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25 años del Thyssen

El Thyssen: de colección del barón a museo nacional

El palacio de Villahermosa, sede del Museo Thyssen-Bornemisza.

"El Thyssen es un museo público, no es el museo de Tita". Guillermo Solana, el director artístico del centro de arte, se lamenta en una entrevista concedida a este periódico: "No hemos conseguido que la gente se haga a la idea de que este es un museo público". Aunque el centro de arte madrileño esté íntimamente ligado a Carmen Cervera, tanto el edificio como el grueso de la colección que exhibe el Museo Thyssen-Bornemisza, que cumple ahora 25 años, pertenecen al Estado español. Lo ha querido dejar bien claro el Ministerio de Cultura al otorgarle hace solo unas semanas una suerte de condecoración: el centro de arte pasa a llamarse Museo Nacional Thyssen-BornemiszaNacional, compartiendo apellido con el Reina Sofía y el Prado. 

¿Por qué, un cuarto de siglo después de su apertura, el Thyssen sigue siendo percibido como un espacio privado? Solana, que lo encabeza desde hace 12 años, culpa a "la magia del nombre" y a que "la baronesa tiene su colección en depósito aquí". Es esto último lo que ha copado en los últimos meses la información sobre el museo. El grueso de la colección permanente del museo está constituido por las 775 obras que el Gobierno, por entonces socialista, compró al barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza en 1993. Pero, desde 2004, el museo exhibe también parte de las 429 obras que constituyen la colección Carmen Thyssen-Bornemisza, viuda del mecenas y también aficionada al arte. Se trata de un préstamo gratuito al Estado, que se encarga de conservarlo durante ese tiempo. Y es este acuerdo de cesión el que se renegocia actualmente, después de una tercera prórroga que expira el 31 de diciembre. 

Pero este no es el único motivo. Lo cierto es que el Thyssen es un museo público sui generis desde su nacimiento. Por sus orígenes como colección privada, puede compararse con el Museo Calouste Gulbenkian de Lisboa, el Museo Getty o el propio Guggenheim de Bilbao. Pero su titularidad es pública, y la fundación que lo gestiona está sometida a control estatal. De hecho, el Tribunal de Cuentas puede tirarle de las orejas, y lo ha hecho: en su último informe, que fiscalizaba las cuentas de 2013, el organismo reprochaba entre otras cosas que se hubieran prestado en ese año un 20% de las obras de la colección de la baronesa, cuando el máximo era de un 10%, y encontraba algunas discrepancias en los complementos salariales. Cuestiones que Evelio Acevedo, director gerente del museo, consideraba "de procedimiento" y "nada grave". 

González contra Thatcher

El Thyssen ocupó en 2016 el puesto 63 entre los 100 museos más frecuentados del mundo, con 1.040.000 visitantes (40.000 menos que la Tate Britain). Su nacimiento fue todo un acontecimiento allá por 1988. A final de año, el entonces ministro de Cultura, Jorge Semprún, lograba cerrar el acuerdo: el barón Thyssen-Bornemisza accedía a prestar su colección al Estado español durante nueve años y seis meses, recibiendo a cambio un canon de 600 millones de pesetas anuales (3,6 millones de euros). Era, ciertamente, una fórmula extraña: el Estado se ofrecía a pagar un alquiler y dotaba con 6.000 millones de pesetas (36 millones de euros) a la fundación que se encargaría de su gestión para que acondicionara el palacio de Villahermosa, un edificio del siglo XIX que el Gobierno cedía también para acoger la colección. Aparentemente, un regalo para los Thyssen —y algo similar a lo que quiere Carmen Cervera para su colección, pero vayamos por partes. 

Pero el Estado sabía que lo que firmaba era un alquiler con opción a compra. El barón había visto cómo su padre trataba infructuosamente de refugiar su colección tras una fundación, para verla dividida tras la herencia. En los ochenta, un Hans Heinrich que pasaba ya de los sesenta tuvo el mismo miedo y se decidió a vender. La Thyssen era una de las mayores colecciones privadas de arte, sus obras iban desde el Renacimiento italiano hasta el pop art e incluían obras como Retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni de Ghirlandaio, Venus y Cupido de Rubens, Bailarina basculando (Bailarina verde) de Degas o Habitación de hotel de Edward Hopper. Esto, además, en los ochenta, cuando se vivía un auge de las subastas de arte. La colección fue valorada en 1.700 millones de dólares (1.445 millones de euros) por la casa Sotheby's y, pese a eso, le salieron numerosos pretendientes. 

Entre ellos llegó a figurar el Estado francés, el alemán y el Getty Center, del millonario y rival de los Thyssen Paul Getty. Pero el contrincante más serio fue el Gobierno británico: Margaret Thatcher estaba decidida a hacer de la colección del barón su (único) gran logro cultural, y su gabinete llegó a ofrecer una localización precisa al noble: un edificio rehabilitado en Canary Wharf, entonces unos deprimidos muelles londineses que son hoy un distrito de negocios. Demasiado moderno para Hans Heinrich, que prefirió el aire palaciego de Villahermosa y, sobre todo, su cercanía con el Prado. Aunque la influencia de Carmen Cervera, ex miss y filántropa, es reconocida como decisiva por quienes participaron en la negociación, la cesión de este espacio no lo fue menos. Y, en todo caso, fue la única que él confesó en público. 

Fue Jordi Solé Tura el ministro de Cultura que consiguió, cinco años después del primer acuerdo, cerrar la compra de la colección. El Museo Thyssen se había inaugurado en 1992 no sin desavenencias entre Tita y el arquitecto Rafael Moneo, responsable de la rehabilitación del edificio: si él quería muros grises y suelos de madera, frecuentes en los museos de la época, ella impuso estuco siena y suelos de mármol. Estaba hecho: un año después, el Congreso aprobaba la compra de las 775 obras por 44. 100 millones de pesetas (265 millones de euros). La prensa internacional consideró el acuerdo "una ganga".

500 folios de condiciones

Pero este no estuvo exento de polémica. El PP criticó las "opacidades" del proceso, aunque apoyó la compra, mientras IU criticaba que "con mil pesetas de cada español se pague a paraísos fiscales": los representantes del barón se encontraban, efectivamente, en las Bermudas. Unos y otros criticaron también el hecho de que se les obligara a votar la compra sin haber tenido acceso al acuerdo. Según IU, se debió a "la existencia de cláusulas suspensivas" que prohibían darle publicidad, y según el Gobierno a que "el convenio estaba prácticamente acabándose de encuadernar". 

Lo cierto es que el acuerdo establecía cláusulas que ocupaban 500 folios y que hubieran sido difíciles de aceptar por muchas instituciones. La colección tenía que mostrarse al público casi íntegramente y de manera unitaria: no podían archivarse ciertas obras, ni integrarse en una colección mayor, como suele hacerse con las obras donadas a los museos. Tampoco podían mostrarse en otro edificio al previsto: el Museo Thyssen está irremediablemente atado al palacio de Villahermosa. De los 12 miembros del Patronato que rige el museo, cuatro serían nombrados por la familia Thyssen-Bornemisza, y la baronesa ostentaría la vicepresidencia vitalicia. Estas y otras condiciones siguen vigentes hoy en día. 

La relación de Cervera con el museo, absoluta particularidad del Thyssen frente al Reina Sofía o al Prado, lleva meses poniendo en un aprieto a su dirección. Desde 2004, el centro de arte exhibe, junto a la colección del Estado, la de Tita, que esta cede gratuitamente. Esto quiere decir que no cobra un alquiler al Estado, pero el museo sí se hace cargo de la conservación y seguros de las obras, igual que compró y rehabilitó un nuevo espacio para exponerlas. El acuerdo entre el Estado y la baronesa se renueva anualmente desde 2012, pero ahora las partes renegocian sus condiciones.

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Cervera aseguró el pasado año que pretendía obtener un "fee anual", es decir, que el Ministerio de Cultura le pague un alquiler por sus obras, además de mantenerlas y asegurarlas. En las negociaciones también está la ampliación del límite de préstamos a organismos internacionales, por los que la baronesa cobraría una cantidad, e incluso ciertos beneficios fiscales en medio de sus problemas con Hacienda. En 2012, Cervera vendió La esclusa, de John Constable, una de las mejores piezas del conjunto, y en marzo de este año amagó con venderCaballos de carreras en un paisaje, de Degas, para solventar "problemas de liquidez". La obra más emblemática de su colección quizás sea Mata Mua, de Gauguin. 

Otra de las condiciones que firmó el Ministerio de Cultura en 1993 fue que el Estado se haría cargo del déficit de la fundación, lo que le ha llevado a inyectar hasta seis millones de euros, el máximo hasta ahora, en 2016. "Dentro de los cálculos del Ministerio de Hacienda, el Gobierno y nuestro Patronato no entra que nosotros costemos más de determinada cantidad", apunta Solana, que asegura que el centro se autofinancia en un 78%, cuando el Reina Sofía, por ejemplo, lo hace en un 30%. Este museo recibió 37,9 millones de euros del Ministerio en 2017 y el Prado obtuvo 46,2 millones. El Thyssen es oficialmente nacional, pero no tanto. 

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