Joaquín Machado, un hermano Luis García Montero
El vector fascista en la conspiración contra la República (12/20): Surge la UME, pero no como se había escrito
Que la conspiración monárquica se trasladó rápidamente al extranjero es cosa archisabida. Con retintín, y despistes obligados, lo señaló ya Juan Antonio Ansaldo en 1951. Que los republicanos la siguieron de cerca puede desprenderse de algunos párrafos de los diarios de Azaña, fuente obvia. Que hubo más de lo que sabía lo indicó en varios artículos Miguel I. Campos. Que montaron un duradero tingladillo con los italianos lo había señalado Morten Heiberg. Nada de ello había calado profundamente entre los historiadores y periodistas de derechas, españoles y extranjeros.
Los papeles del conde de los Andes son bastante explícitos. Tampoco fue servidor el primero en verlos. Las andanzas de Calvo Sotelo, el “genio malo” de la República, se habían alumbrado algo, aunque no del todo. Un historiador de rancias raíces católicas o, al menos, democristianas le había dedicado una biografía de muchos centenares de páginas y editado sus inmarcesibles obras completas. Por desgracia dejó de lado, sin duda una casualidad, todo lo que es interesante para la conspiración.
Si bien desde Portugal no parece que Calvo Sotelo hiciera mucho daño al nuevo régimen (salvo por quizá reforzar a Salazar en sus prejuicios y temores antirrepublicanos) las cosas cambiaron cuando se trasladó a Francia, envuelta en sus propios demonios. La Action Française fue el modelo de Acción Española. El político tudense quedó deslumbrado por las derechas del país vecino. ¡Los españoles de su rango y condición no estaban solos! Y de la Action Française a los fascistas italianos solo había que dar un salto. Calvo Sotelo lo dio con celeridad y gran provecho. Aprendió mucho de su futuro émulo. Llegó a entrevistarse con Mussolini, dispuso sus piezas de forma adecuada a las luchas políticas venideras y esperó a que el amigo Lerroux concediera una amnistía a los exiliados monárquicos.
¡Lo que son las cosas! Salvador de Madariaga, embajador de la República en París y la persona a la que llegaban en primer lugar todos los chismorreos sobre los huidos que emitían los servicios de espionaje (es un decir) republicanos, amén de los franceses y los privados que se allegaron in situ con fondos madrileños. Todos pegados a los pasos de los conspiradores. Sus informaciones se distribuyeron a los Ministerios de Estado, Gobernación, Guerra y Presidencia. Azaña, por si las moscas, incluso modernizó y amplió los servicios de inteligencia en las Fuerzas Armadas. ¿Acaso lo ignoran algunos exgenerales de división metidos a historiadores?
Después de la Sanjurjada, en cuyo trasfondo ya asomó su patita el zorro fascista, se acentuó el seguimiento gubernamental de los exiliados. Se remitieron chismorreos sobre inquietud en ciertas guarniciones. Se estrechó la vigilancia en torno al exrey y a su círculo. Surgieron nombres y cosas interesantes. Por ejemplo, el de un general llamado Francisco Franco. O la idea de hacerse con aviones. Todo esto, al General Dávila le sonará a arameo y al profesor Gil Pecharromán quizá a latín; el distinguido administrativista profesor Nieto ni lo huele, pero cualquier hijo de vecino puede consultar la documentación relevante en un sitio tan poco alejado de Madrid como es Alcalá de Henares.
Se remitieron chismorreos sobre inquietud en ciertas guarniciones. Se estrechó la vigilancia en torno al exrey y a su círculo. Surgieron nombres y cosas interesantes. Por ejemplo, el de un general llamado Francisco Franco. O la idea de hacerse con aviones
En todo caso, mientras estuvo en el duro exilio francés, con alguna excursión a Italia a estudiar el sistema fascista, a hablar con unos y con otros e incluso en solicitar audiencia a Mussolini (la policía republicana que le seguía de cerca informó rápidamente a las autoridades madrileñas), Calvo Sotelo se empapó de doctrina. No fue una casualidad que el acuerdo del 31 de marzo de 1934 con el Duce se hiciera antes de que Calvo Sotelo regresara, en olor de multitudes monárquicas, a España. Y mucho más interesante es señalar que fue precisamente después del acuerdo cuando a través de Sainz Rodríguez (¿por qué iba a inventárselo?) se aceleró una ampliación de su bufete para amparar a los tan maltratados jefes y oficiales del Ejército español. El tingladillo no tardó en desembocar en la UME (Unión Militar Española). El origen se disimuló en todo lo posible. Todavía en la actualidad hay gente que cree en las paparruchas que se difundieron para oscurecer el origen.
Los contactos de la conspiración con Italia se hicieron por medios y viajes personales. No tenemos noticias de que la embajada en Madrid participara en estas conexiones supersecretas. Por parte española se encargaron de ellos Goicoechea y Sainz Rodríguez. Por parte italiana un banquero asentado en Barcelona, Ernesto Carpi, de origen judío y ligado, hombre prudente, a varios servicios de inteligencia fascistas. Sainz Rodríguez lo disfrazó en sus memorias todo lo que pudo, pero lo citó. Heiberg indagó mucho más en tal sujeto y encontró huellas más que sospechosas. En enero de 1935 Goicoechea visitó de nuevo a Mussolini. Por desgracia solo una referencia indirecta a un despacho del cónsul general italiano en Barcelona se hizo eco del viaje. No he hallado la menor huella de él en los archivos romanos. Quizá otros tengan más suerte.
En realidad, lo que se había montado lo contó Sainz Rodríguez, por vía directa o indirecta, al embajador británico en Madrid, Sir Samuel Hoare en plena guerra europea. Ambos guardaron el despacho. El incombustible monárquico, para entonces radicalmente antifranquista ya que consideraba, con razón, al superglorioso Jefe del Estado, investido como dictador perpetuo por la fuerza de las armas y la Santa Madre Iglesia Apostólica y Roma, Francisco Franco Bahamonde, mero usurpador del puesto que correspondía al dinástico sucesor de Alfonso XIII, describió el funcionamiento de la UME. No he encontrado ningún papel que lo invalide, pero ciertamente no he agotado todas las fuentes.
Se formó un comité civil compuesto de representantes de las fuerzas políticas que se hallaban en estrecho contacto con la organización militar. Lo integraban nombres ilustres: Víctor Pradera, el conde de Rodezno, Antonio Goiecoechea, José Calvo Sotelo y Pedro Sainz Rodríguez. Es decir, carlistas de pelo en pecho y monárquicos alfonsinos. De ellos dos terminaron mal. Como enlace con la trama militar se designó al teniente coronel Valentín Galarza, un peso pesado, ligado a los servicios de información en el Ministerio de la Guerra y cuyas conexiones siguen siendo desconocidas.
Junto con el entonces capitán Jorge Vigón y Sainz Rodríguez, Galarza constituyó lo que cabría calificar de “subcomité ejecutivo y de urgencias” (en el original en inglés del informe al embajador británico, que se encuentra no solo en los papeles del Foreign Office sino también en los de Sainz Rodríguez). Dicho subcomité tenía la autoridad para adoptar decisiones en ciertas ocasiones y organizar la propaganda secreta dirigida a los elementos militares, a la que ya hemos aludido en estas entregas.
(No puedo resistir a la tentación de señalar que Galarza, siempre patriota y monárquico, fue uno de los agentes británicos que más obró para que Franco no uniera el destino de España al del Tercer Reich durante la segunda guerra mundial. Cuando en 1941 fue nombrado ministro de la Gobernación la noticia causó tal impacto en Londres que el subsecretario permanente del Foreign Office, Sir Alexander Cadogan, a cargo de la operación SOBORNOS, no pudo sino congratularse de la noticia en una de las pocas ocasiones en que mencionó directamente a España en su diario privado y que, mucho más tarde, se hizo público). Supongo que Galarza antes de escabullirse, sin demasiado éxito, en el Madrid de julio de 1936 quemó todo lo quemable de su pasada actividad en el Palacio de Buenavista.
Ahora bien, ¿quién asumió la responsabilidad de los convenios con José Antonio Primo de Rivera que preveían una cierta financiación para la comisión de actos contra el orden público? Ello derivó más tarde en asesinatos y diversos tipos de violencia. Fue, precisamente, Ansaldo durante algún tiempo el jefe de la denominada “Falange de la sangre”. ¿No se enteró José Antonio Primo de Rivera? Ningún historiador, que yo sepa, ha ligado este conocido papel de Ansaldo con la negociación en Roma de la máxima expresión final del apoyo fascista a los conspiradores antes del 18 de julio
Con esta información, los amables lectores me permitirán que me ría a carcajada limpia de la condescendencia con la que el inmortal generalísimo Francisco Franco trató a la UME en su carta al coronel director jefe del SHM y en sus “Apuntes” (FNFF, 1987). Estos fueron escritos probablemente a principios de los años sesenta y que uno de sus grandes hagiógrafos, el profesor Luis Suárez Fernández, trata poco menos como si fuese EPRE pura y dura.
Lo que la UME tardó en asimilar, si bien lo logró al final, es que los servicios de inteligencia interior del Gobierno sabían mucho de ella. En efecto, infiltraron un espía. A lo largo de 1935, por ejemplo, mantuvo al tanto de lo que hacían, y no hacían, los conspiradores militares al jefe de la Oficina de Información y Enlace con el Ministerio de la Guerra, situada en el de Gobernación, el capitán de la Guardia Civil Vicente Santiago Hodson, que la pasaba a su jefe, el ministro Manuel Portela Valladares. Algo que probablemente suene a norcoreano a algunos de los eminentes historiadores citados en estas entregas, pero también a muchos otros que no he mencionado.
(Continuará. Ver aquí capítulo anterior).
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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023.
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