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Cuando la corrupción es demasiado vulgar para la literatura

El escritor y periodista Juan Tallón.

Un presidente del Gobierno dispuesto a todo con tal de conservar el poder, un empresario omnipotente que dirige un club de fútbol, una inteligente líder regional de estirpe y ademanes aristocráticos, un director de periódico conocido por su falta de escrúpulos y su amor por los escándalos, así como por su particular vestuario. Si al lector se le ocurren nombres propios para cada uno de esos personajes, tendrá parte de razón. Pero son los protagonistas a priori imaginarios de Salvaje oeste (Espasa), la última novela del escritor y periodista Juan Tallón (Ourense, 1975). Lejos de las incursiones por la historia de la literatura (en Libros peligrosos, 2014, pero también en El váter de Onetti, 2013), ahora el gallego se ocupa de la historia de España. La más reciente, la que tiene que ver con la crisis y con la corrupción. 

Tallón sabe que no es el primero en encargarse de un tema que tiene desde hace una década tanto peso en la literatura como en la vida (aunque quizás un poco menos en la primera que en la segunda). Ahí están las clarividentes novelas de Rafael Chirbes, Crematorio y En la orilla; libros comerciales y premiados, como Hombres desnudos, de Alicia Giménez Bartlett, relatos íntimos de la precariedad como La trabajadora, de Elvira Navarro, o Asamblea ordinaria, de Julio Fajardo; títulos que narran en primera y discreta persona grandes sucesos económicos, como Democracia, de Pablo Gutiérrez; y ensayos, muchos ensayos. Los protagonistas de Tallón no son, sin embargo, los que sufren las consecuencias de la crisis, o al menos los que lo hacen de una manera particular. Son las élites políticas, económicas y mediáticas, los grandes nombres que figurarán, con más o menos sombras, en los libros de historia. Aunque aquí no aparezcan. 

Salvaje oeste es, en cierto modo, un roman à clefroman à clef, una obra que se reivindica como ficción pero en la que el lector lucha por reconocer trazos de la vida real. Es inevitable. Por mucho que al inicio figure una advertencia: "Este libro es una obra de ficción. Nada de lo que narra sucedió en la realidad. Sus personajes no se corresponden con ninguna persona, viva o muerta. Los países en que transcurre tal vez no existan, aunque la época es real". Y el autor insiste: "No quería que hubiese asociaciones inmediatas por parte del lector (aunque tal vez eso nunca se pueda impedir). Para tratar de dificultarlo, procuré en todo momento que nunca un personaje tuviese un correlato en la realidad, sino que su trasunto fuese la suma de muchas personas". Así, no será sencillo ver a Mariano Rajoy en el presidente ficticio, maquiavélico y arriesgado; o a Rodrigo Rato en la futura presidenta de Caja Nacional. En otros casos, el lector lo tendrá claro. César Riezu preside el inventado grupo VHS (la referencia al grupo ACS de Florentino Pérez resulta obvia) y el Madrid C. F. Otros rasgos permiten diferenciar realidad de ficción, pero el juego está ahí. Los protagonistas de Tallón tienen en ocasiones un rostro claro. 

"Sabía que partía de personajes tipo de los que iba a ser difícil hablar, iba a tener que penetrar en un territorio muy desconocido", cuenta el autor durante la entrevista en un hotel de Madrid. "Yo quería hablar del poder por dentro, no cómo se proyecta sino cómo se dirime en la intimidad". Figuran también sus consecuencias, principalmente las que sufre Horacio Varela, dueño de un bar que acaricia desde hace años la idea de la jubilación. Una inversión en un producto financiero que el banco le vende como seguro alejará la meta. Ya sabemos todos de qué habla Tallón. Salvando esta excepción, la novela es un relato de acuerdos, favores y deudas que ocurren muy por encima de los cafés que sirve Horacio. Detrás de ellos, una idea: "Siempre habíamos entendido que la democracia funcionaba sobre la división de poderes, y ha acabado funcionando sobre la suma de poderes". Una que ha acabado dando al Partido Conservador el "control absoluto del país, desde los medios de comunicación a la judicatura". 

Cuando todo salta por los aires

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Pero, aunque la realidad —documentada, además, por la prensa a lo largo de años— sea la materia prima de Salvaje oeste, no toda sirve. "Hay escenas tan grotescas que si nos las hubiesen contado como ficción no nos la hubiésemos creído", lanza el escritor. A veces, las fórmulas usadas en los palcos de los estadios o los reservados de los restaurantes son demasiado "vulgares" para la literatura. Así que hay que lo real "necesita un proceso de transformación, de destilación". ¿Que los personajes de Salvaje oeste son demasiado inteligentes? También son brillantes los de House of cards, el aclamado thriller político estadounidense. "La novela está condenada a trabajar con una parte de la realidad, tal y como la conocemos, lo bastante soez y cruda como para que, tal cual, simplemente no funcione", reivindica Tallón. Así, tampoco ha querido delimitar claramente el arco temporal del volumen, que ocupa unos 14 años. La línea temporal utilizada no encaja con la vivida de este lado de la realidad. Pero en ocasiones —negocios internacionales, grandes inversiones, primarias, estallidos de casos de corrupción— sí lo hacen. 

Las 600 páginas del volumen se dividen en tres partes: "Toma de control", "Control total" y "Pérdida de control". En las dos primeras, cuenta, el autor reproduce los mecanismos económicos y políticos que se usaron en los años anteriores —a veces muy anteriores— a la crisis para poner las instituciones y el mercado al servicio de unos pocos. Esos misteriosos hombres y mujeres de éxito cuya fachada cuestiona Tallón. Esa última fase que se palpa en su libro, está por ver aún en los periódicos. En la ficción, el Partido Conservador busca ya cómo sustituir a su máximo dirigente y los días gloriosos del presidente de VHS parecen llegar a su fin. ¿Agoniza el poder en el mundo real? El escritor cambia la pregunta. "No hablaría tanto del fin de un poder", objeta, "sino de la sustitución de uno por otro. Conoceremos el final de los protagonistas de nuestra actual historia política, pero vendrán otros que harán de nuevo lo que ellos consideren necesario para conservar ese poder. Falta saber si la ciudadanía podrá poner límites a ese poder".

Si no lo hace, vaticina, llegará otro salvaje oeste muy similar al anterior. Pero ese lo escribirá otro. 

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