Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Cinco decisiones urgentes para diseñar la campaña ganadora
Vaya por delante: sin un buen acuerdo en torno a Sumar, es muy difícil que haya partido este 23 de julio y que las elecciones no sean un paseo para la derecha. Y me refiero a un buen acuerdo, no a un pacto de mínimos. Una tregua para salvar los muebles no salvará los muebles.
De nada sirve ya lamentarse por el tiempo perdido, seguir afanándose en el reparto de culpas y, sobre todo, apenarse por el enorme daño anímico infligido al espacio y al conjunto de la izquierda. Lo que cuenta es hoy y el mes y tres semanas que quedan. Bien utilizados, dan para mucho.
Las sensaciones siguen sin ser lo suficientemente prometedoras a pesar de que no debería hacer falta más incentivo para recomponerse que el escalofrío que provoca un mero pensamiento fugaz sobre el 28M. Los errores cometidos en los últimos meses y años acabaron con casi todos los Gobiernos emblemáticos para el espacio y, además, con buena parte de su representación en las instituciones.
Veremos si la generosidad, de unos y de otros, se impone a la curiosa insistencia en lucir un cadáver exquisito, tan lleno de razón como vacío de escaños. Por falta de avisos, no será.
Más allá de lo que ocurra con Sumar, el 28M y el golpe de efecto de la convocatoria electoral, que mete en la nevera el luto por la pérdida de poder institucional en la izquierda, es hora de diseñar una campaña.
Aquí van cinco disyuntivas que desde mi punto de vista pueden ser determinantes. Evidentemente, optar por una opción no significa no apoyarse en algunos elementos de la otra, pero dónde se ponga el foco puede condicionar el éxito de la estrategia.
Autonomía o coalición. ¿Qué es más eficaz para movilizar al electorado, que cada partido se centre en defender su espacio político e ideológico propio o presentar una fórmula de gobierno al examen con las urnas? Es, quizás, la decisión más estratégica de todas.
Durante buena parte de la legislatura, en el Gobierno ha primado lo segundo. Tanto, que algunos errores quedaron sin corregir (o se neutralizaron tarde) y algunas responsabilidades sin asumir, multiplicando el desgaste propio de la labor de gobierno. El ejemplo paradigmático es la ley del sólo sí es sí, visto desde el punto de vista jurídico o el de la gestión comunicativa de la crisis. Todo era poco para minimizar los problemas y así intentar proteger una coalición bajo el argumento de que si la ciudadanía no valoraba la coalición, no votaría por los partidos que la componen para reeditarla. Es la idea del ticket electoral y del reparto cordial y patente de los papeles.
El 28M ha hecho estallar dentro del PSOE la indignación con el espacio que comparten Unidas Podemos y Sumar. Muchos socialistas creen que la causa fundamental de la pérdida de poder institucional es el hundimiento de sus socios, que resistieron peor y se pelearon hasta las puertas de la campaña. ¿Es la coalición un valor a reivindicar en campaña o sólo las políticas que llevaron a cabo? ¿Tiene sentido que la izquierda contraponga a una posible coalición de PP y Vox, sobre la que alerta, la suya propia, que acusa el desgaste? ¿Tiene sentido que la derecha contraponga a la coalición de PSOE y Unidas Podemos, contra la que arremete, la suya propia, incierta y que ahuyenta al votante moderado?
El PP y Vox lo tienen claro: autonomía. Feijóo hace como si Vox no existiera y Vox alerta de que sin la ultraderecha, el PP sufrirá, pero ni pide ministerios ni concreta demasiado. No hablar antes de las elecciones de una eventual coalición de gobierno no significa que después no se acabe conformando, pero puede activar más al votante propio bajo el prisma del voto útil. Vótame para que gobierne con comodidad (PSOE y PP), vótame para que haga valer tus ideas ante el que no para de sugerir que quiere gobernar solo (Sumar y Vox).
Este miércoles, en su arenga a los parlamentarios socialistas, Pedro Sánchez se refirió a las políticas de estos años… pero no a la coalición, algo que no pasó desapercibido para muchos observadores. Sánchez ya no espera a su socio y va adelante con el PSOE. Hay quien ve en eso un intento de reforzar el grupo parlamentario de cara a cuatro años de oposición y quien cree que es una estrategia multiplicadora para PSOE pero, también, que deja las manos libres a la estrategia propia que decida seguir Sumar.
España es el elefante en la habitación. No es la economía, por más que quisiese el Gobierno, sino un modelo de país que defender en positivo
Emoción o gestión. La izquierda lamenta estos días que sus logros en la gestión ni hayan sido valorados ni siquiera rebatidos por un modelo alternativo. En la campaña del 28M la sanidad, la educación, la economía, la sequía o hasta Cataluña (donde la situación nada tiene que ver con la de hace cuatro años) no tuvieron ningún papel y la campaña de la derecha se limitó a asociar a Pedro Sánchez con ETA (no con EH Bildu en la elaboración de leyes sociales sino directamente con los pistoleros) y al PSOE con un supuesto “pucherazo electoral”. La derecha lo tiene claro: pura emoción. Y, si hace falta, se acusa a Pedro Sánchez de ser tan malo como para querer robar la tumbona al españolito que huye de sus políticas.
Las políticas públicas hechas estos años pueden ser una palanca, pero sólo se activará con la emoción como desencadenante. Es poco probable que el agradecimiento lleve a la urna al electorado de izquierdas y más plausible que sea la ilusión. Ilusión por el futuro o por blindar y ampliar lo ya logrado ante el riesgo de un cambio que lo trunque.
La pregunta del millón es, evidentemente, la plasmación de esa emoción en un mensaje que cale.
Idea de España o izquierda vs derecha. España es el elefante en la habitación. Reinventando al asesor de Bill Clinton:”¡No es la economía, estúpido!”, por más que quisiera el Gobierno. La España que representa la izquierda, en cuanto a valores, modelo de sociedad y derechos, es muy diferente de la que representa la derecha. Estas elecciones probablemente se jueguen más en clave de país (es decir, España es la palabra, lo que se juega es España) que de espectro ideológico binario.
La derecha recurre de nuevo a la anti-España (Eh Bildu, independentismo, comunismo, bolivarianismo) frente a la España de orden, de toda la vida y hasta “de bien” (sea lo que sea todo eso). Está en las manos de la izquierda reivindicar su propia idea de España en cuanto al pluralismo y la diversidad, lo público, los retos de futuro y los derechos en una idea que necesaria e involuntariamente amplía el espectro más allá de las lindes partidistas.
Voto a favor o en contra. Este miércoles, Sánchez hizo la pregunta que el día anterior ya formulábamos en infoLibre como el eje de los primeros días de precampaña. El PSOE quiere que estas elecciones resuelvan una pregunta sencilla: ¿gobierno de progreso u ola reaccionaria?
Con la resaca del 28M omnipresente, Sánchez dijo que PP y Vox son lo mismo. Al situar el 23J en la encrucijada que antes se vivió en los EEUU con Trump o en Brasil con Bolsonaro, el presidente llama a votar a la contra. Ya que el 28M coloca a la derecha como favorita: “Vota para que Abascal no sea vicepresidente”. “Vota para que Feijóo, que no es moderado, no sea presidente y haga vicepresidente a Abascal”.
Está por ver si ese es el eje de toda la campaña o sólo una forma de menear a los cargos del partido y a los más cafeteros para sacarlos del aturdimiento. En cualquier caso, si el miedo a Vox no funciona, difícilmente funcionará el miedo a un PP del que se dice que es lo mismo que Vox. Y menos frente a Feijóo, que se esfuerza en proyectar una imagen personal más moderada (con la ayuda de Ayuso, cómoda en la radicalidad formal). ¿Cuál es el recorrido de esa estrategia? ¿Es ganadora? No funcionó en Andalucía ni el 28M.
La derecha también anima al voto en contra, pero lo hace contra la gestión de un Gobierno, que siempre llama más la atención que una alternativa nunca explicada.
Por ver está cómo articula la izquierda el voto a favor, muy relacionado con la ilusión o la idea de España antes comentadas.
El liderazgo de un equipo o el duelo de los líderes. Sánchez asumió en primera persona el resultado electoral. Podría no hacerlo, decir que él no se presentaba o que la campaña estuvo distorsionada (ambas cosas ciertas), pero lo hizo, viendo el órdago a los que consideraban el 28M una primera vuelta. Lo fue y la perdí, vino a decir. Pero ganaré la segunda, que es la que importa. A su favor está el recuento de votos en las municipales, que también ha leído Feijóo (o Ayuso, que bajó 40.000 votos respecto a 2021), y que plantean un combate mucho más igualado de la percepción que da la pérdida de poder institucional.
El adelanto de Sánchez, y lo inesperado que fue, conecta bien con la determinación que ha mostrado en los peores momentos de su carrera política y que sus oponentes descalifican como el egoísmo de un superviviente sin escrúpulos. Sánchez sigue siendo un activo para el PSOE (y a medida que le zurran, lo es más para el electorado al que la izquierda quiere movilizar) pero también acumula un cierto desgaste. Ambas cosas son posibles y pueden convivir.
La política es cada vez más personalista y es evidente que sólo Sánchez o Feijóo pueden ser presidentes, por lo que esa contraposición en campaña es inevitable. Dicho eso, hay muchas maneras de proyectar el liderazgo. El Consejo de Ministros tiene más activos que proyectar que la dirección nacional del PP. Gamarra, Bendodo y González Pons sólo encajan como látigos de la izquierda. Parece evidente que Sánchez no puede cargar, él solo, con el peso de la campaña. Y que hay dirigentes (más en el Gobierno que en Ferraz, aunque algunos del Gobierno están en Ferraz) que podrían tener un papel más destacado gracias a su credibilidad, gestión y hasta perfil moderado frente a las acusaciones de radicalidad. Algunos medios conservadores llevan meses sin invitarlos, conscientes de que neutralizan la sensación apocalíptica (de nuevo, una emoción) que trasladan cada día. Un motivo más para no hacer cargar sobre Sánchez todo el peso de la campaña.
Ante estas cinco decisiones, conviene centrar el tiro y trasladar un mensaje claro a la ciudadanía. Y, quizás, hacerlo fuera de la zona de confort (los mítines de siempre, los medios de siempre) para ir, realmente, a la ofensiva. Hay partido, la campaña rebosará barro, pero hay mucho en juego.
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