Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Sobre la libertad democrática
Son muchas las interpretaciones de la vida en común que caben en la palabra libertad. Dentro de ella establecen sus relaciones los acuerdos entre el yo y el nosotros, los límites, el espionaje, la opresión, el respeto, la confianza, el reconocimiento y las posibilidades de futuro. La democracia y la cultura moderna consolidaron las ilusiones humanistas que pusieron en duda las verdades sagradas del feudalismo. Fundaron una idea social de las libertades que se hermanó con la igualdad y la fraternidad. La libertad supuso un marco regulado, un contrato social de convivencia en el que cada persona debería desarrollar su vida dentro del bien común y de acuerdo con su propia conciencia.
La libertad necesita de la igualdad para no convertirse en una moneda falsa. No es posible hablar de libertad cívica y social si no existe un marco de igualdad en la educación, la cultura, la economía, la salud y los derechos políticos. Tampoco se puede hablar de igualdad cuando la libertad no sostiene ni da sentido a los acuerdos de convivencia. Por eso resulta indispensable la fraternidad. Sólo los vínculos humanos de las ilusiones compartidas permiten una verdadera relación democrática entre la libertad y la igualdad. La crispación es siempre un arma calculada para destruir la convivencia.
La ilusión democrática ha sufrido imperfecciones, crisis, debates y guerras. Persiste la conciencia de que nunca ha podido desarrollarse de forma plena, pero también la voluntad de no renunciar a un empeño de justicia humana que equilibre las palabras legalidad y legitimidad. Las interpretaciones sobre la libertad son el corazón razonable de este empeño.
En los EE.UU y en Europa hemos vivido una dinámica neoliberal en la que se ha pretendido que la palabra libertad olvidase su marco social ilustrado de igualdad y fraternidad en beneficio de una idea de manos libres, una economía cada vez menos regulada a la hora de establecer el negocio de los mercados y los mecanismos de producción y especulación. Esta idea de la libertad ha ido poco a poco confundiéndose con la ley del más fuerte, haciendo que las inercias económicas, como diría José Luis Sampedro, se preocupen en hacer más ricos a los ricos en vez de solucionar la pobreza de los pobres.
¿Quién va a destruir España? La respuesta deberían pensarla bien no sólo los votantes en las próximas elecciones, sino los personajes públicos que se convierten en comparsas
No es extraño que la libertad entendida como ley del más fuerte derive en autoritarismo. Los que viven maltratados y a la intemperie pierden su confianza en la política, asumen el grito de sálvese quien pueda, acaban por admirar a los triunfadores que están pisoteando sus vidas y renuncian a las ilusiones democráticas de igualdad y fraternidad en favor de consignas identitarias absolutas, fanatismos que sustituyen el conocimiento compartido e informado de la realidad por el imperio de los bulos. Y las élites, que habían intentado hacer compatible su riqueza abusiva con los sistemas democráticos, caen en la tentación de acomodarse a las banderas autoritarias sin calcular sus efectos autodestructivos. Se consolida así una derecha independentista de la convivencia social que asume un proceso radical para separarse de la democracia, la libertad, la igualdad y la fraternidad.
La riqueza y la pobreza se heredan en esta situación, pero la democracia no. De padres a hijos pasan las fortunas y las miserias en un mundo que limita el diálogo y el ascenso social, pero no pasa la democracia. La herencia democrática es una herencia institucional, un edificio social en el que se acaban rompiendo los lazos entre la legitimidad y la legalidad si se envenenan los cimientos y las vigas de la convivencia. Una democracia deteriorada es aquella en la que la crispación sustituye a la fraternidad, en la que la información es desplazada por la manipulación y en la que se permite, bajo el argumento de despolitizar la justicia, que se judicialice la política para robarle la soberanía a los parlamentos. El perverso bloqueo del Consejo General del Poder Judicial en España es un buen resumen de esta dinámica de deterioro de la convivencia democrática.
Y la consecuencia del deterioro puede ser la autodestrucción. Es muy grave que en 2023 hayan entrado en las instituciones democráticas españolas gobernantes con autoridad para imponer la censura y prohibir en sus localidades obras, por ejemplo, de Lope de Vega o de Virginia Woolf. ¿Quién va a destruir España? La respuesta deberían pensarla bien no sólo los votantes en las próximas elecciones, sino los personajes públicos que se convierten en comparsas, los viejos enfurruñados, las diversas formas de populismo antipolítico, el poder económico y la derecha democrática que le está abriendo las puertas institucionales a las nuevas versiones del fascismo.
Federico García Lorca, un poeta asesinado, nos pidió que gritásemos amor, amor, amor, hasta que se nos pongan de plata los labios. La tierra da sus frutos para todos.
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