El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
El dogmatismo y la OTAN
La esencia del dogma es no poder cambiar, bajo ninguna circunstancia, al tiempo que ser proclamado y administrado por una élite, que lo impone al resto de miembros de una religión, partido político, secta, asociación, etc. Se trata de supuestas verdades absolutas, de axiomas indiscutibles, que ni requieren ni admiten premisas de las que deducirse o en las que apoyarse. Tampoco necesitan demostración ni prueba o evidencia alguna; su verdad resplandece por sí misma. El dogma se sustenta en la autoridad y la autoridad en el dogma, son indivisibles. Y lo que es peor: todo fundamentalismo, o fanatismo, se basa siempre en algún tipo de dogmatismo.
Desgraciadamente, algo de eso es lo que en mi opinión ocurre en la actualidad con los partidos a la izquierda del PSOE, zona que ha sido y es mi propio territorio ideológico de toda la vida. La mejor muestra de ello son sus posiciones respecto a Ucrania, Rusia, la OTAN, EEUU, etc. En ello, esa izquierda es buena heredera de los partidos comunistas que dominaron Rusia y China durante gran parte del siglo XX. Curiosamente, a veces no parecen darse cuenta de que no hay comunismo en Rusia desde hace decenios, ni tampoco en China, aparte del mero nombre, que solo sirve para justificar la durísima dictadura. O al menos no parecen extraer las consecuencias adecuadas de ello.
Hay sin embargo algo que pocos notan: así como la Iglesia católica admite cierta “evolución homogénea” del dogma, la izquierda dogmática no admite la menor evolución: la verdad absoluta no puede cambiar; si cambiara, es que no era la verdad absoluta. Tan terrible seguridad tiene dos consecuencias inevitables: el anquilosamiento (una forma de invalidez) y el maniqueísmo (los buenos y los malos; todo es blanco o negro, no hay grises). Todo ello se une a un orgullo que no conoce el desaliento, caracterizado por el desprecio a la información nueva: el que está ya en posesión de la verdad absoluta no necesita, ni admite, ponerse al día, actualizarse: ¿para qué? Así, sus “posiciones” ideológicas son trincheras: ¡ni un paso atrás!
El dogmatismo tiene grandes ventajas, no te exige pensar por ti mismo, y constituye una receta a ser aplicada mecánicamente en toda situación y circunstancia histórica, que es reducida a caricaturas simplificadas, casi infantiles. Por ejemplo, si soy comunista, entonces los malos son los EEUU y la OTAN, y los buenos la Unión Soviética, convertida hoy en la Federación Rusa, así como sus “herederos”: Cuba, Venezuela y Nicaragua (no se atreven a citar a Corea del Norte). Los primeros son los responsables de todos los males del mundo, y de que el comunismo haya fracasado en todos los lugares donde se ha intentado implantar. En el caso de la URSS, porque al obligar a la maquinaria soviética a militarizarse, dejando de lado las mejoras sociales, hizo que el régimen, que en sí era bueno, se hundiera. En el caso de Cuba, por el bloqueo de EEUU, que impidió al régimen progresar adecuadamente. No hubo otras causas; si las hubo fueron menores, incluso insignificantes.
Es más, según afirman sin matices, los EEUU y la OTAN son una maquinaria criminal de muerte, responsable de prácticamente todas las guerras de los últimos 80 años. A pocos les gusta la política exterior de EEUU, desde luego a mí no, y es innegable que han cometido invasiones criminales, intervenciones indebidas, y sucias maniobras de manipulación. La invasión de Irak es el ejemplo más sangriento, y la intervención de la CIA en Chile, hasta hacer caer a Allende, el más doloroso. Al mismo tiempo, debe admitirse que los EEUU sacaron a Europa del atolladero en las dos guerras mundiales habidas hasta la fecha, cosa que ya no les gusta tanto recordar.
Igualmente, no hay que confundir las intervenciones armadas de EEUU con las de la OTAN. La izquierda dogmática las identifica de modo totalmente acrítico, cuando endosan a la OTAN la intervención en Afganistán, en Siria, en Libia, y en tantos otros lugares. Pero la OTAN, como tal, ha tenido solo una intervención armada (dirigida por Javier Solana, entonces su secretario general), que fue en la guerra de Kosovo de 1999, cuando Yugoslavia, dirigida por los serbios, trataba de masacrar a la minoría albanesa de Kosovo, que acabó siendo independiente de hecho. En el resto, los países que han podido actuar como aliados de EEUU lo han hecho a título individual, pero sin el mandato de la OTAN. Es otra de las simplificaciones del dogmatismo.
La izquierda dogmática es una izquierda en cierto modo huérfana. Tras decenios declarando que los EEUU y la OTAN son lo malo y Rusia lo bueno, al deshacerse la URSS y convertirse en un país capitalista oligárquico, aun se resisten a condenarlo abiertamente. Es como si Putin aun representara para ellos, de algún modo, la añorada grandeza de la URSS, aunque sea ya de una forma degenerada, pero en todo caso mejor que lo que representan los EEUU, que son el mal absoluto. Ahora bien, como semejante estatus representativo de Putin no es ya creíble para nadie, el resultado es la orfandad del que vive de recuerdos. Así, la izquierda dogmática es una izquierda nostálgica, lo cual no la prepara bien para afrontar el presente mirando al futuro sin lastres.
La reciente catástrofe de las elecciones andaluzas está llevando a algunos partidos a profundas reflexiones. No así a la izquierda dogmática que, al creerse ya en posesión de la verdad absoluta, no necesita reflexión ni refundación alguna
Curiosamente, los dogmáticos de izquierdas nunca, o muy rara vez, recuerdan que la primera invasión de Afganistán fue la de Rusia. Tampoco la forma en que Putin casi destruye por completo la pequeña república de Chechenia, solo porque pretendía la independencia. O las guerras con Georgia, con la falaz excusa de que había que defender a las minorías rusas de Abjasia y Osetia del Sur. Nada que ver con la OTAN, pero claro, al tratarse de acaecimientos que no “encajan” en el molde antiamericano y anti-OTAN es mejor no tenerlos en cuenta.
En el caso de la actual guerra de Ucrania, el dogmatismo comunista funciona también a la perfección, siguiendo (¿sin saberlo?) las directrices marcadas por Putin, que por cierto dejó de ser comunista hace decenios, si es que alguna vez lo fue. Veamos su versión por encima. Rusia ha sido obligada a actuar en Ucrania porque este país estaba a punto de entrar en la OTAN, que se disponía a atacar. Putin no quería, pero se le forzó, por motivos de seguridad. Es más, también estaba obligado, ya que Gorbachov fue engañado por Reagan, cuando se le prometió que la OTAN no se extendería hacia el Este ni una pulgada. Para colmo, añaden que Ucrania era y es un estado corrupto, dirigido por una especie de mafia neonazi, que estaba causando un genocidio en el Donbás desde 2014. He señalado con todo detalle en artículos (“¿Por qué debemos enviar armas a Ucrania?” y “Ucrania: lo que no se dice de la izquierda exquisita”) recientes lo desencaminado, cuando no lo ridículo, de tales pseudo argumentos, por lo que no volveré aquí sobre ellos.
El presentar a los gobiernos ucranianos como neonazis es particularmente chusco, pues en Ucrania, desde 2015, rige una ley que prohíbe la ideología nazi, tanto organizativa como simbólicamente, como sucede en Alemania, pero no por cierto en España, donde la Fundación Francisco Franco subsiste abiertamente. Asimismo, está prohibida la ideología comunista, por motivos similares. Tanto el comunismo de la URSS como el nazismo de Hitler dejaron en el pueblo ucraniano marcas indelebles de dolor y sufrimiento sin límites. Sin embargo, le demonización del enemigo es una de las leyes inamovibles de la propaganda de guerra, desde al menos lord Ponsonby, que en 1928 la identificó y describió, estudiando la propaganda en la 1ª guerra mundial. En nuestro caso Putin, que maneja muy bien la propaganda, marcó la línea de esa demonización, que siguen hasta el día de hoy los comunistas españoles dogmáticos. En sus discursos justificativos de la invasión Putin afirmó que el gobierno de Kiev es una banda de drogadictos y neonazis que intentan exterminar a los ucranianos rusos de lengua y cultura del Donbás. Claro que no todos a la izquierda del PSOE (donde como he dicho me incluyo) son dogmáticos, pero me temo que sí una buena parte.
En los artículos mencionados he etiquetado a la izquierda del PSOE como “izquierda exquisita”, aludiendo a su miedo a “mojarse”, a ensuciarse las manos accediendo a verse involucrados en cualquier iniciativa que conlleve el uso de la fuerza militar, incluso aunque esta sea puramente defensiva. El pacifismo a toda costa es otro de sus dogmas, junto al antiamericanismo. Su negativa a enviar armas a Ucrania, o incluso a sancionar a Rusia por la invasión, eran mis ejemplos favoritos en tales trabajos. Se supone que, puesto que otros sí que se van a encargar, de todos modos, de apoyar y organizar esa ayuda militar, entonces no hace falta que ellos se comprometan. En todo caso, si por ellos fuera Ucrania estaría ahora mismo ya ocupada, desmembrada o incluso destruida, con tal de no poner en cuestión su pacifismo a ultranza: otro de sus dogmas inamovibles. A veces, por su forma de hablar, parece que, para ellos, Ucrania incluso se merecía semejante destino.
Veamos por encima un par de ejemplos recientes, muy ilustrativos de lo que estoy manteniendo aquí: sendas entrevistas de prensa de Willy Meyer y Manu Pineda, ambos conocidos comunistas de larga trayectoria.
Meyer (elPlural, 28/6/2022) dedica sus respuestas a defender la manifestación contra la OTAN celebrada en Madrid, como “recibimiento” a la cumbre de esa organización. Considera Meyer que la manifestación ha sido un éxito, pues ha movilizado a gran número de personas, que han expresado su oposición a tan nefasta organización, que consideran poco menos que criminal. Añade Meyer que la OTAN ha vulnerado el derecho internacional tanto como Putin. Sin embargo, no solo se refiere a la intervención histórica de 1999 para defender Kosovo, cuya minoría albanesa estaba siendo exterminada por los serbios. No. Añade a la lista una serie de imaginarias intervenciones en Afganistán, Irak, Libia, etc., en las que la OTAN, como tal, no tomó parte. Por cierto, elude mencionar la anterior intervención de Rusia en Afganistán; al parecer hay intervenciones e intervenciones. Por decirlo brevemente: que ciertos países se unieran a EEUU por su cuenta y riesgo no convierte a la OTAN en responsable. Como no lo fue de la invasión de EEUU en Irak, donde el nefasto trío de las Azores nos metió donde bajo ningún concepto queríamos estar.
Sigue Meyer con los acostumbrados mantras, ya totalmente desacreditados (véase más arriba), de que Reagan le prometió a Gorbachov que la OTAN no se expandiría hacia el Este, con lo cual parece que responsabiliza a la OTAN de la invasión rusa de Ucrania, creando así una laguna vacua en su ya dudosa argumentación. Continúa diciendo que no hay que enviar armas a Ucrania, pues es imposible que gane la guerra.
Otro mantra ya muy repetido. Pero no se trata de ganar la guerra, sino de sobrevivir como pueblo y como país. De no haber sido por la ayuda militar Putin habría tomado Kiev en cuestión de días, reemplazado el gobierno democráticamente elegido por uno títere y convirtiendo a Ucrania en otra Bielorrusia. Ello sin contar con que el exterminio no habría sido detenido y habría terminado en una gran limpieza étnica, con cientos de miles de muertos y deportados. Es decir, si lo entiendo bien Meyer defiende que hubiera sido mejor no hacer nada y dejar que los ucranianos sucumbieran como ovejas en el matadero.
Resumiendo, la manifestación tan exitosa, ¿a quien beneficia? Pues claramente a Putin, que podría haberla celebrado brindando junto a Lavrov, sus oligarcas favoritos y sus generales aspirantes a genocidas. Está claro que se ha tratado meramente de un ritual, semejante a los de las viejas tribus en extinción, que los ejecutan para aumentar la cohesión interna, y apegarse a las viejas rutinas sin las que no son nada. Pero claro, dado que están en posesión de la verdad absoluta no hace falta modificar nada: hay que continuar con las viejas liturgias, aunque estas los lleven a la completa desaparición y descrédito.
Por su parte, Manu Pineda (eldiario.es, 27/6/2022) ve encabezada su entrevista diciendo que la OTAN es una maquinaria de guerra y muerte que nunca tuvo sentido. Olvida, o lo finge, que su nacimiento obedeció al expansionismo soviético, que convirtió militarmente toda la Europa del Este en países satélites, igualmente dictatoriales. Continúa Pineda acusando a la OTAN de crear guerras por todo el mundo defendiendo el capitalismo. Ya he comentado más arriba lo desencaminado de semejante alegato. Prosigue defendiendo la paz y la negociación y, aunque acusa a Putin de ser presidente gracias a un fraude, exige no enviar ayuda militar a Ucrania: ¡no hay que echar leña al fuego! Por tanto repite punto por punto la tesis de Putin.
Pero lo peor viene ahora: Pineda acusa a Ucrania de estar entregando las armas a “bandas nazis”, volviendo a seguir estrictamente el guion marcado por Putin. Con ello, muestra que confunde al batallón de Azov, integrado hace muchos años en el ejército oficial ucraniano, y controlado por el gobierno, con supuestas bandas inexistentes. En 2014 hubo batallones de voluntarios de todas las ideologías, combatiendo contra los separatistas pro-Putin, entre ellos algunos de extrema derecha. Todos ellos lucharon a muerte contra la primera invasión del Donbás, y hace años que desaparecieron o se integraron en las fuerzas armadas oficiales. Lo explico en detalle en uno de los trabajos citados más arriba. Es ocioso insistir.
No contento con ello, Pineda vuelve a seguir literalmente a Putin al decir que Ucrania ha estado bombardeando el Donbás sistemáticamente desde 2014. Veamos. Los separatistas, organizados, armados y guiados por Putin, son los que han hecho imposible que se cumpliesen los acuerdos de Minsk, pues nunca aceptaron de hecho el alto el fuego. No ha habido noche, en 8 años, en que dejaran de disparar y asesinar, si podían, a militares ucranianos en la línea del frente estabilizado, causando también bajas civiles. Putin nunca aceptó fuerzas neutrales de separación, como cascos azules, o similares. Ucrania no ha tenido más remedio que defenderse, y claro, siempre hay muertos civiles, en las comunidades que, viviendo muy cerca de la línea del frente, no podían desplazarse a otras zonas, o no se les permitía evacuar.
Aparte, los separatistas, de nuevo mandados por Putin, han hecho imposible toda negociación para organizar unas elecciones decentes en los territorios ocupados, que debían realizarse con la legislación ucraniana, que nunca aceptaron. Asimismo, obligaron a Ucrania a no enviar dinero para las pensiones, pues sencillamente se lo apropiaban. Sin embargo, el gobierno de Ucrania las siguió pagando si los afectados cruzaban a los pueblos cercanos, bajo control ucraniano, único método para evitar la apropiación mafiosa. Era algo molesto, sí, pero ha funcionado durante muchos años, como única garantía de no financiar a los invasores. En suma, Putin ha mantenido abierta la herida del Donbás durante ocho años y, al ver que Zelensky traía ideas nuevas en su programa, destinadas a solucionar el problema, se ha apresurado a invadir de nuevo, esta vez con la idea de ocupar la totalidad del país.
La ignorancia de Pineda sobre la historia de Ucrania, real o fingida, le lleva después a acusar a ciertos “batallones” de seguir a Stepan Bandera, que según Pineda fue responsable de la muerte de miles de personas, de nuevo en la línea estrictamente señalada por Putin. En realidad llamar a alguien “Bandera” en Ucrania es una especie de insulto, que los pocos nostálgicos de la URSS que quedan utilizan contra todo lo que huele a ucraniano, sea el idioma, la cultura o el país mismo. El tema de Bandera no se puede tratar tan superficialmente. Acusarle de miles de muertes supone implicarle directamente en las matanzas, algunas de judíos, que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial, en Polonia y en Ucrania, en parte organizadas por la URSS, en parte por elementos de las organizaciones nacionalistas ucranianas, de las cuales Bandera fue líder político.
Sin embargo, se da la circunstancia de que Bandera pasó casi toda la guerra prisionero en un campo de concentración nazi, donde Hitler estuvo a punto de asesinarle, por independentista. En 1944 se le liberó, pero solo para que colaborase con el llamado Ejército Insurgente Ucraniano contra la URSS. Hitler perdía la guerra y utilizó a Bandera, pero para él se trataba de frenar a Stalin, que estaba cometiendo masacres y un auténtico genocidio en Ucrania. Recordemos las hambrunas de los años 30 y las deportaciones masivas que organizó Stalin, que por cierto están siendo reproducidas por Putin en estos días. Bandera veía a la URSS como el peor enemigo contra la independencia de Ucrania, su gran sueño. Hacer de él un nazi, o inspirador de nazis, es por tanto no solo exagerado sino francamente falso. Además, Bandera colaboró también con Inglaterra y la CIA, introduciendo agentes en la Ucrania ocupada por la URSS. En 1959 el KGB lo envenenó en Múnich, método popular en la Rusia actual. Al parecer, para algunos el haber sido asesinado por la URSS le convierte en un mártir de la extrema derecha. Aclarar el tema no es defender a Bandera, que no fue un angelito, pero agitar su nombre contra la Ucrania actual es ridículo, salvo para Putin y sus seguidores.
Terminemos. Para Pineda, Putin ha hecho un gran favor a la OTAN con su invasión. Pero no se ve por ningún lado que la condene abiertamente, como no se ha visto en la manifestación de Madrid ya mencionada, con muy pequeñas y aisladas excepciones. Asimismo, no se da cuenta, o finge no darse, que él mismo lleva años haciendo un gran favor a Putin, al presentar una Ucrania poco menos que nazi, rechazar la ayuda militar contra la invasión, condenar las sanciones contra Rusia, y defender la desaparición de la OTAN. Curiosamente, Pineda ha estado haciendo un gran trabajo de defensa del pueblo palestino, por todos los medios a su alcance, cosa grandemente meritoria. Pero ¿es que el pueblo ucraniano no se merece también esa misma defensa? Es triste que ni Meyer ni Pineda salgan abiertamente en defensa del pueblo ucraniano, fuera de los consabidos alegatos vacíos por la paz y la negociación, ni denuncien las continuas matanzas sistemáticas de civiles, que tienen lugar a diario, como las ocurridas en Bucha, en Mariúpol, y más recientemente, en Kremenchuk, Mikolaev y Odesa. Y es desalentador que no organicen manifestaciones masivas frente a la embajada de Rusia en Madrid, contra las masacres de civiles, ellos que tienen poder de convocatoria. Conducta compartida por Podemos, y en especial por Pablo Iglesias. A todos ellos es fácil confundirlos con los “periodistas” que hacen de Russia Today el órgano propagandístico fundamental de Putin en el mundo.
El resultado global de ese dogmatismo, que atenaza el pensamiento y la acción política, es un progresivo distanciamiento de la realidad de todas esas formaciones a la izquierda del PSOE, realidad que es necesariamente cambiante, y por tanto incomprensible e inabarcable con los viejos y caducos instrumentos de siempre. La consecuencia más funesta es perder el apoyo de la gente: cada vez los votan menos, mientras ellos se condenan a si mismos al fraccionamiento, acusando de “desviacionismo” a algunos, que se apartan de la verdad absoluta, y por tanto son expulsados, o excomulgados del tronco principal, cada vez más astillado y debilitado, fosilizado en realidad.
Se trata en suma de una izquierda que se ha hecho rancia, y puede que esté sobreviviendo a la desaparición solo gracias a la coalición con el PSOE. La reciente catástrofe de las elecciones andaluzas está llevando a algunos partidos a profundas reflexiones; no así a la izquierda dogmática que, al creerse ya en posesión de la verdad absoluta, no necesita reflexión ni refundación alguna. Es la gente la que ha votado mal, parecen pensar, por tanto solo hay que esperar a que rectifique y vote por fin bien. ¿Es que el destino de esa izquierda es derivar hacia la socialdemocracia, o caer definitivamente en el testimonialismo, el mero ecologismo feminista, o el fraccionamiento infinito? ¿No hay alguna vía intermedia que sea lo suficientemente flexible para adaptarse a la cambiante realidad, sin dejar por ello de reclamar el seguir siendo llamada “izquierda”? No lo sé, nadie lo sabe hoy por hoy, pero el refugio en la trinchera del dogmatismo es lo último que en mi modesta opinión debe hacerse.
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Francisco Rodríguez Consuegra es catedrático retirado de Lógica y Filosofía de la Ciencia
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