Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
El éxito secreto del Sínodo
La frase más repetida en estos tres años de Sínodo ha sido un eco persistente del papa: “El Sínodo no es un Parlamento”. He ahí, a mi juicio, la frase clave de este acontecimiento que tan poco interés ha despertado. ¿Qué otros modos existen para adoptar democráticamente decisiones? ¿Cómo ha logrado Francisco que se aprueben por mayoría de dos tercios todos los artículos del Documento Final del Sínodo? ¿Cómo ha conseguido el papa Bergoglio desactivar la lógica política de izquierda y derecha, progresismo y conservadurismo? ¿Cómo ha conseguido que en el ala progresista de la Iglesia haya quedado un sabor agridulce mientras en el ala reaccionaria reina un raro silencio? ¿Existen la magia, la suerte, los milagros?
Digamos, primero, que Francisco estaba bien escarmentado de lo sucedido en sus Sínodos anteriores. En el de la Familia (2015) el poderoso cardenal Pell envió una carta firmada por otro buen número de cardenales ultraconservadores quejándose de la falta de colegialidad y criticando que había ya decisiones tomadas de antemano. En vísperas del Sínodo de la Juventud (2018), First Things, portal de referencia de los ultraconservadores de EE.UU, publica una carta de un grupo de 18 sacerdotes jóvenes que piden que se cancele el Sínodo debido a la crisis de los abusos sexuales y alertan de los peligros de una modernidad “líquida” y de la revolución sexual. Un año después, en el Sínodo de la Amazonia, vándalos de la oposición a Francisco roban unas estatuas indígenas y las lanzan al Tíber, mientras el cardenal BrandMüller acusa a Francisco de sostener ideas heréticas y caer en la apostasía. El año pasado vísperas de la primera reunión en Roma de este Sínodo de la Sinodalidad, se publica un libro –El Proceso sinodal es una caja de Pandora– escrito por dos activistas ultratradicionalistas, el chileno José Antonio Ureta y el peruano Julio Loredo de Izcue, que se envía a delegados del Sínodo y miembros de la curia. En el prólogo de dicho libro, el cardenal ultraconservador Raymond L. Burke infunde terror diciendo de que las reformas del Sínodo pueden “demoler la Santa Madre Iglesia”.
El Sínodo se venía explosivo y hacía falta artificieros expertos porque Francisco tenía claro que había que evitar a toda costa la clásica dialéctica gobierno/oposición. La primera sorpresa fue relativa a la organización del tiempo y el espacio. En lugar de las bancadas parlamentarias de izquierda y derecha, en el aula Pablo VI se dispusieron 36 mesas redondas de diez personas: progresistas y ultraconservadores debían compartir el espacio y el tiempo. Las intervenciones serían de máximo 3-4 minutos seguidos de una oración. Luego otros tres, y oración. Esas “conversaciones en el Espíritu” estarían moderadas por un experto-facilitador, que ayudaría a escribir conclusiones.
La comunicación ha sido otra clave del manejo del artefacto sinodal: el papa Bergoglio no sólo impone el secreto de todo lo tratado dentro del Sínodo (“Esto no es un programa de televisión en el que hablamos de todo”) sino que ya en la apertura de la Asamblea el papa avisa a los periodistas de que les hace falta “una ascesis”, “un cierto ayuno de la palabra pública para custodiar esto”. Dicho laicamente, el papa impone dos censuras: una interna, dura y pura, y otra externa, más sutil, una autocensura de los profesionales de información. Dicho sinodalmente, el papa impone “la prioridad de la escucha”.
Si este Sínodo había despertado tanta ilusión fue por su duración y alcance. El proceso sinodal se abrió en octubre de 2021 y estaba organizado como un movimiento de abajo a arriba con participación laica. Comenzaba con una fase diocesana (octubre de 2021 – abril de 2022), a la que sucedía una fase continental (septiembre de 2022 – octubre de 2023) y concluía en una fase de Iglesia Universal con dos Asambleas (octubre de 2023 y 2024), fase ésta de arriba a abajo. El Synodal Weg de la Iglesia alemana en el que participaron 230 delegados entre obispos, sacerdotes, laicos y laicas había aprobado las bendiciones de parejas del mismo sexo, modificaciones al celibato sacerdotal, cambios en el papel de la mujer con una especial atención al diaconato femenino y a la posibilidad su ordenación sacerdotal. Demasiado lejos para un Francisco que ya les había dicho en 2019 que por ahí no, que ese camino acarrearía “un cristianismo ‘gaseoso’ sin mordedura evangélica”, y que “hay momentos duros, tiempos de cruz” y que los hermanos deben estar unidos “porque si entre ellos pelean los devoran los de fuera”. Los temas sexuales, los que hacen que la Iglesia lleve ese famoso retraso de 200 años, se impusieron desde abajo al Sínodo pero era preciso impedir que se hablara sólo de ellos. El Sínodo debía ir más de método que de temas.
Para que la Iglesia, la institución más conservadora del mundo –paradójicamente 'semper reformanda'– siga creciendo sin jamás romperse y siga siendo una, las normas y el método de los Parlamentos no valen. El secreto del éxito del Sínodo es otra cosa: llámalo Espíritu Santo
En la ceremonia de apertura, Francisco se estrenó como a él le gusta más, con una anécdota: “Recuerdo que fui secretario en uno de estos Sínodos, y el Cardenal Secretario ―buen misionero belga, muy bueno― cuando yo preparaba lo necesario para las votaciones venía a mirar: ¿Qué estás haciendo? ―Lo que se tiene que votar mañana― ¿Qué es? No, esto no se vota ―Oiga, pero es sinodal― No, no, esto no se vota.”
Resulta, sin embargo, que él ha hecho algo parecido en este Sínodo. En marzo de este año Francisco escribió al Secretario General del Sínodo, cardenal Mario Grech, para decirle que había ciertas cuestiones teológicas del Sínodo que exigían un estudio en mayor profundidad y que se debatirían en 10 Grupos de Estudio. El tema del celibato obligatorio había –misteriosamente– desaparecido, aunque hubiera sido objeto de discusión en la primera fase del Sínodo. El Grupo 5, el único la identidad de cuyos miembros quedaba bajo secreto, abordaría la polémica cuestión del diaconato femenino. En mayo, Francisco, durante una entrevista con la cadena CBS, avisó: “Si se trata de diáconos con la Orden sagrada, no”. El papa desactivaba así, sin tener en cuenta al Sínodo, las esperadas bombas mediáticas.
Durante la Segunda Asamblea del Sínodo, celebrada recientemente en Roma, ese Grupo 5 focalizó la atención mediática porque hubo filtraciones a la prensa. Parecía que esa cuestión se trataría el día 18 de octubre. 100 delegados acudieron a aula para ver qué proponía el Grupo 5. Se esperaba que acudiera el cardenal Tucho Fernández, responsable del Dicasterio para la Doctrina de la Fe –el Santo Oficio– ; en cambio, recibieron a los asistentes dos funcionarios de dicho Dicasterio, los cuales entregaron a los delegados medio folio invitándoles a enviar sus opiniones a un correo electrónico. El enojo de muchos asistentes fue considerable, lo cual obligó al cardenal Fernández a dar explicaciones de su ausencia. Al cabo de seis días, el cardenal Fernández compareció y de manera excepcional se hizo público lo tratado. Fernández reiteró entonces lo dicho por el papa: la cuestión del diaconato femenino sagrado no estaba “madura”. La última palabra no está dicha y los Grupos de Estudio seguirán operativos hasta junio de 2025.
¿Qué queda, por tanto, del aquella “pesadilla tóxica” de Sínodo que anunció el ultraconservador cardenal Pell? Pues 48 páginas de Documento Final recibidas con poca polémica, sensaciones agridulces y boscoso silencio. Thomas Reese SJ, ex director de la revista jesuita America, explica la falta de barullo: “Al sacar Francisco de la agenda los asuntos controvertidos, los conservadores no tienen de qué quejarse. Básicamente, pueden cantar victoria”. Es verdad que ha habido avances sustanciales: habrá más controles económicos (Documento Final, § 102), mayor descentralización (§ 129), mayor control de la Curia (§ 135), , muchísimo más papel y poder de los laicos, muchísimo más papel para la mujer como gestora y formadora (§ 60). (Precisamente ahí, entre las líneas del § 60, se deja entreabierta la puerta al diaconato femenino). Es cierto asimismo que ha cambiado mucho el perfil de los participantes. Entre los 365 delegados destaca el número de mujeres (85, 54 de las cuales con derecho a voto por primera vez), la presencia de laicos, y el claro predominio de personas no europeas.
Pero lo que queda más claro es que para que la Iglesia, la institución más conservadora del mundo –paradójicamente semper reformanda– siga creciendo sin jamás romperse y siga siendo una, las normas y el método de los Parlamentos no valen. El secreto del éxito del Sínodo es otra cosa: llámalo Espíritu Santo.
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Gorka Larrabeiti es profesor de español residente en Roma.
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