El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Son sólo niños
Antes de irse a dormir pidió una almohada. Quería tener algo a lo que abrazarse, “como si fuera un osito de peluche”. No es un bebé, ni una niña… o realmente sí. Esa chica tiene 15 años y acaba de ser rescatada del mismísimo infierno. Su cuerpo ha sido maltratado, violado, la han drogado y han hecho que se enganchara a la cocaína; la han tenido 3 días encerrada en un piso, sin comer, tirada en una habitación por la que iban pasando un hombre tras otro para violarla, a cambio de unos pocos euros y de un poco más de droga. Sí, ese cuerpo no es el de una niña, es el de una adolescente a la que han destrozado por dentro y por fuera, pero es evidente que, dentro de ese cuerpo, sigue viviendo una niña pequeña. Una niña que necesita abrazarse a algo cada noche para no pasar miedo. Una niña a la que la vida le ha enseñado lo peor del ser humano. Y sólo tiene 15 años.
Tardará tiempo en agarrar fuerte esa mano tendida que ahora los agentes le ofrecen, con todo el cuidado del mundo, ganándose milímetro a milímetro su confianza
Ella es una de las menores rescatadas de la red de prostitución que la policía ha desarticulado en Madrid. Esa niña estaba en un centro de menores, tutelada por la Comunidad. Cada una tiene su historia, cada una ha vivido una travesía difícil de contar, difícil de digerir. Los agentes les pidieron que escribieran su historia, en una carta. Pensaron que así quizás les iba a resultar más fácil explicar qué pasó, por qué habían llegado hasta allí, cómo su vida se torció de ese modo hasta acabar hecha un ovillo enredado de maldad y de odio.
Y ella lo hizo. Contó que su vida, desde siempre, había sido un desastre: su padre enganchado a la heroína, su madre al cannabis. Su letra, infantil, de trazo gordo, redondeando las vocales, apretando las palabras en cada línea, es la de una niña de 8 ó 9 años. Su vida seguramente fue ahí cuando dejó de llamarse vida y pasó a ser un infierno. Sus padres, drogodependientes, dejaron de atenderla, el padre la violó y luego la vendió a la red a cambio de dos bolsas de droga. Dos míseras bolsas para colocarse durante, ¿cuánto tiempo?, ¿una semana?, ¿menos? Y a partir de ahí… la oscuridad.
A esa niña le fallaron todos. Sus padres primero, los que la recogieron después y el propio sistema. Meterla en ese centro de menores no la protegió, al contrario, la puso a las puertas de otro infierno peor. A esa niña será difícil, muy difícil, ayudarle a confiar en alguien; tardará tiempo en agarrar fuerte esa mano tendida que ahora los agentes le ofrecen, con todo el cuidado del mundo, ganándose milímetro a milímetro su confianza.
El caso de estas menores ha destapado el horror y la ineficacia de este tipo de centros. No hay control, quienes trabajan ahí hacen lo que pueden, muchas veces mucho más de lo que deben. Guardias de noche en la habitación de un hospital para cuidar de esas niñas, alertando de lo que estaba pasando a quienes podían hacer algo, llamadas de socorro que se perdieron en medio de la burocracia absurda e inútil que muchas veces lo atrofia todo. Centros masificados que, en vez de servir para reinsertarlos y protegerlos, se convierten en meros albergues a los que poder ir a dormir. Sitios en los que se van apilando vidas de niñas desamparadas, vulnerables, completamente expuestas…Y nada más.
Y mientras las vidas de esos niños, ¡¡¡SON SÓLO NIÑOS!!!, se van enredando y acaban en ese callejón oscuro del que el resto de su vida serán incapaces de encontrar la salida. Habrá que poner un poco de luz a esos callejones, tapiarlos para que no vuelvan a entrar, buscar otros caminos para unos menores que sólo quieren y buscan cariño, alguien en quien confiar, un referente en el que poder apoyarse para cambiar el rumbo de sus vidas.
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