La palabra medicalizar no existe; el verbo abandonar, sí

No se iban a morir igual y no iban a hacerlo ni tantos ni en tan malas condiciones. Esa es la gran mentira de la pandemia y es también la peor frase que ha salido de la boca de la presidenta de la Comunidad de Madrid, seguida de la que dijo el otro día, tratando de desacreditar la cifra de víctimas que la persigue, con un despectivo "siete mil novecientas no sé qué". No sabemos si la justicia encontrará responsables en la gestión de los geriátricos de Madrid y la catástrofe ya de por sí terrible que se vio agravada, sin ningún género de duda, a causa del protocolo del Gobierno regional que impedía sobre el papel el traslado de las y los ancianos de las residencias a un hospital, o si le darán carpetazo al asunto, que está al borde de prescribir, lo mismo que parece que se lo dieron los votantes que otorgaron a Isabel Díaz Ayuso la mayoría de la que disfruta en la Asamblea.

Lo que sí sabemos ahora, gracias a una información documentada de El País, es que “el Gobierno de Díaz Ayuso recibió al principio de la pandemia, el 18 de marzo de 2020, una lista de doctores voluntarios recopilada por el Colegio de Médicos de Madrid, pero se resistió a compartirla con el alto cargo que debía medicalizar las residencias de mayores. Carlos Mur, director general de coordinación socio-sanitaria, pidió auxilio al propio órgano colegial, que el 20 de abril le pasó el Excel con los teléfonos de 1.798 médicos. Entre la primera y la segunda fecha se produjo una debacle en las residencias de Madrid”. A la luz de lo que ocurrió, da escalofríos leer eso, porque vuelve a evidenciar algo siniestro: que el sacrificio de esas personas fue consciente: son viejos, salvemos a los más jóvenes. Nada, por desgracia, que no combine con el eslogan que se repetía a la ligera en los primeros tiempos de la ola de covid: sí, está muriendo gente, pero sólo quienes son muy mayores. Eso fue así y todos lo oímos.

El sacrificio de esas personas fue consciente: son viejos, salvemos a los más jóvenes

La falta de respeto por los mayores es una de las corrupciones morales de esta época bárbara. La idea que expresan reiteradamente algunos políticos de que la Sanidad pública, el gasto farmacéutico o las pensiones son insostenibles es otro modo de pedir a las y los contribuyentes de más edad que se mueran de una vez y dejen de ocasionar molestias. Así de duro y así de real. Las civilizaciones cultas se basaban en la adoración de los mayores, se los consideraba la fuente de la sabiduría y la experiencia, aparte de la razón de que estuvieran aquí los que vinieron después. Ahora se los considera un estorbo y cuidarlos se ve, a menudo, como una obligación lacerante. Hemos avanzado hacia atrás y por eso las sociedades neoliberales son tan despiadadas. La sentencia “es ley de vida” se ha transformado en una condena a muerte.

Lo he dicho en otras ocasiones: no seré yo quien llame asesina a la presidenta de la Comunidad de Madrid; pero sí creo que la grave negligencia o decisión cruel que se cometió en aquellos días funestos debería tener consecuencias y, tanto si es así como si no, hubiera sido deseable que ella, como máxima responsable de lo sucedido, en lugar de tratar de escurrir el bulto y hacer borrón y cuenta nueva hubiera admitido sus errores y sido más empática con las y los damnificados. Lo contrario, mostrarse tan irritada cada vez que le mencionan el asunto y pretender espantarlo a voces y taparlo con cortinas de humo, además de otras cosas que tal vez diluciden los tribunales, es inhumano. 

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