Urge volver a València Pilar Portero
“Confesiones” de un rey
“Tengo la sensación de que me están robando mi historia”. No es una frase pronunciada por una celebrity en un plató de televisión que quiera rivalizar con el relato que los comentaristas o el público hacen de su propia vida. O mejor dicho, y esa es la tragedia: quizás sí. Porque esas palabras las ha pronunciado el rey emérito Juan Carlos I. La declaración completa es como sigue: “Mi padre siempre me aconsejó no escribir memorias. Los reyes no se confiesan. Menos aún en público. Sus secretos quedan enterrados en las sombras de los palacios. ¿Por qué desobedecerle hoy? ¿Por qué finalmente he cambiado de opinión? Tengo la sensación de que me están robando mi historia”. Las memorias, que ocupan más de 500 páginas, se publicarán el año que viene en la editorial francesa Stock. Según la editorial, el rey emérito “explica sus errores y malas decisiones. No oculta sus arrepentimientos. Habla con el corazón abierto, como alguien que sabe que no le queda mucho tiempo y prefiere confesarse que mentir”.
Un rey no es una persona privada con interioridades e intimidades, un rey es una figura institucional
Algo funciona profundamente mal cuando un rey emérito habla con el lenguaje de las celebrities de televisión. Efectivamente, su padre tenía toda la razón: un rey no se “confiesa” en público porque un rey no es una persona privada con interioridades e intimidades. Un rey es una figura institucional: como jefe del Estado, constitucionalmente, es la forma más general de la representación de un país, la encarnación de su continuidad y unidad. Un rey no es, pues, un individuo: es una forma de representación de una entidad política. Como tal, no puede hablar, vivir ni aparecer como individuo privado. Como tal, le juzga su país y la historia de su país, y se juzgan sus actos y su papel histórico. En ese sentido, la historia tendrá que juzgar el papel del rey emérito en la Transición, su relación con la dictadura, sus actos como monarca, etc. Pero, evidentemente, no es eso lo único que ha trascendido al público. En este caso, los escándalos de su vida privada, el uso de dinero público para taparlos, las investigaciones sobre su fortuna privada, han construido su figura pública tanto o más que lo anterior. Es decir, su figura institucional se confunde con los contornos de un individuo privado.
Ello no se puede solventar con unas memorias ni con una confesión. Da igual lo que diga la “confesión”. El hecho mismo de pretender que unas confesiones “con el corazón abierto” pueden redimir actos y fallos de un rey, el hecho mismo de poner ambos registros en un mismo plano, es el error. Un rey no se confiesa porque un rey no es un individuo. El problema es el hecho mismo de que la persona individual y privada de Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón haya suplantado el rol institucional de Juan Carlos I; aprovechando, en no pocas ocasiones, el rol, los privilegios y prerrogativas de Juan Carlos I para realizar los asuntos y apetencias de Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón. Pretender salvar al primero con una “confesión” y unas “memorias” no restaura ni un ápice lo que debería ser el segundo. Por principio, ninguna memoria o confesión restaurará esa confusión terrible de planos. La historia dirá si Juan Carlos I fue un mal o un buen rey. Pero si el balance final es Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón confesándose “con el corazón abierto”, quizás lo que ocurre es que no se trata ya de un rey en absoluto, y lo que está en duda no es su persona particular, sino el sentido mismo de la idea de “rey”.
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Clara Ramas San Miguel es filósofa, política y profesora en la Universidad Complutense de Madrid. Estos días llega a las librerías su nuevo ensayo, 'El tiempo perdido. Contra la Edad Dorada. Una crítica del fantasma de la melancolía en política y filosofía', editado por Arpa.
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