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Soberanías Meloni

Gorka Larrabeiti

La magnitud y el sentido de las noticias sobre Italia varía cíclicamente, como la corriente alterna. Esta semana, en la que Italia ha copado titulares por el chapucero y penoso show de la deportación de 16 migrantes a la Guantanamo italiana en Albania, también se ha sabido que el pasado verano el gobierno Meloni habría alcanzado un acuerdo por valor de 1.500 millones de euros con la sociedad Starlink, de Elon Musk, para usar sus satélites en las comunicaciones criptadas de las fuerzas de Defensa, el ministerio de Exteriores y los servicios de inteligencia, así como para proveer de banda ancha regiones del sur de Italia. La Comisión de Defensa del Parlamento italiano no estaba al corriente de esa negociación, que ha salido a la luz durante una investigación de una trama de corrupción por parte de la Fiscalía de Roma. 

Los picos de ambas noticias son opuestos. Del “modelo Albania” se ha hablado sin cesar; del “modelo Starlink”, apenas, menos, y en el extranjero, casi nada. En realidad, ambos casos revelan que la soberanía, según Giorgia Meloni, es oscilante: se dispara y se desvanece, misteriosa cual curva sinusoidal.

Del “modelo Albania” se ha hablado sin cesar; del “modelo Starlink”, apenas, menos, y en el extranjero, casi nada

Parecieran veinte, pero hace sólo dos años, recién formado el gobierno Meloni, llamó enseguida la atención que el ministerio de Agricultura, al frente del cual Giorgia puso a su entonces cuñado, Francesco Lollobrigida, y pasara a denominarse “Ministerio de Agricultura, Soberanía alimentaria y Bosques”. He ahí la primera aparición institucional de “Soberanía”, término fetiche del presidente Meloni, vocablo rey del nuevo relato. Desde entonces hasta en la sopa: soberanía energética,  soberanía de Ucrania, soberanía estratégica de la Unión Europea, soberanía incluso de las carnes italianas. 

Dos shocks –pandemia y guerra de Ucrania– habían servido en bandeja a Meloni la posibilidad de exprimir hasta la última letra la potencia de esa palabra. La Historia le había dado la razón y se la había quitado a quien, según ella, de modo simplón había leído el concepto desde un erróneo enfoque “autárquico”. Henchida de razón histórica, Meloni impuso un soberano giro en las políticas migratorias europeas, las cuales pasaron de estar centradas en la gestión de los movimientos internos a focalizarse en las fronteras externas.

¿De qué hablamos, sin embargo, cuando hablamos de “modelo Albania”? Se trata de dos centros donde encerrarán, como máximo, a 3000 personas, cuyo coste de construcción estaba estimado en 670 millones de euros, donde trabajarán hasta 500 policías italianos. La primera deportación de 16 personas en buque de guerra ha costado unos 200.000 euros y ha sido un fracaso en toda regla. Cuatro de esas 16 personas regresaron a Italia: dos por ser menores y otros dos porque declararon haber sido víctimas de violación en campos de concentración de Libia. Por si fuera poca figura di merda, un tribunal italiano negó el permiso para que se retenga a esas personas en un centro del exterior y ordenó que fueran trasladados a Italia. Total: la Guantanamo italiana en Albania hoy está vacía. Y probablemente esos centros se mantengan vacíos otros dos años, pues hasta 2026 no entrará en vigor el nuevo reglamento de reconocimiento del derecho de asilo que regula qué países son seguros. Por el momento, la sentencia del Tribunal de Justicia europeo que cita como base jurídica el Tribunal de Roma reconoce como país seguro sólo aquellos en los que no hay riesgo de persecución, tortura o tratamiento inhumano o de violencia en todo el territorio nacional. ¿Qué país de la ribera sur del Mediterráneo cumpliría esa condición? El conflicto del gobierno Meloni con la justicia está servido: jueces comunistas no nos dejan gobernar, persiguen a alguien que como Salvini ha defendido heroicamente las fronteras de la invasión. Se habrá malgastado un montón de dinero, pero el gobierno tiene leña para toda la propaganda invernal.

No, no hablamos de gestión de flujos migratorios, sino de una propaganda peligrosa que embiste contra los cimientos de la Unión Europea

¿De qué hablamos, por tanto, cuando hablamos de “modelo Albania”? Hemos visto que de una solución al problema migratorio, desde luego que no. El mismo día que deportaron a esas 16 personas, habían llegado otros 1100 a Lampedusa. No, no hablamos de gestión de flujos migratorios, sino de una propaganda peligrosa que embiste contra los cimientos de la Unión Europea. 

El security show, la espectacularización de las fronteras, la inventó Berlusconi hace más de 20 años: eran los días del “modelo Lampedusa”, que comenzaron el 20 de marzo de 2002 decretando la “emergencia” en todo el territorio italiano debido al “flujo masivo de extranjeros que llegaban irregularmente a Italia”. Luego llegarían las devoluciones (2004-2006). 2011 fue el año de la “inmigración cero”. Meloni, alumna avispada de la academia de dramaturgia política berlusconiana, reestiliza el formato. Crea nuevas fronteras en las fronteras. Espacialmente, el nuevo confín estaría en Albania, aunque también en Bruselas. Pero, esencialmente, la nueva linde está en el Derecho. El jurista Luigi Ferrajoli, que acaba de definir este primer episodio del show Albania como secuestro de personas (art. 605 del Código Penal), alerta de que este modelo acomete contra la histórica razón de ser de la Unión Europea: los campos de concentración, las alambradas, las discriminaciones, el racismo.

Ahora bien: hay que recordar que todo este security show no sólo produce rentabilidad política, sino también económica, arista de la que también se habla, sospechosamente, demasiado poco. Este tipo de reality favorece a empresas del campo de la seguridad (ver La campagna d’Albania, Report, Rai3, 2/6/2024) . 134 millones de euros se llevará la cooperativa MEDIHOSPES para gestionar esos campos albaneses. Esa misma cooperativa, cuyo origen está ligado a Comunione e Liberazione, es la más importante en este sector y está presente en los centros de nueve provincias italianas. He ahí la verdadera chicha del “modelo Albania”. 

Aunque antipatriotas jueces comunistas impidan erigir nuevas barreras contra la invasión de migrantes y aunque Elly Schlein, secretaria del Partido Democrático, denuncie el daño al erario público de esta operación, el presidente Giorgia anuncia un decreto ley para imponer ese modelo y ese efecto lager con el que espera ahuyentar migrantes de las costas mediterráneas y acoger votantes xenófobos. Mientras tanto, en el frente de seguridad interior, tranquilidad, no habrá invasión de carnes cultivadas: su producción y comercialización ya quedó prohibida. 

La soberanía está garantizada, aunque de modo alterno: de la información más reservada, sensible y secreta, lo ideal para Meloni, sería, al parecer, que se ocupara el monarca y amigo Elon Musk.

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Gorka Larrabeiti es profesor de español residente en Roma.

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