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Marlaska y el efecto llamada

Leo con una tremenda congoja que en el Consejo de Ministros de mi país, el de un gobierno progresista, el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, va a sacar adelante la reforma del reglamento de la Ley de Extranjería a pesar del Ministerio del Interior. Admite en una entrevista en El País que ni siquiera la derecha y la ultraderecha se oponen vehementemente a la medida, pero que Grande Marlaska sí. La reforma, que, a brochazos toscos, lo que hace es que una persona tenga que vivir de manera ilegal en España dos años en vez de tres para poderse regularizar, viene bien a la derecha y a la ultraderecha porque permitirá la entrada de mano de obra barata en un momento en el que, se ve, el empresariado la necesita. Básicamente ese es el argumento del ministro Escrivá, pero vistas cómo van las cosas últimamente por aquí si eres extranjero y no tienes la piel blanca, pues bienvenida sea. No hay que tener muchas esperanzas en que una parte del Gobierno actual tenga la humanidad por bandera cuando se trata de africanos.

Arguye Grande Marlaska que la regularización vendrá acompañada de un efecto llamada por el que se nos va a llenar esto de negros, y dios le libre a él. La realidad es que no hay ninguna evidencia de que eso vaya a ser así y, de hecho, la regularización masiva (que aquella sí lo fue) de Zapatero no condujo a este país al caos. Solo un prejuicio racista puede llevar a esgrimir argumentos tan tramposos para intentar que la situación de quienes vengan a buscarse la vida sea un poquito menos mísera, y tan grande es ese racismo que lleva a Grande Marlaska a crear en el Consejo de Ministros una fricción, ese anatema cuando se produce entre ministros que no son del PSOE pero que aquí se debe considerar un sano debate. Tampoco conviene olvidar que hablamos de un Gobierno cuyo presidente calcó el discurso de la ultraderecha en el último desastre en la valla de Melilla, que se sigue considerando una "invasión violenta" a pesar de que ya tenemos bien contadas las decenas de asesinados que produjo.

En cualquier caso, a mí me van a tener que explicar muy despacito y con muchos números qué problema sería ese "efecto llamada" en un país que ha absorbido sin pestañear, sin que nadie lo note y, sobre todo, sin que nadie lo esgrima como un problema cuando afrontamos una situación económica cuando menos dudosa, la acogida de 120.000 refugiados ucranianos en apenas unas semanas. Ahí nadie habló de desborde, de efecto llamada, del quebranto económico que habrá supuesto el acogimiento, la Sanidad, la Educación y los subsidios que, lógicamente, habrán recibido los refugiados ucranianos. Los han recibido porque es lo que debe hacer un país decente. 

Solo un prejuicio racista puede llevar a esgrimir argumentos tan tramposos para intentar que la situación de quienes vengan a buscarse la vida sea un poquito menos mísera, y tan grande es ese racismo que lleva a Marlaska a crear el Consejo una fricción

Pongamos por caso que los ucranianos hubieran cruzado Europa en un viaje atroz, les hubieran apaleado de camino varias veces y, al llegar a España, se encontraran con una valla y una policía armada esperándoles. Que las dos opciones fueran salvarla como fuera o volver a la guerra. Creer que se hubieran dado la vuelta y se hubieran puesto a tuitear hashtags es cuando menos ridículo. Si piensas que en idéntica situación los blancos del norte de Europa y los negros del sur de África se comportaría diferente, mírate lo del racismo.

Ese efecto llamada, que nadie sabe cuantificar porque solo es racismo, no tiene un número ni un cálculo presupuestario detrás. Es solo un exabrupto propio de retrógrados con poquito corazón. En España, apenas un 7% de la inmigración procede de África y habría que ver exactamente qué número de personas podríamos acoger sin grandes problemas cuando 120.000 ucranianos entraron sin mayor problema y los 2.000 que intentaron saltar la valla en junio no son un hecho ni mucho menos habitual. Tendría que haber un asalto multitudinario a la valla cada seis días y que todos consiguieran pasar para que se igualara "el problema" de los africanos con "el acogimiento" de los ucranianos.

Lo que sí son números constatados es que en la primera mitad de 2022, cinco personas han muerto cada día intentando entrar en España desde el sur. Por dimensionarlo, busquen cifras de las peores lacras violentas que sufre este país. Yo no lo haré para que no se me acuse de comparar desgracias. Pero ninguna de las causas de muerte violenta en España, ni una sola, está a años luz de estas cifras. 

Que un problema que se produce en nuestra frontera no solo preocupe poco a un gobierno, sino que la reacción ante ese drama sea hablar de efectos llamada que no existen (y que si existieran, las cifras demuestran que sería un problema asumible), es de una inhumanidad que raya lo distópico. Pero como la humanidad en este tema no rige en el Ministerio de Interior y está demostrado tercamente por la realidad, a ver si el hecho de que se exterioricen estas fricciones en el seno del Gobierno inestable hace que a alguien se le encienda alguna alarma y se repiense lo del ministro de Interior, uno de los personajes más nefastos que haya pisado jamás un gobierno socialista en España, y a fe que ha habido unos cuantos.

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