El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Cuando la sanidad pública no existe
El otro día, un niño o niña de la clase de uno de mis hijos dio positivo. Aula clausurada, chiquillos para su casa y aislamiento. Ahora mismo los casos alrededor de toda la gente a nuestro lado se multiplican, pero la posibilidad de que un hijo tuyo esté contagiado hace que te salten todas las alarmas porque ahí dan igual las precauciones que hayas tomado fuera de casa: si tu criatura lo tiene, es muy probable que estés infectado.
Así que, después de organizar toda la logística para el aislamiento y de avisar en el trabajo que no iba a ir ese día por precaución, me aventuré a recorrer farmacias. En tres no había test de antígenos y en una, sí. Mandé la localización al chat de padres y madres (todo el mundo estaba loco por encontrar y nadie conseguía), en esa cuarta botica compré dos para cada uno de los miembros de la familia (uno para ese día, otro para 48 horas después) y nos pusimos a buscar un laboratorio que le hiciera una PCR al niño. 120 euros. Los test me costaron a 8,5 euros cada uno, cuando dos semanas antes había comprado uno por seis.
Después decidimos que, para mayor seguridad, le haríamos otra PCR al crío antes de terminar su aislamiento, porque, aunque no ha tenido síntomas ni teníamos noticias de que otros compañeros de su clase hubieran dado positivo, nos quedábamos más tranquilos así. En total, que un crío que comparte aula con el mío se haya contagiado nos costó unos 300 euros.
La táctica Ayuso es destruirlo todo, hacer que no funcione, que dejemos de creer en lo público y que se lo pague quien pueda. Y lo están consiguiendo y no sé si lo vamos a poder parar o siquiera revertir.
No sé si esto lo debería cubrir la Sanidad Pública, no sé si en otras comunidades que no sean Madrid tenían la posibilidad de conseguir desde lo público parte de esta infraestructura para mi salud y mi tranquilidad, pero yo tenía claro que en mi comunidad autónoma no lo iba a lograr. Tanto es así, y esto es lo gravísimo de esta historia, que ni siquiera lo pensé. Ni me planteé poder acudir a la Atención Primaria porque sé que sería una pérdida de tiempo, energía y salud mental. Tuve claro que, como me lo puedo pagar, debía gastarme una pasta en esto porque de otra forma no podría lograrlo.
Y aquí está lo perverso: mi razonamiento lógico fue que para qué pago impuestos, al menos los que deberían ir a Sanidad. Evidentemente, como soy una persona ideologizada y casi militante de lo público, seguiré contribuyendo de mil amores a pagar lo de todos, entre otras cosas porque la única forma de patriotismo que me vale es aportar al Estado lo que te corresponde. Pero evidentemente la táctica en Madrid es destruirlo todo, hacer que no funcione, que dejemos de creer en lo público y que se lo pague quien pueda. El sálvese quien tenga, que dijo Adriana Lastra. Y lo están consiguiendo y no sé si lo vamos a poder parar o siquiera revertir. Ya sabemos, además, que Díaz Ayuso culpará a los sanitarios a los que maltrata del mal funcionamiento, inventando lo que sea, como ya ha hecho en el desastre que estamos viviendo en esta sexta ola o cuando denunció sabotajes internos en el Zendal.
Pero lo más grave de esto, al menos para mí, es que abrió una grietita temporal, visceral casi, en mi profunda devoción por lo público. Y yo, que tengo, me salvaré. Pero mucha gente no. Si ha sido capaz de provocar ese ramalazo egoísta en mí, qué no conseguirá con gente que no esté tan ideologizada como yo.
Es una batalla bestial y peligrosa en la que tienen aliados muy poderosos. Hay que darla con todas las fuerzas porque nos va la vida en ello. Si no la tuya, si eres de los que se lo pueden pagar, sí la de los que te rodean.
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