“Cueste lo que cueste” Cristina Monge
Rueda a la defensiva: el cambio ya no da miedo en Galicia
Alfonso Rueda llegó al único debate electoral en el que ha decidido participar enfundándose el traje de presidente de la Xunta y salió con el de líder de la oposición. La izquierda actuó como si se hubiese repartido los papeles de la alternativa de gobierno y evitó la tentación del cainismo.
Según todos los partidos, también los conservadores, estamos ante las elecciones más reñidas en 15 años y el suelo del PP en Galicia es alto, independientemente del candidato. Eso le permite seguir pensando en la mayoría absoluta que, por cierto, ya no le auguran todas las encuestas. Pero en la noche del lunes la alternativa logró dos hitos: no dio miedo y no pareció tarea imposible. No es poco.
El debate organizado por la CRTVG, en el que participaron PP, BNG y PSdeG (con representación en el Parlamento de Galicia); Sumar y Podemos (considerados “partidos significativos” por la Junta Electoral) no respondió a las expectativas del sucesor designado por Alberto Núñez Feijóo, este último uno de los nombres propios más ausentes, por cierto, pese a que gobernó Galicia desde 2009 a 2022.
Rueda, sin ilusión ni estrategia. El líder del PP empezó dubitativo, sin saber bien dónde mirar, intentando defenderse preventivamente de ataques que aún no había recibido. Antes de la pausa publicitaria, daba la impresión de que pretendía no llamar la atención para desinflar la expectación en torno al encuentro y, quizás, que los espectadores cambiaran de canal y olvidaran que estamos en campaña electoral. Podía tener cierto sentido: si no quieres debatir porque te ves con más que perder, cuanto más desapercibido pases, mejor. Pero no estaba funcionando. Sus propuestas sobre impuestos no brillaban en medio de un tono general átono. Su denuncia de la imposición del gallego por parte del BNG sencillamente no resultó creíble.
Algo debió de pasar en el intermedio (¿La constatación de que la cosa no iba bien? ¿Una llamada de Génova?) porque Rueda dio un volantazo a su estrategia para encarar la segunda parte mucho más presente, interrumpiendo frecuentemente y yendo al encontronazo con Ana Pontón (BNG), pero también con José Ramón Gómez Besteiro (PSdeG).
No cuajó ninguna de las estrategias sobre las que más insiste el PP: ni el “yo o el caos”, ni “isla de estabilidad”, ni el minuto final, en el que torpemente insistió en los motivos para no votarle, convirtiéndose de inmediato en carne de meme. El PP de Galicia puede gobernar, pero Rueda no suma. Su imagen presidencial sólo es aparente en actos institucionales o de partido en los que no hay ningún riesgo.
Rueda llegó como presidente y se marchó como líder de la oposición. La izquierda evitó el cainismo y se repartió los papeles como alternativa
Ana Pontón, la presidenciable. En algunos momentos pareció inspirarse en el memorable debate que François Hollande ganó a Nicolas Sarkozy (luego, en Francia, pasó lo que pasó). Hasta que Besteiro se dio cuenta y reaccionó, era la única que se proyectaba ya en el poder haciendo propuestas “como presidenta da Xunta”. Su primer rebate a Rueda fue rotundo. Si “Galicia funciona” (lema del PP): ¿por qué la población decrece, los jóvenes se marchan y la sanidad está en crisis?
Su eficacia volvió a quedar probada cuando, como era de esperar, Rueda intentó el comodín de Cataluña y ETA. “Su gestión no se sostiene. ¿Es Cataluña quien le aumenta la listas de espera a los gallegos y gallegas? No, es usted, señor Rueda. ¿Es Cataluña quien hace que tengamos más deuda con peores servicios? Es usted, señor Rueda. ¿Es Cataluña la que hace que tengamos menos empleo industrial? Es usted, señor Rueda. De eso no quiere hablar”. Mientras los demás candidatos criticaban a Rueda, el cara a cara definitivo era con Pontón.
He ahí una de las claves de la campaña del PP: proyectar una imagen abstracta de progreso, sin debatir los asuntos concretos, mientras se alerta de plagas bíblicas sin relación con Galicia si gobierna la oposición. Y es eso lo que no cuajó. Pontón ha logrado culminar su viaje a la centralidad (reconocida por Rueda en el discurso, aunque él no se la crea en el fondo), el BNG no da miedo y ya no parece impensable que sea presidenta sino que lidera la alternativa.
Besteiro ensaya la vicepresidencia del sentidiño. En un par de momentos Besteiro se proyectó como presidente, pero más tarde que Pontón y sin hacer de ello un eje de su estrategia. Aunque no es tan conocido como Rueda o Pontón, el candidato socialista conecta bien con el ciudadano medio, desde el gallego que emplea a sus formas suaves y una cierta retranca (fue el único que la utilizó). De él son varias de las frases más agudas del debate, como cuando denunció que “Galicia exporta leche e importa yogures, cortamos madera e importamos muebles”, una frase que resume bien problemas clave de Galicia.
Poner a la misma hora los relojes de San Caetano, sede de la Xunta, y la Moncloa, fue su máxima prioridad. Nada de esconder a Pedro Sánchez (aunque, como Feijóo, no fue muy citado en general por nadie) sino sacar pecho de sus políticas, como hizo machaconamente con las pensiones, consciente del envejecimiento de la población. Besteiro quiere, y es más que comprensible, que los gallegos que votaron a Sánchez lo voten a él.
Fuera de Galicia puede costar entenderlo, pero todos los candidatos, también Rueda, se pelearon por demostrar quién ha hecho más esfuerzos por conseguir transferencias de competencias, aunque el balance de la Xunta es pobre. Esas competencias no son vistas como una herramienta para dotar a Galicia de una peligrosa estructura de Estado sino para gestionar mejor lo más cercano. He ahí la realidad del Estado autonómico que Besteiro trató de encarnar con su “galleguismo útil” conectado a España y Europa como embajador ante el Gobierno central.
Lois hace los deberes. Habitualmente infravalorada, la candidata de Sumar hizo un buen debate. Con los manuales del errejonismo bien presentes y buscando imbuirse del aura de Yolanda Díaz, rechazó el ruido, hizo propuestas e insistió en que el Gobierno es cosa de tres, con ella dentro, claro.
Algunas encuestas apuntan a eso. Si Sumar Galicia no entra, pero se queda cerca del 5% que necesita para entrar en A Coruña o Pontevedra, provincias donde tiene más posibilidades, esos votos no se convertirán en preciados escaños del cambio. Pero Sumar parte de muy atrás, sin presencia en el Parlamento de Galicia y con una candidata elegida en el último minuto. Ahí está una de las luchas decisivas del 18F.
Lois se vio ya en la Xunta como aliada fiel de Pontón y Besteiro, la única estrategia para evitar la impresión de que no concentrar el voto en el BNG y el PSdeG es perderlo.
Isabel Faraldo se da a conocer. El último minuto de la candidata de Podemos resume bien la difícil apuesta de la formación morada, a la que ninguna encuesta augura representación. Puede que yo no sea muy conocida, porque soy alguien como tú, que me estás viendo y no te presentas a las elecciones.
Sin duda, la candidata exhibió naturalidad, atacó todo lo que pudo (los negocios de la tía de Rueda, las puertas giratorias de las energéticas, la intervención pública de la empresa Alcoa) y logró el hito de hacerse escuchar. Defendió la ley del sólo sí es sí con un artículo de infoLibre, el único medio con presencia destacada en el debate, y la ambición de izquierdas del ministerio de Ione Belarra.
A la salida del debate, aseguraba que era la primera vez que había sido invitada a los estudios de la televisión autonómica, a cuyos profesionales (no a su dirección) agradeció el trato. Por ver está el resultado de la candidatura más difícil en una formación en la que su fundador, Pablo Iglesias, pidió hace semanas el voto para Pontón en plenas negociaciones de los morados con Sumar. A Faraldo, mérito y ganas no le faltan.
Rueda convocó la campaña en plenas Navidades e hizo coincidir las votaciones con la semana del Carnaval. Pese a ser la primera vez que se presentaba, sólo ha aceptado un debate, en el inicio de las dos semanas de campaña, lo que permite tiempo para hacer que se olvide.
La estrategia parecía clara, pero la cita televisiva no logró ni consolidar su imagen presidenciable ni su gestión. Quizás los nervios lo hicieron parecer un candidato sin ilusión y la izquierda supo aprovecharlo para demostrar que puede ser difícil, pero hay partido.
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