¿Quién es ahora el sinvergüenza?

Héctor Delgado Fernández

Luego de haberse dejado la voz, el corazón y el alma en su intervención en las Cortes Valencianas del pasado 21 octubre de 2010, Mónica Oltra, representante del grupo Compromís, recibió la asonada reprimenda del señor Rafael Blasco. Pero lejos de aclarar el trasfondo de las acusaciones vertidas por Compromís, Rafael Blasco se limitó a tachar de sinvergüenza a la portavoz adjunta del grupo; y todo ello, al calor de los fervorosos aplausos con que los demás militantes del PP allí reunidos acogieron las palabras del diputado. ¿Desviar fondos públicos destinados a los países en vías de desarrollo? ¡Malévola difamación, de seguro inventada para dañar su irreprochable labor como consejero de Solidaridad! ¿Lucrarse a costa de los más desfavorecidos? ¡Calumnias infundadas y maledicentes habladurías! Y claro está: tanta farsa e impostura, bien le merecía a la portavoz de Compromís el calificativo de sinvergüenza. ¿Cómo tan venerable varón, de intachable catadura y dilatada experiencia política, podría acatar estoicamente esa sarta de falsedades? ¡Así se entiende su denuedo y altanería hacia la representante de Compromís, a quien, durante la intervención, no dudó en señalar con el dedo, en un gesto sin par de chulesco perdonavidas! ¿Quién es la señora Oltra para sugerir las acusaciones de malversación y desvió de fondos públicos? ¿Qué potestad moral detenta el grupo Compromís frente al mastodóntico PP, en donde bondad, humildad y responsabilidad han sido incondicionalmente puestas al servicio del bien común? ¿Quién, con dos dedos de frente, osaría poner en duda la palabra del venerable consejero?

Si como casi siempre, el aplauso caluroso de su partido acudió solícito para desacreditar las atrevidas afirmaciones de la portavoz de Compromís y, de ese modo, preservar al consejero de tan graves acusaciones que, a la sazón, podrían pesar como un baldón imborrable sobre la imagen del respetado varón, esta vez, ha sido la Justicia quien se ha encargado de sofocar los aplausos del grupo popular, condenando al señor Blasco a ocho de prisión y veinte de inhabilitación.

Con todo, la condena no deja de ser algo anecdótico, si lo comparamos con la gravedad de los delitos imputados y, sobre todo, con la indecencia exhibida por Rafael Blasco a la hora de apropiarse de las ayudas para la cooperación y el desarrollo en Nicaragua, con la única finalidad de lucrarse en sus negocios privados.

A lo menos, cabría tachar al señor Blasco de individuo deleznable, deudor del más hondo desprecio e insolidaridad hacia los más necesitados. Y es que, urdir una trama para enriquecerse merced al sufrimiento y la miseria ajena, merecería algo más que la cárcel: la descalificación y el oprobio público. Una cosa es amasar una fortuna especulando con el precio de terrenos y viviendas, y otra muy distinta apropiarse furtivamente de las ayudas destinadas a los más desamparados para invertirlas en pisos y plazas de garaje.

¿Cuántas vidas habrá costado la codicia desmedida del señor Blasco? Jurídicamente resulta difícil probar esta suposición, pero políticamente el señor Blasco es responsable de las víctimas potencialmente vinculadas a su afán de lucro. Más allá de su imagen envilecida, en lo más profundo de su conciencia y turbado por el oscuro remordimiento, el diputado debería saberse culpable del dolor ocasionado a aquellas vidas ajenas, desbaratadas por su codicia y la de sus compinches.

A lo sumo, si no es el propio diputado quien así lo entiende, la sentencia del tribunal podría al menos mover a una condena explícita de semejantes prácticas por parte de la cúpula del PP o movilizar a su electorado en la denuncia sin ambages de tan abominable conducta. Si bien es cierto que la Justicia ha dictaminado su sentencia, ello no obsta para que, una vez más, la conducta de los políticos contribuya a ahondar en el desapego de la ciudadanía hacia los representantes públicos. La redundancia de políticos envueltos en casos de corrupción agrava la crisis de confianza en las instituciones democráticas. Y cuando a la desconfianza y el recelo, se les une la repulsa y el hastío, el resultado es un peligroso cóctel de sentimientos enfrentados, cuyo corolario bien podría ilustrarse con los gritos de uno de tantos ciudadanos que, harto e indignado de tanto mangoneo, arremetía contra el diputado el pasado enero a la salida del tribunal, lanzando la propuesta de penderlo en la plaza del Ayuntamiento “t'hem de vore penjat en la plaça de l'Ajuntament!” ¿Sinvergüenza? Visto lo visto, la portavoz de Compromís se quedó corta en su intervención y, tal vez, por el respeto debido a las instituciones, se guardó en la pechera el calificativo más acorde para designar al señor Blasco: ¡Caradura redoblado!

Digámoslo sin tapujos: ¡ladrón enfundado en traje y corbata! Y que al pronunciarlo alto y claro nos sobrevenga una especie de efervescencia, una suerte de regocijo imaginando que este tipo deleznable se pudrirá unos cuantos años entre rejas y cuando salga – si sale- el tiempo se encargará de borrar cualquier huella de su existencia en este mundo. ¡He ahí la sola justicia que logrará resarcir a los damnificados de la tierra!

Héctor Delgado Fernández es socio de infoLibre

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