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Grecia sigue sola: no habrá ni reestructuración ni quita de su deuda
“Creo que hemos dado un gran paso adelante”. “Hay luz al final del túnel”. Al término de la cumbre del Eurogrupo, el jueves por la noche, los tuits de los responsables europeos se multiplicaban. Todos se felicitaban por el “gran acuerdo” alcanzado sobre Grecia: por fin los acreedores europeos habían alcanzado el consenso necesario para conceder al país una ayuda de 8.500 millones de euros que hace meses que esperaba Atenas.
En la práctica, el “gran avance” es el cumplimiento estricto de los términos recogidos en el plan de rescate, de 86.000 millones de euros, firmado en julio de 2015. En aquel momento se determinó que Europa abonaría 7.000 millones de euros a Grecia con el fin de ayudarla a devolver las deudas que vencen en el verano de 2017. Ahora, si los responsables europeos han vuelto a reinterpretar el drama perfectamente conocido desde el principio en la zona euro –reuniones interminables, tergiversaciones–, lo han hecho únicamente para arrancar, chantajeando al Gobierno griego, nuevas concesiones, nuevas reformas que implican más austeridad y una todavía mayor reducción del gasto, medidas inicialmente no previstas. Porque ¿quién iba a creerse, ni siquiera por un momento, que los responsables europeos, como principales acreedores de Atenas, dejarían quebrar al Gobierno griego, con el riesgo que lleva aparejado de provocar una nueva crisis en la eurozona?
Ya que ése es exactamente el objetivo del “gran acuerdo” obtenido por los socios europeos el jueves: las ayudas abonadas a Grecia irán destinadas directamente a satisfacer a los acreedores, como de costumbre. Los europeos van a desbloquear de forma inmediata 7.400 millones de euros para que el Gobierno griego pueda devolver los créditos contraídos con el Banco Central Europeo (BCE), con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y con los inversores privados por la deuda restante. La suma prometida restante –unos mil millones– no se desbloqueará hasta que los acreedores hayan comprobado que Atenas ha cumplido las condiciones exigidas y aplicado las reformas requeridas.
El resto permanece igual: los europeos siguen manteniendo a Grecia con la cabeza apenas fuera del agua, lo imprescindible. Nada de condonación de la deuda, nada de reestructuración a la vista a corto plazo. Los europeos únicamente se comprometen a volver a estudiar el montante de la deuda helena (180% del PIB) al acabar el plan, es decir, a finales de 2018. Ése es exactamente el calendario deseado y anunciado por el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, en la anterior reunión del Eurogrupo.
Para el Gobierno griego, la derrota es estrepitosa. A cambio de esfuerzos ímprobos con el objetivo de respetar ratios desorbitados de superávit presupuestario –el 3,5% del PIB–, de medidas cada vez más impopulares que le llevan a encontrarse políticamente pendiente de un hilo, esperaba conseguir algún apoyo por parte de sus acreedores que permitiesen que el país volviese a despegar. Pero, una vez más, vuelve con las manos vacías, sin poder prometerle a la ciudadanía la menor escapatoria a una austeridad que no tiene fin.
El hecho de no haber podido obtener el menor alivio de la deuda no sólo supone una derrota política y un problema a largo plazo, también es una cuestión de supervivencia inmediata: Grecia, que es el país de la zona euro que más lo necesita, se encuentra excluida del programa de recompra de deuda del BCE, porque no cumple las condiciones de endeudamiento exigidas. Sin esta garantía como último recurso del Banco Central Europeo, Atenas no puede acceder a ningún mercado financiero, a ningún inversor exterior. Resulta imposible encontrar capital para relanzar una economía totalmente hundida –el PIB se ha desplomado un 30% en siete años–, para limpiar y restaurar un sistema bancario en quiebra, lastrado por carteras de deuda incobrable que no hacen sino acumularse a medida que continúa la crisis.
Esta reunión del Eurogrupo es más cruel si cabe para el Ejecutivo griego porque supone el alineamiento de los responsables europeos con respecto a los duros posicionamientos defendidos por Alemania. Todos los aliados en los que Grecia esperaba poder confiar o han resultado tener poco peso frente a Berlín o le han fallado.
En cualquier caso, el apoyo de Francia le ha sido de poca ayuda. En los últimos días, el Elíseo no se ha esforzado por respaldar la causa del Gobierno griego ni por tratar de abrir una nueva página de la crisis de la zona euro. Emmanuel Macron, cuando decía que la condonación de toda o de parte de la deuda griega era “inevitable”, como repitió en varias ocasiones, multiplicaba los gestos y las proposiciones a favor de Alexis Tsipras. La víspera de la cumbre europea, el Ministerio de Economía volvía a hablar incluso de la posibilidad de emitir obligaciones vinculadas al crecimiento, para insuflar una bocanada de aire fresco a la economía griega y de relacionar la suerte de los acreedores a su recuperación. La proposición ya la avanzó hace dos años por Yanis Varufakis, efímero ministro de Finanzas del Gobierno de Syriza.
A su llegada a la cumbre del Eurogrupo, el nuevo ministro de Economía, Bruno Le Maire, defendía propósitos marciales: “Vengo con una determinación total para alcanzar un acuerdo sobre la cuestión de la deuda griega”. El resultado demuestra que contundentes palabras no bastan para invertir el curso de las cosas, que en materia de negociación europea solo cuenta la correlación de fuerzas. Y Alemania se ha erigido reina: es la que marca los tiempos europeos, por echar mano de una expresión recurrente en el Elíseo de Macron. Francia, si quiere tener otra vez peso en Europa, debería aprender la lección.
Apoyo del FMI
Pero el abandono más amargo para Atenas, sin duda, ha sido el del FMI. Desde el comienzo de la crisis, Grecia mantiene relaciones tormentosas con la institución internacional. Sobre el terreno, los emisores de fondos, que dictan sus condiciones y sus remedios feroces, a menudo han sido contestados, por no decir vapuleados, por los Gobiernos griegos sucesivos. Pero al mismo tiempo, Atenas ha escuchado atentamente las confesiones del FMI, reconociendo paso a paso, a la vista de los catastróficos resultados obtenidos, que se había equivocado desde el principio en el tratamiento de la crisis griega. Tener a su lado a un aliado de semejante peso que también reclamaba la revisión del programa, que condicionaba su apoyo financiero al alivio de la deuda y al descenso de los delirantes ratios de superávits presupuestario... permitía que el Gobierno griego tuviese la sensación de que no se encontraba completamente aislado.
Esta ilusión acaba de disiparse. Berlín y el FMI, como hacía suponer el encuentro entre Angela Merkel y Christine Lagarde de febrero, han encontrado un marco de entendimiento. En la reunión del Eurogrupo, Christine Lagarde se sumó con todo el equipo a la posición defendido por los europeos y les apoyó. El FMI ya no reclama una condonación de la deuda, la reducción de las condiciones presupuestarias, a cambio de su participación. La única promesa de que los acreedores europeos volverán a analizar el problema, al término del plan de rescate, a finales de 2018, de momento le basta, como confirmó Christine Lagarde al término de la reunión: “Propondré al comité ejecutivo del FMI aprobar el principio de un nuevo acuerdo con Grecia. El acuerdo [alcanzado en el Eurogrupo] permite tomarse más tiempo para negociar sobre los niveles necesarios de alivio de la deuda”.
En la práctica, la participación del FMI en el plan de rescate de la Grecia es puramente formal. El Fondo se compromete a aportar dos mil millones en ayudas, pero una vez que los europeos hayan alcanzado un acuerdo y puedan proponer un proyecto de alivio de la deuda que resulte creíble. Pero esta palabra basta: lo importante para los europeos era hacer que el FMI se subiese a bordo del plan de rescate. Alemania y Países Bajos, ambos, habían condicionado su ayuda a Grecia a la participación del FMI. Con el compromiso de la institución, pueden participar también ellos en el plan de ayuda, sin renunciar a sus compromisos políticos.
Algunos observadores quieren creer que el acuerdo del Eurogrupo sólo es una forma de ganar tiempo, hasta que pasen las elecciones legislativas alemanas previstas para septiembre. “Es imposible venderle a una opinión alemana hostil a los griegos la menor condonación de la deuda”, explican. Pero todo puede cambiar después, opinan. Por otro lado, subrayan, el Eurogrupo prevé llevar a cabo una primera revisión de la deuda a finales de 2017.
Entonces para Grecia será demasiado tarde: el BCE ha previsto acabar con su programa de recompras de deuda soberana precisamente en esta fecha. Habida cuenta de las presiones múltiples que se ejercen ya sobre le presidente del Banco Central, Mario Draghi, para dejar atrás lo antes posible de sus políticas monetarias ultraacomodaticias y volver a una estricta ortodoxia monetaria, parece difícil de contemplar que un programa así se prorrogue. Aunque el país consiga un alivio de su deuda, que le daría nuevamente acceso a los mercados financieros, el Gobierno griego se verá condenado entonces a tomar dinero prestado previo pago de las primas de riesgo más altas.
Sin embargo, ése es el escenario más favorable. De hecho, nada garantiza que Alemania, después de las elecciones, vaya a aceptar un alivio de la deuda griega. Los liberales, la fuerza en ascenso en Alemania, con los que la CDU-CSU de Angela Merkel pueden verse abocados a formar coalición después de las legislativas, hacen del estricto respeto de las reglas europeas su caballo de batalla en su campaña. A su entender, cualquier reordenación es síntoma de una grave deriva laxa. Y no hace falta insistirle mucho a la derecha dura de la CDU, representada por el ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble, para caminar en esta dirección.
Los alemanes se sienten más legitimados para pedir esta estricta ortodoxia en el seno de la zona euro por cuanto, para ellos, no hay peligro ninguno: las fuerzas populistas, tanto en los Países Bajos como en Francia, que representaban un riesgo de desintegración, han sido vapuleadas en las elecciones. Y creen tener vía libre para volver a su orden. Y Grecia debe servir de ejemplo a los reticentes. Aunque el riesgo sea aniquilar al país, si fuese necesario. _____________
El rescate a Grecia deja un país empobrecido que seguirá encadenado a una deuda ciclópea durante décadas
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Traducción: Mariola Moreno
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