Urge volver a València Pilar Portero
¿Y si el PP aprovecha que el río Draa y el río Volta pasan por Barcelona y Bilbao para librarse de la ultraderecha?
Érase dos veces unos niños cuyas familias soñaban con un país que ahora sueña con ellos. Los dos empezaron desde muy abajo y han llegado a la cumbre, no tenían casi nada y hoy lo tienen todo: fama, dinero y una leyenda que los ha convertido en héroes. Pero además de hadas, en este cuento hay también ogros: esa gente oscura que los desprecia por el color de su piel y de cuyos nombres y delirios no hace falta acordarse, porque el racismo se descalifica solo.
Hace tres décadas, llegaron a España los padres de Nico Williams, extremo del Athletic de Bilbao y figura rutilante de la selección, por cuyo fichaje, hoy en día, los equipos más poderosos del mundo están dispuestos a pagar una fortuna. El largo viaje de su familia tuvo que ser dramático, una verdadera epopeya: cuando salieron de Ghana, la madre, María, estaba embarazada –ese hijo, Iñaki, es otra de las estrellas de los leones de San Mamés–, y en esas condiciones ella y su marido, Félix, recorrieron Burkina Faso, Mali, Argelia y parte del desierto del Sáhara a pie, hasta llegar a Melilla, donde saltaron la valla, antes de ser detenidos. En esas condiciones, siguieron el consejo de un abogado que les asesoró desinteresadamente, y parece que a las preguntas de las autoridades respondieron con la mentira piadosa de que huían de la interminable guerra de Liberia y, por lo tanto, aspiraban a la condición de refugiados, más favorable que la de inmigrantes. Una vez que se vieron más o menos libres, cruzaron la Península hasta llegar a Bilbao. El resto de la aventura es conocida: esta temporada el talento deportivo de los hermanos Williams ha sido esencial para que el conjunto vizcaíno gane, cuarenta años después de la última, la Copa del Rey y, en el caso del pequeño, para que La Roja se proclame, por cuarta vez en su historia, campeona de Europa, tras derrotar, entre otras potencias, ni más ni menos que a Italia, Alemania e Inglaterra. Su aportación en juego, sacrificio y goles, entre ellos el primero de la gran final, ha sido decisiva.
Hay quienes aspiran a malvados y se quedan en bobos. Y hay quienes confunden votar a bobos con ser patriotas
Su compañero de la delantera nacional, Lamine Yamal, cumplió diecisiete años el día antes de levantar la Copa y ha batido casi todos los registros de precocidad en nuestro fútbol: el más joven en debutar, en marcar, en ser internacional absoluto. Que estaba señalado como los elegidos lo deja más que claro la foto en la que, por iniciativa de Unicef, se ve al mito Leo Messi bañándolo cuando era un bebé. La estupidez humana la demuestra el comentario que otro conocido ultra al que tampoco vamos a recordar hizo de una imagen suya junto al propio Nico Williams, ambos con en uniforme de La Roja: “¿Pero qué selección española es esta? Parece una broma de mal gusto.” Hay quienes aspiran a malvados y se quedan en bobos. Y hay quienes confunden votar a bobos con ser patriotas.
El padre de Lamine Yamal, Mounir Nasroui, es oriundo de Marruecos y su madre, Sheila Ebana, proviene de Guinea Ecuatorial. Ambos llegaron a España y se instalaron en Mataró, en busca de un futuro y para escapar de la pobreza y la falta de horizontes. Lamine nació en Esplugas de Llobregat y creció en el barrio obrero de Rocafonda, cuyo código postal es el que reproduce con sus dedos, al marcar sus goles, imitando sus últimas cifras, un tres, un cero y un cuatro, y todo ello después de que en Vox calificaran las áreas de Barcelona donde suelen reunirse ciudadanas y ciudadanos marroquíes como “estercoleros multirraciales.”
Ahora los dos se han transformado, por méritos propios y de quienes les abrieron los brazos y brindaron hospitalidad a los suyos, en símbolos, y no solo deportivos, porque además son un ejemplo maravilloso de la forma en que la integración responsable de las personas, tratarlas bien y darles una oportunidad, mejora las razas, las diversifica, las humaniza, las hace más democráticas: es decir, las lleva por el camino contrario de la senda tenebrosa por la que caminan los defensores de la barbarie. Qué bien haría el Partido Popular, ahora que la soberbia de sus socios les ha hecho pegarse un tiro en el pie, en aprovechar que el Draa y el río Volta pasan por Barcelona y Bilbao, para librarse de una vez por todas de esos socios indeseables.
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