Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
En defensa de la interculturalidad
Dámaso Alonso, al enterarse de la muerte de su amigo, respondió al crimen con un ensayo titulado Federico García Lorca y la expresión de lo español. Quiso evidenciar la contradicción de un patriotismo que trabajaba en crear apátridas o en negar a una parte de sus compatriotas. El autollamado bando nacional en la Guerra Civil ejecutaba al poeta más español, protagonista decisivo a la hora de reivindicar el cante jondo y la tradición de los romances medievales.
Leer y estudiar a García Lorca significa comprender la importancia de la interculturalidad. Cuando afirmamos que la diversidad supone un modo de riqueza cultural, no se trata sólo de tomar conciencia de las particularidades de un mundo plurinacional, sino de comprender la fertilidad de unas identidades abiertas, no fundamentalistas y cerradas, capaces de abrirse, conocerse, entenderse para dialogar entre sí. García Lorca es expresión de lo español por su interculturalidad con los moriscos, los judíos, los gitanos y las diversas tradiciones literarias de España.
En 1919, mientras consolidaba su propia formación poética, escribió una Salutación elegíaca a Rosalía de Castro: “elevas al cielo tu pobre cabeza, / como el lirio blanco del huerto español”. Ya en su primer libro, Impresiones y paisajes (1918), el joven estudiante andaluz se había identificado con “el otoño gallego” y con la lluvia que “cae silenciosa y lenta sobre el verde dulce de la tierra”. Comprendió su belleza y sintió como suyo el dolor de las desigualdades sociales. Este llevar a Galicia en el corazón lo invitó a escribir sus Seis poemas galegos publicados en 1935 e ilustrados por Luis Seoane. Su amistad con Álvaro Cunqueiro, Julio J. Casal, los hermanos Dieste, Castelao, Eduardo Blanco Amor o Ernesto Guerra da Cal, y su lectura de la poesía gallega, facilitó que sintiera la lengua como suya: “Chove en Santiago / meu doce amor. / Camelia branca do ar / brila entebrecido o sol”.
También quedaron muchas huellas de su amor por Barcelona y Cataluña, un amor facilitado por su relación con Salvador Dalí y sus estancias en Cadaqués o Figueres. Son conocidas las declaraciones que hablan de su admiración por la calidad teatral de aquella cultura, encarnada en Margarita Xirgu. El 19 de diciembre de 1935, en una cena de amigos en el restaurante de la Estación de Francia, se subió a una silla para gritar: “¡Qué grande eres, Margarita! Con una actriz como tú y un poeta como Sagarra, la lengua catalana no morirá nunca”.
La interculturalidad, un valor contrario a las identidades fanáticas y cerradas, ayudó también a que García Lorca conservase, junto a confesiones sinceras de amor, una mirada crítica sobre los defectos y carencias de su tierra, empezando por Granada
Quizá el momento más apasionado de Lorca sobre Cataluña lo encontramos en una carta a su amigo Fernández Almagro, enviada desde Granada a finales de enero de 1926. Habla así de Barcelona: “Allí está el Mediterráneo, el espíritu, la aventura, el alto sueño de amor perfecto. Hay palmeras, gentes de todos países, anuncios comerciales sorprendentes, torres góticas y un rico pleamar urbano hecho por las máquinas de escribir. ¡Qué a gusto me siento allí con aquel aire y aquella pasión… Además, yo que soy catalanista furibundo simpaticé mucho con aquella gente…”.
Sus viajes por España como director del grupo de teatro La Barraca facilitaron otras muchas declaraciones de amor por la diversidad de la nación. Un amor correspondido, por ejemplo, por el poeta Estepan Urkiaga, conocido como Lauaxeta. Interpelado por la tradición oral y el compromiso humano de García Lorca, empezó a traducirlo al euskera. Se conocieron en Bilbao, en 1936, en una representación de Bodas de sangre en el Teatro Arriaga, a la que también asistió Blas de Otero. Pero Lauaxeta tampoco tuvo mucho tiempo para seguir con su vida y sus poemas. Nacionalista, católico y demócrata, fue detenido por el ejército franquista y fusilado en junio de 1937.
La interculturalidad, un valor contrario a las identidades fanáticas y cerradas, ayudó también a que García Lorca conservase, junto a confesiones sinceras de amor, una mirada crítica sobre los defectos y carencias de su tierra, empezando por Granada. Su mayor compromiso fue la vida de la gente, la dignidad de los hombres y las mujeres que habitaban cada aldea, pueblo o ciudad. Sí, la interculturalidad es en García Lorca la mejor expresión de lo español. Leerlo y estudiarlo me ha enseñado a lo largo de mi vida a sentirme español y a oponerme a los patriotas que sólo quieren producir apátridas para justificar sus privilegios o esconder la mentira de sus verdades esenciales.
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