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El tiempo es un león de montañaTrinidad GanVisorMadrid2018El tiempo es un león de montaña
El espacio literario en Granada durante las últimas décadas, y con un litoral básico formado en los años ochenta por el grupo La otra sentimentalidad, se ha constituido como núcleo central de la estética figurativa. Esa contingencia, que ya es una consideración crítica aceptada por unanimidad, no anula el perfil individual de los nuevos nombres ni deja en la sombra evoluciones y matices remozando la razón del poema. Trinidad Gan (Granada, 1960) deja su primera entrega, Las señas del pirata casi en el cierre de siglo, aunque había cursado Filología Hispánica en la Universidad de Granada en los años de la transición, cuando fue colaboradora de la revista Letra Clara y tenía amplia presencia en la puesta en escena de grupos teatrales universitarios.
Aquel paso auroral fue comentado por Ángeles Mora como una hermosa metáfora sobre el amor; se entendía la relación sentimental no como utopía de plenitud sino como tortuoso sendero a la derrota. Así se abría una poética intimista, que se acerca a las cosas con percepción desvelada, capaz de abrir incisiones imaginarias en lo real. A través de una poda de recursos, se nutría de una cercana dicción coloquial. Son claves de taller acentuadas en las entregas posteriores, con las que logra un notable reconocimiento. El segundo libro, Fin de fuga, obtiene en 2008 el Premio de Poesía Ciudad de Cáceres; aglutina poemas que dan voz al desarraigo; entrelazan crisis personal y azaroso asentamiento de un momento histórico que condena al derrumbe dogmas e ideologías. El fracaso parece un horizonte circular que invita a recuperar el ayer como elemento de concordia interior, así se percibe en Caja de fotos (Renacimiento, 2009); los versos reconstruyen las instantáneas de la memoria; adquieren el formato de antiguas fotografías que refugian el temblor del pasado. Ya en 2014 se publica en Valparaíso Ediciones Papel ceniza, poemario donde resaltan las líneas de luz del sujeto poético. Suele aparecer como un yo desdoblado que se acerca a la realidad con celo indagatorio; quiere entender la gramática de lo diario y su caligrafía en el papel ceniza del decurso existencial.
El título El tiempo es un león de montaña se inspira en un verso de Raymond Carver. Sirve también como homenaje a uno de los principales exponentes del realismo sucio. El poeta norteamericano es un magisterio fuerte que hace del final de los sueños y de la falta de utopías redentoras los centros gravitatorios de sus ficciones narrativas y poéticas. Trinidad Gan asume esa fractura entre el yo y el entorno; el trayecto vital muestra un desencanto que convulsiona las fibras interiores; ese diario del desencanto da pie a una crónica descarnada y minimalista. El tiempo consume los trechos del camino “sin apenas vislumbres de horizonte”.
El león se convierte en representación simbólica del tiempo; es esa fiera que acecha nuestros pasos y dormita en la sombra para capturarnos. Su fuerza magnética concita la azarosa presencia de lo inquietante: “me vigilan los ojos de una fiera, / su cuerpo es una ráfaga de fuego / que se adivina entre los raudos árboles / y finge acompañarme silenciosa”. De ese encuadre existencial se hace cargo el poema, convertido en reverso de huellas. La palabra se moldea como un punto de fuga en el que se entrelaza la solitaria postal del sujeto concreto y el estar colectivo de esos escenarios del dolor como Gaza o Alepo que suelen asomarse al conformismo de la sobremesa desde el telediario con sus escombreras manchadas de rojo.
Pocas estrofas encierran en sus esquemas mínimos la sensorialidad del haiku y el tanka. En su despojada estructura, se dan cita alteridades, sensaciones y pensamientos. Allí se alzan como espacios dispuestos a cobijar el león del tiempo y su rumoroso transitar. Así se va definiendo un camino donde se descaman las vivencias o se constata cómo lo transitorio va adquiriendo color crepuscular: “Hojas de otoño / igual que lo vivido / se arremolinan “, “Y en la memoria / de aquello que miraste / van confundidos / el cazador que huye, / la fiera que te habita”.
Cuando las manecillas del reloj dibujan el ahora, se abre la ventana de lo posible. El despertar es comienzo; abre su latido a la caligrafía remozada del poema para que salgan a la luz destellos todavía capaces de recomponer en los laberintos interiores algunos rincones de felicidad. Es un empeño inútil, una huida imposible: “Pero al fin me dio caza. / Me arrastró sin piedad a su guarida. / Cubrió mi cuerpo con esa hojarasca / que llamamos memoria. / Y ahora él escapa en la noche. / Se vuelve apenas a mirarme / y al cruzar nuestros ojos / veo el tiempo quedarse detenido / a orillas del silencio”.
Inestable sentir
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La poética de Trinidad Gan tiene en El tiempo es un león de montaña un valor de continuidad. Se aprecia en su voz la fortaleza madura de una visión del mundo en su relación con las palabras. Protagoniza un afán lúcido por trascender vivencias personales, sin rupturas, enriqueciendo la reflexión con una imaginación creativa que propicia encuentros entre temporalidad y pensamiento. Se ha dicho con frecuencia que el autor engrandece por la experiencia el mismo libro; y es verdad: la escritura no es sino el armisticio que firmamos a diario con incertidumbres y obsesiones. Con ellas, Trinidad Gan deja en sus poemas el tónico permeable de la palabra.
*José Luis Morante es poeta y crítico literario. Su última obra es la edición Aforismos e ideas líricas de Juan Ramón Jiménez (La Isla de Siltolá, 2018).