Se busca candidata/o y… no se encuentra

Andan los partidos ultimando candidaturas. Ese momento en el que la organización se tensa al máximo para ponerse en modo electoral. Las familias, tendencias y corrientes se agrupan y reagrupan o se rompen y dividen; aparecen nuevas alianzas y los enemigos de los enemigos acaban siendo amigos.

De unos años a esta parte, a esta circunstancia tan compleja se le une otra dificultad: la que supone encontrar candidatas y candidatos para aquellos casos donde el desempeño de cargo público no está retribuido, sólo lo está parcialmente, o no tiene aparejada una cuota relevante de poder.

Quienes —sean del partido que fueren— se fajan por el territorio preparando candidaturas cuentan que nunca como ahora habían tenido este tipo de dificultades. El desprestigio de la política llega a tal punto que, salvo para cargos especiales de gran notoriedad, la vocación política no abunda. Participar en una lista electoral, de entrada, se enfrenta al principio de sospecha: ¿Qué querrá?, ¿Qué buscará? Apoyado en esa concepción procedente del franquismo que aconseja, en palabras del propio dictador, “haz como yo, no te metas en política”, lo peor del pensamiento conspiranoico empieza a operar cuando ves a tu prima, tu vecino, tu compañero de trabajo o tu jefa anunciando que se incorpora a una candidatura. 

Si sale elegido, el incauto candidato sabe que va a estar sometido a un rígido escrutinio público sobre los más diversos aspectos de su vida. Ni una noche en la que se le va un poquito la mano, como le ocurrió a la primera ministra finlandesa Sanna Marin, ni una aventura amorosa, ni mucho menos cualquier desliz de carácter administrativo, económico o fiscal. Cuentan que un importante líder político de este país iba todos los veranos con sus amigos a cenar a un restaurante asturiano famoso por sus nécoras. Jamás las pedía ni dejaba que el resto lo hicieran. ¿Y si hay un fotógrafo?, decía. 

Más allá del escrutinio público, el cargo electo, aunque ocupe un modesto puesto en el Ayuntamiento de su pueblo, tendrá que estar disponible y dar la cara ante asuntos cotidianos 24 horas al día 365 días al año, y no digamos si se produce algún incidente más serio o cualquier emergencia. Correrá el riesgo de enemistarse con algunos vecinos o incluso amigos o parientes. Tendrá que ir con pies de plomo. 

Más allá del escrutinio público, el cargo electo, aunque ocupe un modesto puesto en el Ayuntamiento de su pueblo, tendrá que estar disponible y dar la cara ante asuntos cotidianos 24 horas al día 365 días al año

Mención aparte merecen las repercusiones laborales. Si se trata de un cargo público sin dedicación exclusiva (ni remuneración), resultará complicado asumir la responsabilidad correspondiente salvo que se trabaje para la administración pública o se disponga de patrimonio familiar suficiente para poder prescindir de los ingresos propios o soportar su reducción. Si la candidatura supone dedicación exclusiva y por lo tanto abandonar temporalmente la ocupación habitual, cuando llegue la hora de reintegrarse al mundo laboral en el sector privado, la penalización por haber participado con unos u otros llegará en forma de “está muy significado/a”. Si es en el público, no existirá ese problema, pero habrá perdido cuatro años de méritos para ascender, desarrollar carrera investigadora, etc.

Incluso cuando el cargo al que se aspira aporta un sueldo, la cuestión plantea problemas. La gran mayoría de profesionales que tienen una carrera mínimamente aseada, cuando comparan lo que ganan en su puesto de trabajo con lo que obtendrían como concejales de su ciudad, ven inmediatamente que sus ingresos se van a ver mermados y no poco. El populismo vio en el pobrismo una suerte de autenticidad y demostración de honestidad por parte de los electos. Ese enfoque no sólo no ha funcionado —en muchos casos ha sido preciso desdecirse, explícitamente o no, de las absurdas limitaciones salariales—, sino que ha dejado una huella antipolítica importante, como si cobrar el sueldo aparejado a un cargo público fuese ya de entrada una forma de abuso o corrupción. De esa manera, la política no podrá captar nunca a los mejores; el mercado sí sabe cómo se hace. 

¿Por qué ocurre todo esto? Las causas, como siempre, son múltiples: desde una cultura política que sospecha de quien da un paso al frente, hasta un individualismo extremo y mal entendido, pasando por años de casos de corrupción y de políticos que, desde las instituciones, han faltado a su deber. La fotografía nos la da el último Eurobarómetro que acaba de publicarse. Sobran las palabras.

Así las cosas y pese a todo, el próximo 28 de mayo serán miles de candidaturas las que se presentarán en los 8.000 municipios españoles, doce comunidades autónomas y las dos ciudades autónomas. Un motivo de celebración democrática, sin duda. Pero viendo las crecientes dificultades a la hora de completar listas y generar participación y compromiso, la luz de alarma está encendida: ¿hasta dónde nos puede llevar el descrédito de la política?

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