Stefano Liberti, el periodista que 'bucea' en el Mediterráneo: “Comeremos cangrejos azules”
Cambia lo superficial, cambia también lo profundo. El Mediterráneo está cambiando muy rápido. Stefano Liberti, periodista de los buenos, ha hecho otro viaje —éste es el sexto— para contar cómo, por qué y qué efectos están teniendo esos cambios. Y sobre todo cómo se las apaña la gente de mar que es la primera que los ha visto y los sufre. Aunque Tropico Mediterraneo. Viaggio in un mare che cambia (Laterza, 2024) tiene dos etapas que tocan la Península Ibérica –Gibraltar y el Mar Menor– aún carece de traducción.
Antes de hablar de tu libro, hablemos de la fatídica actualidad. ¿Qué pensaste al ver los efectos de la DANA en Valencia?
Pensé que vivimos en una especie de disociación colectiva: nos empeñamos en en no ver los efectos inmediatos del calentamiento del mar Mediterráneo. Ver esas imágenes de devastación, sufrimiento y muerte, debidas en gran medida a la subestimación de un fenómeno que había sido incluso previsto, me hizo reflexionar sobre cuánto miedo tenemos de reconocer que el escenario climático en el que vivimos ha cambiado profundamente. El clima mediterráneo, que nos acompañó en nuestra infancia y que siempre fue templado, ya no existe. Ahora estamos en un clima subtropical, en el que eventos como la DANA o los llamados "medicane", o sea, los ciclones mediterráneos, serán cada vez más frecuentes e intensos. El Mar Mediterráneo, que durante siglos fue un gran regulador del clima en nuestra área, se ha convertido en una bomba de relojería, que de vez en cuando lamentablemente estalla. Duele que para tomar conciencia sea preciso pasar por desastres y muertes. Probablemente, la próxima vez a la comunidad valenciana, o igualmente a las comunidades cercanas a lo largo de la costa mediterránea española, no les pillará desprevenidas: prepararán de antemano mecanismos de alerta, cerrarán escuelas, oficinas, tiendas. Evitarán lo peor. Eso es lo que ocurrió en Emilia-Romaña: tras las catastróficas inundaciones de 2023, las de septiembre de 2024 se enfrentaron con mayor cautela, de manera que sólo provocaron una víctima.
Trópico Mediterráneo es fruto de un viaje. En todos los viajes verdaderos, uno cambia. ¿Cómo has cambiado y cómo has visto cambiar al Mediterráneo?
No sé cuánto he cambiado yo. Desde luego, he adquirido una mayor conciencia del papel que tiene el mar en nuestras vidas, así como de lo mucho que depende el bienestar – y en lo venidero, los agobios – de quienes vivimos a su alrededor de este mar cerrado y, a su manera, milagroso. Porque es un mar que existe solo gracias a un canal de apenas 13 kilómetros que lo alimenta. El Mediterráneo está en un déficit permanente de agua y, si no fuera por el estrecho de Gibraltar que deja entrar el agua del Atlántico, se secaría. Este milagro no solo ha regulado el clima durante millones de años, permitiendo el desarrollo de civilizaciones prósperas en sus costas, sino que también es un tesoro de biodiversidad. Aun representando apenas el 0,7% de las aguas globales, el Mediterráneo alberga el 7,5% de las especies marinas. El problema es que todo ello está cambiando: el Mediterráneo se encuentra ante una profunda transformación, una verdadera metamorfosis que se manifiesta tanto en las altas temperaturas como en las cientos de nuevas especies invasoras que lo colonizan, desplazando a las especies autóctonas.
En todo viaje hay etapas que permanecen más grabadas, así como remordimientos por etapas no realizadas.
El viaje que realicé fue largo y fragmentado, y me permitió conocer a muchas personas y comunidades bien distintas, pero unidas por un rasgo común. A pesar de los conflictos entre países y las crecientes dificultades impuestas por los gobiernos para impedir el movimiento de personas entre las dos riberas del Mediterráneo, hay una cultura y una mentalidad mediterránea que sigue siendo muy fuerte. En cada uno de los lugares que visité, me sentí como en casa. Me hubiera gustado viajar más por la orilla sur, pero las guerras y la inestabilidad que afecta a gran parte del norte de África limitaron por desgracia mis desplazamientos en esa zona.
Este es un libro que tiene como protagonistas a diversos científicos. En un contexto en el que proliferan terraplanistas y los ovnis son reales, pero no los pájaros, ¿cómo se defiende la Ciencia?
Durante mis viajes, he conocido a muchos científicos: climatólogos, oceanógrafos, físicos de la atmósfera y un gran número de biólogos marinos. Hay una comunidad científica vivaz que está estudiando los cambios en el Mediterráneo, que hace estudios comparativos y que lanza alarmas preocupantes sobre las consecuencias de estos cambios. Sus proyectos cuentan con el apoyo económico de los gobiernos. Y sin embargo, cuesta mucho tomar decisiones que puedan mitigar estos cambios. Es como si el mar les quedara demasiado lejos y se pensara que su mutación no nos afecta para tanto. Desde este punto de vista, diría que más que negacionismo es cosa de desatención. Nadie niega que los cambios estén ocurriendo, sólo que les cuesta ver el impacto que pueden tener en todos nosotros.
Otra de las columnas de este libro parece la social. Los cambios del Mediterráneo están afectando a enteras cadenas de producción.
Los ejemplos que cito en el libro de la invasión de cangrejos azules en Túnez y la crisis paralela desatada hoy en el Delta del Po debido a una especie parecida que proviene de una zona distinta resultan paradigmáticos. El Portunus segnis, que llegó del Océano Índico, ha ocupado todo el ecosistema marino costero del sur de Túnez y lo ha colonizado, dejando a los pescadores en la ruina. Estos pescadores ya no tenían medios para pescar y vendieron sus barcos a los traficantes de personas. Entonces los jóvenes emigraron en masa hacia Lampedusa. He ahí un ejemplo de una crisis ambiental que se convirtió en crisis social y, a su vez, en una fractura generacional.
Ahora bien, luego sucedió algo: el gobierno tunecino, junto con los científicos y los pescadores, elaboraron una estrategia de gestión. Implementaron un programa de incentivos fiscales para quienes quisieran invertir en la transformación del cangrejo azul, proporcionaron redes especiales a los pescadores y también incentivos económicos. Total: hoy en Túnez hay 51 plantas industriales que procesan cangrejo azul: lo venden cocido, troceado y enlatado por toda Asia. Los pescadores que habían vendido sus barcos los han vuelto a comprar y ahora exigen que la pesca del cangrejo azul sea regulada y sujeta a períodos de veda biológica, porque temen perder la fuente de ingresos. Este es un ejemplo de una adaptación positiva, un cambio de industria logrado mediante la creatividad y la colaboración entre actores públicos y privados, con el aporte fundamental de la ciencia. Lo mismo podría hacerse en Italia, donde la llegada del Callinectes sapidus ha destruido las cosechas de almejas. Probablemente se logrará. Pero para ello es necesaria la colaboración de la que hablaba antes entre agentes públicos y privados, entre los diferentes interesados que se ponen de acuerdo para encontrar un camino común que beneficie a todos.
Es como si el mar les quedara demasiado lejos y se pensara que su mutación no nos afecta para tanto. Desde este punto de vista, diría que más que negacionismo es cosa de desatención
En el libro se habla de una "segunda revolución copernicana".
La segunda revolución copernicana es una expresión que tomé de una jurista española, Teresa Vicente, quien tuvo la idea innovadora y visionaria de impulsar el reconocimiento de un estatus jurídico al Mar Menor, la laguna salada en la provincia de Murcia que en los últimos años ha sufrido diversos fenómenos de anoxia y degradación ambiental.
Tras un episodio bastante grave en 2019, esta profesora de derecho de la naturaleza lanzó una recolección de firmas para transformar al Mar Menor en un sujeto que pudiera reivindicar sus propios derechos. Al cabo de pocas semanas, y pese a que fue durante el COVID, la profesora y sus colaboradores recabaron 640.000 firmas. Las llevaron a Madrid y la ley de iniciativa popular fue aprobada en las Cortes casi por unanimidad. Hoy el Mar Menor es el primer ecosistema en Europa con un estatus jurídico, siendo sujeto y no solo objeto de derecho. Vicente está convencida de que esta experiencia abrirá nuevas vías de derecho en Europa y, en este sentido, habla de una segunda revolución copernicana. La primera evidenció que la Tierra gira alrededor del Sol y no viceversa, y que, por lo tanto, nuestro planeta es parte y no el centro de un sistema más amplio. La segunda debería referirse al ser humano, el cual no ha de considerarse centro del ambiente en el que vive, sino un mero habitante que, al igual que todas las demás especies animales y vegetales, debe contribuir al mantenimiento y la regeneración de este ecosistema y no a su destrucción.
¿Es utópico pensar que el Mediterráneo pueda un día llegar a ser igual que el Mar Menor un sujeto jurídico?
Creo que esta es la única vía. Extender el ejemplo del Mar Menor a toda la cuenca mediterránea. Por lo demás, en la laguna de Murcia presenta se hallan todas las criticidades que se encuentran a mayor escala en el Mediterráneo: sobreexplotación, contaminación, calentamiento y depósito de residuos de actividades antrópicas tales como la agricultura industrial o el exceso turístico. La esperanza es que no se haya de esperar a sufrir un colapso ecológico como ocurrió en el Mar Menor para cambiar de rumbo en el Mediterráneo. Tan sólo estableciendo una nueva relación con nuestro mar, que tienda al equilibrio y a la tutela de los ecosistemas en vez de a su explotación, podremos transformar esta crisis en una oportunidad.
Hemos tratado de la crisis ecológica y social. ¿Y la política? ¿Existen instituciones multilaterales que tengan al Mediterráneo como objeto de trabajo?
Existe la Comisión General de Pesca del Mediterráneo (CGPM), establecida en 1949 entre los distintos países que bordean el Mediterráneo y el Mar Negro. Es una institución importante que debe afrontar todas las dificultades de los organismos multilaterales, al verse obligados a lidiar con los intereses divergentes de sus diferentes miembros. Pese a ello, la CGPM ha logrado establecer algunas zonas de restricción total de la pesca, particularmente en el mar Adriático, lo que marca un punto de inflexión importante en el enfoque extractivo que caracteriza la relación de los estados con el mar. Tanto la fosa de Pomo entre Croacia e Italia, establecida en 2017, como la del Canal de Otranto entre Italia y Albania, establecida hace solo unos días, son ejemplos halagüeños de un nuevo enfoque.
Además, ambas decisiones fueron el resultado de un proceso participativo que involucró a los principales interesados: no solo a los gobiernos, sino también a los científicos y, sobre todo, a los pescadores, que hoy son quienes con más ahínco apoyan el área de restricción de la fosa de Pomo, puesto que han visto que no pescar en esa zona protegida ha acarreado una regeneración rápida de las especies de la que han salido beneficiados enseguida.
Uno podría pensar antes de leer el libro que se encontrará con el clásico texto alarmista y apocalíptico que lo dejará deprimido. Sin embargo, siempre relatas casos tal vez minoritarios pero virtuosos de resistencia.
Creo que siempre es necesario tener un enfoque constructivo. Es cierto que hoy nos encontramos en medio de una crisis climática que pone en tela de juicio muchas de nuestras certezas. Pero también es cierto que esta crisis puede y debe ser una señal para cambiar nuestro modelo de desarrollo, para tener una relación más armónica con los ecosistemas y protegerlos. En cierto sentido, debemos considerarla una oportunidad para revisar muchos de nuestros comportamientos. El mar Mediterráneo, de alguna manera, es la avanzadilla de esta crisis, porque la crisis se manifiesta de forma muy llamativa. A lo largo de sus costas he conocido a mucha gente que se esmera para que se les ocurran soluciones de adaptación, y que pelea para fortalecer las zonas de restricción de la pesca industrial y para promover un uso más sostenible de los recursos. A esta gente la considero pionera, ejemplos que anuncian un camino que, tarde o temprano, tendremos que emprender también la mayoría.
Impacta esta visión que ofreces del Mediterráneo como un cuerpo contaminado que lucha por respirar. ¿Es un bioma en estado terminal? ¿Qué cuidados necesita de inmediato?
El Mediterráneo está en una crisis profunda, esto es innegable. Pero no está en estado terminal. El mar tiene una gran capacidad regenerativa, y eso es alentador. El estado degradado de nuestro mar es el resultado de varios factores: por un lado, el calentamiento global, que afecta de manera más radical a un mar cerrado; por otro, la sobreexplotación humana y la contaminación, que son factores más locales. Creo que hay que actuar sobre todos ellos. Es preciso reducir las emisiones que alteran el clima para frenar el calentamiento global, pero, sobre todo, hay que reducir a nivel local la sobreexplotación y la contaminación. Creo que limitar al máximo la pesca industrial en nuestro mar debe ser un punto de partida necesario.
He visto cangrejos azules en la pescadería, pero nunca los he comprado. ¿Se podría hablar de una especie de xenofobia hacia las variedades que vienen de lejos?
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No lo llamaría xenofobia, sino falta de conocimiento. Cada nuevo hábito alimenticio es un cambio cultural que requiere tiempo. Piensa que el tomate fue traído a Europa por Hernán Cortés en el siglo XVI y hubo que esperar doscientos años para que entrase en la gastronomía. Creo que, al final, nos adaptaremos. Y si ya no hay almejas porque han sido devoradas por los cangrejos azules, comeremos cangrejos azules.
Hay un hilo muy coherente en tu trabajo. De las migraciones a la tierra, de la tierra a la comida, de la comida al cambio climático en la tierra, y luego en el mar. ¿Próximo viaje?
Diría que el hilo conductor de mi trabajo es contar historias de personas: cómo impactan en la vida de la gente los grandes movimientos de la globalización, cómo la transforman y desencadenan a su vez otros fenómenos. No sé adónde me llevará el próximo viaje, pero de algo sí que estoy seguro: seguiré contando cómo vive la gente.