Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Lo que los independentistas ceden
“Sánchez se humilla ante los independentistas y compromete los intereses generales de España para continuar en el poder”. Puede que hayan leído este titular (o alguno similar) en periódicos que, no sin ironía, se reivindican a sí mismos como de centro reformista.
Nótese el verbo elegido: “Se humilla”. Es tan poco fáctico y tan emocional como lo que sigue: la traición a España con una transacción espuria, motivada por intereses estrictamente personales. Cualquier politólogo diría, ¡y con mucha razón!, que los sentimientos han adelantado a los hechos y se han adueñado del periodismo del siglo XXI. Cosas del dichoso relato.
Me he permitido el lujo de cambiar dos palabras en el enunciado que protagonizó la portada de ABC… el 29 de agosto de 1993 (aquí disponible en su estimulante archivo), después de las elecciones de aquel año. El titular original decía realmente: “González se humilla ante Pujol y compromete los intereses generales de España para continuar en el poder”.
Hoy, Felipe González ha sido canonizado por una derecha entonces inmisericorde contra el presidente socialista y hoy feliz de utilizarlo contra… ¡el actual presidente socialista! Cero sorpresas.
Poco a poco, González está dejando de ser Felipe a secas para el PSOE. Está paradójicamente encantado de compartir cómo de deprimido se siente por el porvenir del país. Este mismo martes, mientras los demás expresidentes del Gobierno abandonaron discretamente el acto de jura de la Constitución de Leonor (otro día hablaremos del repentino éxtasis místico de Leonormanía que hemos vivido), él no perdió la ocasión de pasarse por el patio del Congreso, donde sabía que habría decenas de periodistas. Y, claro, porque él siempre ha sido muy educado, no tuvo más remedio que responder a la prensa con otro rejonazo a la investidura del líder de su partido.
A Pujol, la derecha tardó menos en colocarlo en el altar. Ni tres años. De nuevo, ABC, en abril de 1996, un mes después de las elecciones. “Aznar y Pujol: pacto para la gobernabilidad de España en los próximos cuatro años”. Debajo, Pujol asegura que el acuerdo “permitirá ‘normalizar la vida política’, afrontar los retos que el país tiene pendientes y solucionar el encaje de Cataluña en España”. Como diría la expresión catalana: “Déu-n'hi-do!”. ¡Lo que hay que ver!
Hoy, Feijóo, que ya era alto cargo en la política institucional gallega en el último mandato de González, se pronuncia en el mismo sentido, aunque quizás con más decibelios. El objetivo es competir con Vox y capitalizar el antisanchismo, eso que Casado acuñó y a lo que él confió erróneamente sus expectativas de llegar a la Moncloa.
“Es la humillación más grande en España en buena parte de sus siglos de historia”, dijo el jefe de la oposición este jueves. Quizás, sólo quizás, esa afirmación no sea exquisita en cuanto a su rigor histórico. No en vano, hace tiempo Feijóo llegó a afirmar que George Orwell había escrito 1984, una de sus obras más célebres, en ese mismo año, pese a que la publicó en 1948. Su lectura, por cierto, siempre está de actualidad.
Sirva todo esto para dos conclusiones. La primera: todo está inventado, aunque vivamos cada momento con la intensidad de la primera vez. La ruptura, humillación o traición a España es uno de los grandes éxitos del repertorio del PP en la oposición. Cuando tiene expectativas reales de llegar al poder, todo lo hace por puro patriotismo. Y, no lo olvidemos, el PP habló con Junts tras las últimas elecciones buscando pactos para la Mesa del Congreso. Después, el propio Feijóo defendió reunirse con la formación de Puigdemont una vez propuesto como candidato a la investidura por el rey.
La segunda conclusión, en consecuencia, es sencilla: por más que haya que recordar lo burda que es la estrategia, no vaya a ser que alguien se la crea, lo más importante es darle la importancia justa. Lo que cuenta no es lo que la derecha grita mientras la izquierda pacta sino los resultados concretos, para la vida de los ciudadanos, de esos pactos. Y, como sabemos, van mucho más que de la amnistía. Aunque ahora haya quien quiera ocultarlo, el Gobierno se dedicará, fundamentalmente, a todo lo demás, desde la economía a política exterior, pasando por la transición ecológica o digital.
Quizás lo más importante que pierde el independentismo sea la épica. Y, en buena medida, el recurso al victimismo. Sin esos elementos, entre otros, no hay 'procés'
Si tan grave fuera la situación (“¡fraude electoral!”, clamó Miguel Tellado, hombre fuerte de Feijóo en Génova, “¡dictadura!”, dijo también esta semana Cuca Gamarra, en espera de destino), si el cuarto país de la Unión Europea estuviera al borde del totalitarismo, de su ruptura en pedazos o de un atropello democrático… ¿no llegaría alguna señal de alarma del exterior? ¿No se publicaría un comunicado oficial de alguna de las instituciones ante las que España rinde cuentas? ¿No habría algún manifiesto de intelectuales extranjeros, íntegros y diversos, que se unieran para alertar de ese grave riesgo?
Como casi siempre, tomar un poco de perspectiva, ayuda. Basta con situarse a cierta distancia o asomarse a periódicos internacionales de prestigio para comprobar que la situación es más compleja y menos límite.
Escucho estos días muchas críticas a la amnistía. Y las entiendo perfectamente, porque es una medida controvertida, incómoda, de una enorme generosidad para con personas, incluyendo dirigentes políticos orgullosamente desafiantes, que son todo menos unos angelitos. Porque aunque parece que se abre paso, pocos la defendían hace relativamente poco tiempo. Porque nace de la “necesidad”, como reconoció Sánchez (¡claro! cuando no tienes mayoría, tienes que ceder ante programas de otros, salvo que alguien defienda en serio regalar el Gobierno a Feijóo y Abascal).
La pregunta que sigue es de todo punto lógica: ¿y qué ceden ellos a cambio?
Henry de Laguérie, corresponsal francés en Barcelona, se interrogaba este viernes en X, antes Twitter. “El 28 de octubre de 2017, Cataluña declaró su independencia. Seis años después, obtiene la gestión de los trenes regionales y la anulación de una pequeña parte de su deuda. ¿Sobrevivirán a este balance los dirigentes independentistas?”
Quizás lo más importante que pierde el independentismo sea la épica. Y, en buena medida, su acceso al recurso del victimismo. Sin épica y sin victimismo, entre otras cosas (como la organización popular, o como los imperdonables excesos de la gestión del Gobierno de Rajoy) no habría procés, así de sencillo. Podrá decirse que es demasiado una amnistía que comprenda una década. Si se concede así, lo que los partidos independentistas difícilmente podrán esgrimir con credibilidad ante los suyos es que eso que llaman “el Estado” los persigue con saña.
Si se gestiona bien, la etapa que se abre será completamente nueva y diferente. Frágil, claro, pero también prometedora. Comienza con los dos grandes partidos independentistas sentados a la mesa, haciendo política en el marco de la legalidad autonómica y constitucional (más hemeroteca, ahora de Expansión en 2018: Cristóbal Montoro, dispuesto a ofrecer quitas de deuda a las autonomías). O, lo que es lo mismo, empieza con una renuncia de facto a la unilateralidad, para la que no disponen de una masa crítica en una Cataluña. Allí, en vez de avanzar electoralmente, retroceden. Además, Junts y ERC estarán obligados a seguir sentados a esa mesa si quieren, por una parte, que lo acordado se cumpla y, por otra, no comprobar qué tal les iría con un Gobierno de Feijóo y Abascal.
El precedente de los indultos es claro. Siendo dos instrumentos distintos, las mismas críticas se profirieron contra esas medidas de gracia: que podían ser ilegales (por falta de arrepentimiento, todavía hay recursos pendientes en el Supremo), que fortalecerían a los independentistas, que acabarían con la separación de poderes y la Justicia… que humillarían y romperían España, en definitiva. ¿Qué dicen ahora los que criticaban tanto los indultos? Que, aunque sus críticas fueran idénticas, las medidas no tienen nada que ver y que ahora, sí que sí, de verdad de la buena, vivimos el ocaso de “la nación más vieja de Europa”.
Sí. A mí también me gustaría ver un poco más de humildad y el reconocimiento de lo evidente en algunos dirigentes independentistas. Pero lo más importante en una democracia, sin duda, es lo que los ciudadanos acaben reconociendo en las urnas y cómo eso condicione quiénes son sus elegidos y qué actitudes pueden mantener.
Y el fin no justifica los medios, por supuesto, pero hasta donde yo sé la legitimidad y viabilidad de los medios la determinan los tribunales, no artículos de opinión o tertulias. Y, si el camino por delante se mantiene, cada vez estaremos más lejos de 2017 y más cerca de superar el grave desgarro que entonces produjeron unos y otros. Quién sabe, si el PP se decidiese a pensar a medio plazo y dejar la brocha gorda, hasta podría estar más cerca de las portadas de 1996 de las que hoy incluso reniega. Pero, para eso, tendría que ceder, aunque fuese un poquito.
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