El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
La abuela de su hija
Una señora de casi setenta años ha alquilado a una pobre y la ha inseminado con el esperma congelado de su hijo muerto. Por un módico precio, nueve meses después, unos médicos han fingido que la madre de la criatura era la anciana que aguardaba en la salita de espera en vez de la muchacha recién parida. Luego, han concluido la pantomima sacando a la ricachona en silla de ruedas con el bebé en brazos.
Inexplicablemente, hay a quien todo esto le parece mal. Los putos ofendiditos, oiga. Para defender los legítimos intereses de la clase dominante, el heroico batallón de los muy moderados ha tocado la corneta. Tertulianos, ¡en formación! La matraca de costumbre: que si la libertad individual, la sacrosanta vida privada, que no habría tanto revuelo si la doña fuese izquierdista o que todo es cosa del feminismo criptomisógino, porque los homosexuales han comprado niños toda la vida y nadie se ha quejado (lobby gay, ¡chupito!).
Hay que agradecerle a la Obregón que haya querido dejar constancia del esperpento: es un caso pedagógico, la quintaesencia de todo lo que está mal. Cuando algún merluzo quiera sacar el comodín legislativo del altruismo gestante, podremos darle en los hocicos con el ¡Hola! :"Mal, Toby, ¡mal!". En fin, que recién no parida, la reina de los posados llamó a los plumillas del cuché y les relató su dolorosísima historia ("se me ha muerto un hijo") y sus nuevas ilusiones ("así que tengo derecho a hacer lo que me salga del peroné"). Las víctimas, queridos amigos, son peligrosísimas, porque creen que el universo está en deuda con ellas.
Hay que agradecerle a la Obregón que haya querido dejar constancia del esperpento: es un caso pedagógico, la quintaesencia de todo lo que está mal
La entrevistita es de traca. Cuenta que ni se molestó en entrar al paritorio (¿para qué?) y que cumplir los deseos de un cadáver es más importante que respetar la dignidad de los vivos. Menos mal que el mozo solo quería chiquillos. Cinco, eso sí. Había leído que el semen de los muertos (comúnmente, el de los ahorcados) servía para cultivar mandrágoras; lo de traer al mundo quintillizos traumatizados y huérfanos no lo vieron venir ni los autores de bestiarios.
Repasando los pronunciamientos de las voces autorizadas, me encuentro con un testimonio de Tamarita Falcó, grande de España, lumbrera del Occidente. La tía nos advierte sobre los peligros de descartar óvulos fecundados, porque tienen alma. ¡Tate! ¡Ojocuidao! La increíbe obsesión del catolicismo oligofrénico con los fetos. ¿Algún psicoanalista en la sala? Siglos de mártires, teólogos y cruzadas para acabar en una panda de tarados rezando frente a un abortorio y en los tontitos del "que no lo llamen matrimonio". Lo de instrumentalizar el cuerpo ajeno no parece un problema en el marquesado de Griñón, siempre que no se folle fuera del matrimonio.
Quisiera zambullirme en el trepidante debate legislativo que arrastrar este temita, pero el psiquiatra se preocupa si me autolesiono. El asunto es de traca: un óvulo apátrida es fecundado por la simiente de un difunto para que una señora estadounidense alumbre al bebé en la mismísima Florida. Español, de pura cepa. Veremos qué ocurre con el pasaporte y si todos esos hooligans del control de fronteras levantan alguna ceja cuando nos cuelen un ilegal delante de nuestras narices.
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