "vitalismo". "Nunca antes vi tan claro", dice sobre El barón rampante, "que una novela puede ser divertida y a la vez profunda y emocionante".
Esta novela es, en realidad, el segundo volumen de la trilogía Nuestros antepasados, que Calvino había iniciado con El vizconde demediado y cerraría con El caballero inexistente. La saga es anterior a otros títulos muy celebrados del italiano, como Las ciudades invisibles (1972) o Si una noche de invierno un viajero (1979). Y si recordamos esto es porque el poso que Harkaitz Cano querría que le hubiera dejado El barón rampante no tiene que ver solo con ese título. "Calvino escribió libros muy distintos, es el vivo ejemplo de autor que no recorre dos veces la misma senda. Siempre pienso en él cuando siento que me repito", apunta. Quizás en su bibliografía el escritor vasco no salte —aún— de la fantasía medieval a la ciencia (meta)ficción, pero él danza ya entre la no-biografía de La voz del Faquir (2019), basada en la vida del cantautor Imanol Larzabal, la autoficción de El puente desafinado (2003), la poesía y la narrativa. No son pocas sendas. Y se anota otra lección: no olvidar el "espíritu juguetón" de El barón rampante, "que deja claro al lector lo bien que se lo pasó mientras escribía esas páginas". Algo que deberían tener presente, dice, todos los escritores.