Urge volver a València Pilar Portero
El PP demanda al PSOE tras descubrir que M. Rajoy era Pedro Sánchez
Está el qué y el quién. Están la viga en el propio ojo y la paja en el ajeno. Está que el caso Koldo pinte mal para el ex ministro Ábalos, al que un informe de la UCO le hace un traje del que no le será fácil salir, y está el intento del Partido Popular de mezclar el ruido y los jueces para que no se oigan ni se vean las treinta causas abiertas a las que la formación de la calle Génova tendrá que enfrentarse en los tribunales desde este 2024 y Dios sabe hasta cuándo, ni se siga hablando de los comportamientos sospechosos de las familias Feijóo y Ayuso en Galicia y Madrid, donde no hay paraguas para semejante lluvia de millones públicos. Para echar una cortina de humo a tanto fuego, los conservadores preparan en su sede reformada con dinero negro una querella contra el PSOE por corrupción y la presentan en la misma Audiencia Nacional que les ha condenado ya tres veces como beneficiarios de la red Gürtel. Claro, que hablen de eso o de financiación ilegal quienes se sabe que han acudido dopados económicamente de manera ilegal a innumerables elecciones, con fondos logrados a cambio de adjudicaciones diversas, o que califiquen de gobiernos delictivos quienes los formaron con gente como Rato, Matas, Mato, Zaplana, Fernández Díaz y un largo etcétera, es un acto de cinismo superlativo, llevado a cabo en la confianza de que no les van a faltar altavoces, que para eso los pagan. Cualquier día convocan una rueda de prensa y comunican que ya han descubierto quién es M. Rajoy: Pedro Sánchez.
Al frente del PP no está el que va delante, que cada vez parece más cerca de dejar de no ser presidente porque él no quiere a no serlo porque no le van a dejar los suyos, que a este paso se lo quitarán de en medio igual que lo pusieron a él donde está: de un empujón por la espalda como el que le dieron a su antecesor, Pablo Casado. La que parece que manda ahí es la presidenta de la Comunidad de Madrid, que huye hacia delante a grandes zancadas, tratando de dejar atrás la cifra que la persigue, siete mil doscientos noventa y uno, que es un ejército de fantasmas considerable, y las informaciones que señalan a madres, padres, hermanos, novios y ex novios suyos como presuntos beneficiarios de actos reprobables que la justicia decidirá si también fueron o son ilegales y en algún caso ya ha dicho que no, ya veremos en el resto y si eso la avala para seguir dando lecciones: su rasgarse las vestiduras, estando donde está y viniendo de donde viene, es de traca.
Que califiquen de gobiernos delictivos quienes los formaron con gente como Rato, Matas, Mato, Zaplana, Fernández Díaz y un largo etcétera, es un acto de cinismo superlativo, llevado a cabo en la confianza de que no les van a faltar altavoces, que para eso los pagan
Si en el territorio de la política una palabra y un concepto han perdido aire en estos tiempos, es la ejemplaridad, que ni se produce ni se busca, al contrario, se echa tierra sobre ella con un cinismo superlativo que, como siempre ocurre en los reinos de la hipocresía, parte de la base de que quienes ven o escuchan sean fáciles de confundir y engañar: todo estafador cuenta con la ingenuidad o la inmoralidad de sus víctimas. Y ahí es la propia opinión pública la que debe aplicarse el cuento y no sentirse mera espectadora de la tragicomedia que representan las y los charlatanes, vendedores de mentiras y embaucadores que se acercan a los micrófonos a agitar el agua y enturbiarla para hacer pasar los tiburones por peces de colores y viceversa. Cuidado con ellos, que son el verdadero peligro. Que cada palo encienda su vela, hoy y siempre, pero que no se nos olvide quiénes son y qué han hecho quienes las encienden. A ver si vamos a confundir al envenenador con un médico.
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