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Un año del #MeToo

"En Francia, el #MeToo se ha reducido a una caricatura para evitar el debate"

Manifestación contra la violencia machista, en Marsella, en octubre de 2017.

"Hoy, se diría que Francia es el país del no-debate". En Une révolution sexuelle? (¿Una revolución sexual?, editado en Francia por Stock), ensayo consagrado a la era post Weinstein, la historiadora Laure Murat, profesora en la Universidad de Los Ángeles (UCLA), arroja una mirada crítica pero estimulante sobre la manera en que Francia, referencia para España en tantos avances sociales, ha entendido el movimiento #MeToo. 

Diseccionando distintos casos y sus repercusiones (Roman Polanski, Woody Allen, Kevin Spacey, Aziz Ansari, Larry Nassar, Dr. Tyndall, Anita Hill, [el rapero] Orelsan, [el músico] Bertrand Cantat, Dominique Strauss-Kahn, etc.), la ensayista arroja pistas para la reflexión y llama a "un debate serio e informado" sobre estas cuestiones, lejos del binarismo de "a favor o en contra" al que se asiste en Francia. "Cuando el Senado estadounidense da audiencia

a Christine Blasey Ford contra el juez Kavanaugh, testimonio retransmitido en miles de hogares, juzgado 'creíble' por todos los comentadores, en Francia, asistimos a la defensa de los 'cerdos expiatorios' [título del último libro de la periodista Eugénie Bastié]", constata Maurat en una entrevista con Mediapart. Llama a los intelectuales y a las nuevas generaciones a expresarse, pero también a los medios a "tomar responsabilidades". Para la historiadora, "lejos de reavivar la guerra de sexos, el movimiento #MeToo es una oportunidad apasionante para comprender y resolver la zanja entre hombres y mujeres". 

Pregunta. Un año después, ¿qué enseñanzas extrae del #MeToo y del movimiento que le siguió?

Respuesta. Lo que me choca, primero, es el carácter masivo y espontáneo del #MeToo: un "suceso" desencadenó un movimiento mundial que partió de la base, de cientos de miles de mujeres en el mundo. Y este movimiento no se debilita. Se ha convertido es ineludible. Después, me chocó la diferencia entre las reacciones en función del género: si el carácter repentino y la amplitud del movimiento sorprendieron a todo el mundo, ni una mujer se sorprendió por la naturaleza de las quejas, ya que todas saben desde niñas que son objetos sexuales y todas han vivido, en algún momento de sus vidas, una mano en el culo, un gesto fuera de lugar, un insulto sexista, etc. Por el contrario, los hombres se cayeron del guindo. ¿Que nos dice esto sobre las relaciones entre hombre y mujeres? ¿No se hablan entre ellos? ¿Los hombres no tienen ni idea de lo que viven las mujeres? Es un problema extremadamente grave, serio, profundo, del que hay que ocuparse. 

P. Usted es francesa, pero enseña y vive en Los Ángeles desde hace doce años. ¿Qué visión tiene sobre los debates franceses alrededor del #MeToo y la cobertura mediática del movimiento?

R. Hoy, se diría que Francia es el país del no-debate. Me choca el vacío intelectual y la voluntad de una parte de los medios de asfixiar las cuestiones bajo falsas polémicas. En lugar de plantear buenas preguntas, se reaviva la guerra de sexos, los clichés sobre las "feministas histéricas" y los "pobrecitos hombres", se invoca la virilidad, la libertad de molestar, nos apiadamos de los que se rozan en el metro, se discuten las derivas y posibles ambigüedades del #MeToo cuando no hemos empezado a hablar del núcleo del problema. Se opone X a Y, izquierda a derecha, a favor o en contra. Pero la dialéctica no es binaria. ¿Por qué los filósofos no se encargan de esta cuestión? ¿Por qué siempre es un asunto para las feministas —que hacen un trabajo fundamental, por otra parte—?

Más grave, en mi opinión, es que este tratamiento mediático no refleja lo que ocurre en la sociedad. Yo no soy socióloga, no he hecho una investigación de campo, pero observo esa distancia planteando sistemáticamente la pregunta a mi alrededor: "¿Cómo reacciona la gente de tu entorno? ¿Tus hijos? ¿Tus padres? ¿Tu compañero, tu compañera?". Es una conversación democrática que se da cada día en la sociedad, y la gente, incluidos los hombres, son muchos más sutiles que lo que se lee en la prensa. Los medios tienen una responsabilidad enorme en esto. 

Lejos de reavivar la guerra de sexos, el movimiento #MeToo es, al contrario, una oportunidad apasionante para comprender y la zanja entre hombres y mujeres, la brecha del consentimiento y el sufrimiento de una sexualidad mal entendida, la lógica de dominación y del abuso de poder que envenenan las relaciones personales y profesionales. Es la promesa de un diálogo renovado para las nuevas generaciones. Me gusta mucho esta propuesta de [la feminista estadounidense referente de la segunda ola del movimiento] Gloria Steinem: "eroticize equality", "erotizar la igualdad" —se sobreentiende: mejor que erotizar la violencia y la opresión—. Francia tiene todo que ganar al lanzar un debate serio e informado sobre estas cuestiones, y los intelectuales, cuya desaparición lamentamos, al encargarse de un problema vital para el futuro de la sociedad. Este debate debe incluir a los hombres, que no deben sentirse a disgusto, a los jóvenes entre 15 y 30 años, porque es esta generación la que tiene algo que decir sobre las zonas grises, sobre la manera en que nos planteamos la vida sexual y amorosa. Es un problema apasionante, estimulante, que estamos reduciendo a una caricatura que tiene como fin evitar el debate. 

P. En los Estados Unidos, a la inversa, ¿se pueden debatir los límites del #MeToo, por ejemplo reprochar que sea primero un movimiento de élites, pero el principio en sí mismo no es ya el objeto de debates?

R. Sí, esto se ha filtrado en la sociedad. Un ejemplo: en la misma semana, las trabajadores de McDonald's —que están entre las más explotadas del país y que son en su mayoría mujeres negras— se han puesto en huelga, que es histórica, y el juez Brett Kavanaugh —propuesto por Trump para el Tribunal Supremo, el más alto— se ha visto seriamente desestabilizado por un caso de intento de violación. En cuanto a la crítica del "movimiento de élites", una precisión importante: si el caso Weinstein forma parte de Hollywood, Time's Up fue lanzado gracias a la solidaridad entre las actrices de Hollywood y el sindicato de agricultoras, que reúne a 700.000 mujeres de los Estados Unidos. 

P. ¿Quién es la excepción, Francia o Estados Unidos? ¿Este movimiento habría sido el mismo sin la presidencia de Trump, acusado él mismo de agresiones sexuales?

R. Es evidente que si Hillary Clinton hubiera sido elegida, las cosas habrían sido muy diferentes. Y esto tiene un impacto aún más grande con Donald Trump en el poder. Los Estados Unidos son una excepción. O digamos que son especialmente proactivos y que Francia va, en contraste, especialmente a la zaga. En los Estados Unidos ha habido una respuesta; en Francia ha habido una reacción. Allí, se reacciona porque se ha tomado conciencia del desafío: un problema aparece, no se le pone una manta por encima, se ocupan de ello como un asunto social que va a haber que tratar, y se toma en serio —incluso si hay opciones ideológicas cuestionables, hipócritas, etc.—. No es simple, pero al menos existe. Cuando el Senado estadounidense da audiencia a Christine Blasey Ford contra el juez Kavanaugh, testimonio retransmitido en miles de hogares y juzgado "creíble" por todos los comentadores, en Francia asistimos a la defensa de los 'cerdos expiatorios'. Cuando se sabe la dificultad que tienen las mujeres para presentar denuncia, es lamentable. Nos enfrentamos a un mar de fondo reaccionario, nacido de la Manif por tous [movimiento contrario al matrimonio entre personas del mismo sexo], que no es nuevo —Francia sigue siento un país profundamente de derechas—, pero que ha sedimentado.  

 

Christine Blasey Ford, el jueves 27 de septiembre, en su audiencia delante del Senado de los Estados Unidos. / MEDIAPART

P. ¿Cómo explica usted este retraso francés?

R. Esto forma parte de una lógica antigua y de un problema recurrente en Francia. ¿Cuánto tiempo hizo falta para reconocer el rol de Francia en la deportación de judíos hacia Alemania? Hasta el discurso del Velódromo de Invierno de Chirac, en 1995, era común distinguir entre "el Estado francés" de Francia, manera cómoda de evitar exponer la responsabilidad nacional. Hablemos de estudios poscoloniales y de la necesidad de reconocer los crímenes de la colonización y se clamarán los perjudiciales males del "arrepentimiento". Hablemos de estudios de género —que se proponen interrogar las normas y la manera en que se construyen lo masculino y lo femenino— y se clamarán los peligros de la "indiferenciación sexual" supuestamente inculcada en las escuelas. 

Dicho de otra manera, desde el momento en que un crimen, una injusticia o un mal funcionamiento se hacen públicos, son asfixiados de inmediato bajo pretextos destinados a evitar un trabajo absolutamente necesario de quitarse la venda y poner en marcha reformas —incluida la del pensamiento—. El movimiento #MeToo ha revelado, de manera masiva a incontestable, la gravedad y la amplitud del acoso sexual en el mundo, a todos los niveles. Francia cree útil, una vez más, distinguirse diciendo, en suma: nosotros somos distintos. es una cuestión de galantería y libertinaje. Esta manera de meter precipitadamente la suciedad bajo la alfombra y de esconderse, sin analizar la dimensión política del problema, me parece la marca de un país que ha renunciado a reflexionar. 

P. ¿Son también dos sociedades particularmente distintas?

R. Sí, la cultura estadounidense está mucho más sensibilizada ante la cuestión de la violencia sexual. En Estados Unidos trabajo en la universidad, que es el lugar donde la lucha contra el acoso sexual se elaboró, por una razón muy sencilla: miles de chicas jóvenes entre 18 y 25 añs de desarrollan en un territorio relativamente cerrado, con horarios regulares; cualquier depredador sexual, ya sea un profesor o un jardinero, puede saber exactamente sus horarios. Se habla del acoso laboral de las estudiantes, pero también está el del personal, secretarias, mujeres de la limpieza, etc. Estos asuntos están al frente del debate casi todos los días. Preciso que hablo desde un punto de vista muy específico: California, y sobre todo la UCLA, universidad pública de élite, que no es la Alabama profunda. 

Como funcionaria del Estado de California, debo pasar cada dos años, a través de Internet, un test de dos horas sobre cuestiones de acoso y discriminación. Cuando llegué, en 2006, tenía 39 años y había pasado toda mi vida en Francia: hice el test, lo hice todo mal, no comprendía nada. Fue un punto de inflexión. Cambié: comprendí la gravedad del problema, sentí que había un entorno, en la UCLA, muy respetuoso, mucho más que en Francia. En un campus estadounidense, un responsable oficial —el Title IX officer— se dedica enteramente al registro de las quejas que conciernen al acoso o la discriminación. Es una obligación del Estado. Esto quiere decir que los profesores y los estudiantes pueden ir a ver a alguien y que se puede iniciar una investigación. hay, además, numerosas reuniones sobre el tema, no mixtas o mixtas. Esto no significa que todo esté bien: hay por supuesto historias de fratriarcado, de presiones, y el problema de la liability management [gestión de daños], destinara a limitar los riesgos, un arsenal que protege en realidad a las instituciones mucho más que a las personas. Pero allí donde en Francia se dice "ya no vamos a poder ligar", en Estados Unidos se sabe que el acoso es un problema, y hay un espacio para hablar de ello. 

P. En Francia, se invocan regularmente dos elementos para defender la idea de una, digamos, "excepción" francesa: la "tradición" de la galantería y el rechazo a lo que el propio Emmanuel Macron calificó de "sociedad de la delación". 

R. En los dos casos, es un problema histórico, una historia que no termina de pasar. El mito de la galantería a la francesa no es más que una pantalla de humo para evitar lo negado sobre el sexismo y el machismo en Francia. Recordemos al diputado Denis Baupin [acusado de agresiones y acoso sexual por 14 mujeres], quien, después de haber escrito los mensajes más vulgares y obscenos, se justificó diciendo que era un libertino incomprendido. Pero Francia no ilusiona ya a nadie con su famosa "excepción", que parece cada vez más una antigualla, como la "tribuna Deneuve", disfrazada de provocación libertaria. 

Lo mismo en cuanto a la delación. Es el problema de la guerra y del colaboracionismo, la obsesión nacional: la delación de judíos. ¿Pero cuál es la relación entre vender a un judío al ocupante y señalar a un depredador sexual con el fin de ahorrarle la experiencia a las futuras víctimas? La delación y la denuncia son dos cosas extremadamente diferentes. Francia es alérgica a los que lanzan las alertas, que es sin embargo gente que rechaza no asistir a  las personas en peligro. ¿Cómo pueden trasladar esto los periodistas? ¿Cómo puede Emmanuel Macron hablar de "sociedad de la delación"? ¿Consiste la famosa "excepción" francesa en llevar diez años de retraso?

 

Manifestación feminista contra la llegada de Roman Polanski a la Cinémathèque Française en octubre de 2017. / MEDIAPART

P. Otro argumento que se desarrolla a menudo en Francia cuando los que se ponen en cuestión son personalidades artísticas: la separación entre el hombre y el artista. Explica usted que el caso Weinstein ha tocado esta tradición y ha resaltado, igualmente, ciertas incoherencias. caso Weinstein

R. Sí, innegablemente. Me gustaría que hubiera un debate público sobre esto. Son cuestiones apasionantes. Woody Allen y Roman Polanski alimentaron sus obras de sus propias vidas, como cualquier creador. Está justificado hablar, en numerosos artículos, del "humor judío" en Woody Allen, y por lo tanto de subrayar su judaísmo en sus películas, ¿pero no de la relación que tiene con jovencitas, que él expone de la misma forma —por ejemplo en Manhattan con Mariel Hemingway, a la que hace específicamente menor en el guion—? En cuanto a Roman Polanski, se subraya su infancia devastada por la Shoah [su madre murió en Auschwitz] o el salvaje asesinato de su mujer, Sharon Tate, embarazada de ocho meses, para explicar su obsesión por la cuestión del mal. ¿Entonces, por qué pondríamos bajo llave una parte de sus biografías? Planteo la pregunta. 

P. Dice que el caso Polanski [que fue recibido en la Cinémathèque, el principal órgano público del cine francés, para una retrospectiva sobre su obra], la reacción del director de la Cinémathèque, Frédéric Bonnaud —que denunció, en Mediapart, un "flash totalitario", "ligas de la virtud" y calificó a las militantes feministas de "medio locas"— y, de una manera más general, la política de la Cinémathèque —que ha consagrado seis retrospectivas y ninguna exposición a mujeres directoras desde 2005— son reveladoras de la reacción institucional francesa al caso Weinstein. ¿En qué lo son?caso Polanskien Mediapartflash caso Weinstein

R. Creo que la defensa sistemática del "gran artista" de su impunidad milagrosa, es una coartada para otra cosa. Hay, detrás, una voluntad deliberada de no entrar en el debate. Cuando Costa-Gavras [predisente de la Cinémathèque Française] habla del "orgullo" de recibir a Polanski y explica que estaba fuera de duda "renunciar a esta retrospectiva bajo la presión de una circunstancia ajena a la Cinémathèque como a Polanski"... Claro que no, no es ajena: es un objeto central y político, que afecta al cine en tanto que arte y espacio de representación como a la sociedad entera, del abuso de poder a la cultura de la violación pasando por la misoginia ordinaria. 

P. El caso Woody Allen es un buen ejemplo del impacto del #MeToo. En 1992, el realizador es acusado de haber abusado sexualmente de Dylan Farrow, la hija de su compañera, Mia Farrow, que él mismo había adoptado a la edad de siete años. Él ha clamado siempre su inocencia, Dylan Farrow ha mantenido siempre sus acusaciones, en una relativa indiferencia. El caso Weinstein ha dado otra dimensión al asunto: numerosas estrella que han trabajado con Woody Allen han tomado distancia. Usted dice que este caso muestra cómo la revalorización de la palabra de las víctimas ha tenido como consecuencia la inversión de la carga de prueba. acusado de haber abusado sexualmente

R. Sí, ya no era Dylan Farrow quien debía probar que su padre era culpable, sino Woody Allen quien debía probar que era inocente. La balanza ha pasado de un extremo a otro. No se trata de creer a uno o a otro —no podemos saber—, sino de tomar en cuenta una voz que una cultura ha desvalorizado y que un movimiento mundial ha rehabilitado. Sin embargo, esta voz se expresó, pero fue, como cada vez, ocultada. En 2014, Dylan Farrow envió al New York Times una carta abierta en la que se sorprendía de ver por todas partes al célebre cineasta, como si nada hubiera pasado. En 2016, su hermano, Ronan Farrow [autor de la investigación del New Yorker sobre Harvey Weinstein] daba su testimonio en The Hollywood Reporter y apoyaba a su hermana describiendo la máquina de intimidación puesta en marcha por Woody Allen para disuadir a los actores de pronunciarse sobre el asunto. 

Hay una analogía con el combate de gais y lesbianas para salir del armario. Desde que empezaron a hacerlo, la sociedad civil solo ha tenido un ansia: volver a meter dentro a quienes se veía demasiado. Hoy, las mujeres toman la palabra, y algunos querrían hacerlas callar, bajo el pretexto de que esto destruiría las relaciones entre hombres y mujeres. Me parece, al contrario, que esto no puede sino mejorarlas. 

P. El caso Aziz Ansari, en enero, provocó numerosos debates del otro lado del Atlántico. El actor, que defiende los valores del feminismo, la diversidad y la inclusión en la serie que le ha hecho famoso, Master of None, ha sido puesto en cuestión por el testimonio anónimo de una mujer que relata su noche con él. Explica que este asunto no es una deriva del movimiento, sino más bien el núcleo del problema: la cuestión espinosa del consentimiento. Master of Nonetestimonio anónimo

R. Sí, es el punto central de la batalla. Yo misma he cambiado de opinión sobre el asunto. Mi primera reacción fue la de decirme que habían perdido la cabeza. Tengo 51 años, cuando tenía 20, se habría dicho: "Es solo una cita desastrosa". Pero en realidad, plantea el problema de la norma, que evoca muy bien el documental Sexe sans consentement (Sexo sin consentimiento), de Blandine Grosjean y Delphine Dilly. Sobre todo cuando este chico a quien se le pregunta cuál es el mejor momento para ligar, responde: "Siempre cuando he bebido demasiado". ¿Qué significa esto en nuestra sociedad?

P. Usted subraya también algunas hipocresías transatlánticas. Son primero los intereses financieros quienes guían las decisiones, ya se trate de reaccionar, como en el caso Kevin Spacey —borrado, tras el #MeToo, del filme de Ridley Scott, Todo el dinero del mundo—, como de cerrar los ojos, como en el caso de Larry Nassar —el ex médico de la federación de gimnasia americana, condenado por haber agredido a centenares de gimnastas durante más de 20 años—. Todo el dinero del mundo

R. Sí, no hay ninguna duda al respecto. Ridley Scott lo dijo: "It’s a business decision" ["Es una decisión comercial"]. Hay la preocupación, en los Estados Unidos, de protener a la institución, de perder el menor dinero posible. Salvo que esto no funciona, porque al final, cuando hay un proceso, se gastan millones de dólares. Hay una gran hipocresía en Hollywood: a Ridley Scott probablemente le da igual lo que pudo hacer Kevin Spacey, pero sabe muy bien que un actor acusado de acoso en el cartel no funcionaría. 

P. En Francia, muchos han utilizado este ejemplo para denuncian las derivas del "puritanismo americano". 

R. Es una bendición para Francia decirse: si seguimos así, vamos a acabar como los Estados Unidos, haciendo censura artística. Francia es muy ignorante con respecto a lo que pasa realmente en Estados Unidos. Es el síndrome del francés que pasa 15 días en Nueva York y te explica lo que es "América" y "los americanos". Alertar del puritanismo y la censura es un atajo perezoso. Si se rasca solo un poquito, nos damos cuenta de que la hipocresía perfecta sobre este asunto es que el debate no existe en absoluto. 

Más ampliamente, todo este asunto es una enorme puesta en cuestión de los hábitos, y comprendo muy bien que esto no sea cómodo, que haya resistencias. Al mismo tiempo, es la prueba de que hay innumerables disfunciones. Mirémoslas, hablemos de ellas. Porque la única cuestión que sirve es la siguiente: ¿cómo vivir juntos, mejor?

P. Usted muestra que esta brecha abierta por el movimiento #MeToo puede volver a cerrarse. Que algunas estrellas mediáticas separadas de los platós de Estados Unidos piensan ya en volver, etc. ¿Podemos temer una vuelta atrás que impediría una verdadera revolución?

R. Es por esto que el título de mi libro, ¿Una revolución sexual?, se acompaña de interrogaciones. Cambiar las mentalidades, se hace a través de generaciones. 

P. Su conclusión es muy moderada: el #MeToo no ha hecho vacilar al patriarcado sino, al contrario, ha mostrado la tenacidad del patriarcado en mantener su control...

R. Observo sin embargo que todas las semanas hay un nuevo escándalo. No vamos a arreglar las cosas a golpe de escándalo, pero mire lo que pasa en Estados Unidos con el juez Kavanaugh. Este asunto resume el impacto considerable del movimiento y sus límites, y nos su "derivas", como se diría en Francia. Se ve que hay resistencias enormes, pero que al mismo tiempo el barco se balancea. Es la primera puesta en cuestión seria moderna del patriarcado. ¿Sabremos llevarla a buen puesto? Podemos temer que esto vuelva a cerrarse. Francia no da indicios de que una brecha se haya abierto, sino de que se hace lo imposible para hacer como si no fuera el caso. 

Es sin embargo un proceso activo el que se ha producido: no es tanto una liberación de la palabra sino una toma de palabra, como ha dicho la filósofa Geneviève Fraisse. Esto reposa mucho sobre la valentía de las mujeres en dar testimonio, porque es terriblemente complicado salir del bosque para decir: "Sí, he sido violada", "Sí, he sido agredida". ¿Qué pasa ahora con la doctora Ford? Su vida va a ser investigada de la A a la Z por el FBI. ¿Cuántas amenazas de muerte reciben las mujeres que acusan a Tariq Ramadan hoy? ¿Quitando la dificultad de hablar y el miedo a no ser creídas, la víctimas deben sobrepasar la impresión de traicionar a la causa, ya sea racial, política o de clase. Una de las víctimas, negra, de Bill Cosby ha dicho cuán terrible había sido traicionar a su comunidad. Es también un dilema que atraviesa la comunidad musulmana con el caso Ramadan: algunos han temido que solo añade agua al molino de la islamofobia, muy importante ya en Francia, y que los medios se agarran a eso. 

En todo caso, el movimiento #MeToo ha conmocionado profundamente a la sociedad: es una conversación cotidiana en las familias, en el trabajo, en la calle. Quiero creer que la máquina se ha puesto en marcha y que no va a pararse. Pero hay que recentrar el debate imperativamente, tener una verdadera reflexión, seria, implicar a los intelectuales, a los jóvenes, y que los medios asuman su responsabilidad. 

Mujeres al volante

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  Traducción: Clara Morales

Lee el texto en francés: 

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