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El rapto de la Universidad

Gaspar Llamazares Trigo | Miguel Souto Bayarri

Nunca antes nuestra universidad ocupó como hoy las primeras planas de los medios de comunicación, aunque no precisamente para bien.

El caso de los másteres y doctorados no solo profundiza en el descrédito de los políticos, sino que afecta al prestigio de la institución universitaria. En ambos pagan justos por pecadores.

Hasta ahora se sabía que los recortes derivados de la crisis económica se habían ensañado con las plantillas y con la investigación: los profesores son cada vez mayores, en los contratos de los escasos profesores jóvenes predomina la precariedad y los laboratorios se han quedado vacíos, mientras el tejido investigador de los departamentos (“la hojarasca”) está desapareciendo. Todo esto, que ha llevado a una situación cuyo telón de fondo está dominado por un gran corporativismo entre los docentes, conduce a que muchos reclamemos que es esencial que se rejuvenezcan las plantillas y puedan volver los investigadores que han tenido que ir a buscar trabajo al extranjero. Se necesita respirar aire fresco.

Lo peor no es eso, no obstante. También se sabe que hay otro peligro añadido: el de que la oleada de universidades e institutos privados, creadas al calor de la mercantilización que trajo consigo el Plan Bolonia, signifique de hecho la consolidación de las desigualdades y la corrupción.

El declive que se describe aquí comenzó hace años. La Universidad dejó de ser el hervidero de grupos de investigación que había empezado a ser a comienzos de la democracia, y que se saldó con un progreso extraordinario, para dejar paso a unos edificios vacíos. Su sitio lo ocuparon nuevos y flamantes institutos de investigación, algunos de los cuales han venido actuando sin el control de las propias universidades (y con un CIF propio), y a su lado empezaron a proliferar las universidades privadas, muchas veces, al calor de un discurso sin fundamento que ensalza la eficacia de lo privado por encima de lo público.

El panorama universitario, que siempre fue fundamentalmente público, vino a ser ocupado por el negocio de los másteres a la boloñesa. Los últimos escándalos en torno a los másteres y doctora(n)dos de los políticos han terminado por extender una imagen sombría de la Universidad. Hace ya más de seis meses que salió la primera información de los escándalos ligados a los títulos universitarios. Sin embargo, la conferencia de rectores (CRUE) ha minusvalorado hasta ayer mismo la magnitud del desastre o lo ha achacado a la manipulación política. Se trata de algo incomprensible desde cualquier punto de vista dado que los daños son cuantiosos (se está hablando de la obtención de títulos como prebendas). La CRUE, que tiene que dar cuentas a la sociedad, además de a la comunidad universitaria, es la responsable última de la institución, la Universidad, que está sufriendo un gran desprestigio en su conjunto. Pero no se han tomado medidas. Ni la conferencia de rectores ni las agencias de evaluación están aún hoy a la altura, quitándole importancia al problema o circunscribiéndolo a una universidad en concreto.

La Universidad, que ha quedado gravemente tocada, tiene que dar signos de cambio. Si no emitiera señales de autocrítica para lograr el interés de la opinión pública y, eventualmente, conseguir el apoyo social que necesita, el desencuentro sería cada vez más insalvable. Si esto no fuese urgente, no estaríamos reclamando restaurar la credibilidad del sistema universitario español como si fuera uno de los desafíos importantes de nuestro país. Ha habido fallos graves en su gobierno, en la inspección y la transparencia. Todos hemos sido testigos del clientelismo que ha salido a la luz con los últimos escándalos.

Los episodios vergonzosos que se han producido han puesto de manifiesto una subordinación inaceptable del mérito al amiguismo, además de una actitud de sometimiento a intereses espurios de nuestros gobernantes, que luego han utilizado a la Universidad para sus trifulcas. Y a esto se suma otro hecho determinante: ha habido connivencia de profesores universitarios, la cual es un gran agravio para todos los profesores que imparten sus clases con profesionalidad y dirigen con seriedad y rigor sus tesis y trabajos de fin de grado y máster; y, por supuesto, para los jóvenes y no tan jóvenes que se entregan con laboriosidad a sus estudios; aquellos que han invertido esfuerzo y dinero, suyo y de sus familias, para progresar en la vida.

Ante el panorama descrito, que no se puede analizar ni resolver desde el corporativismo (ni mirando hacia otro lado), no cabe más que una respuesta: cualquier duda con estas universidades que contribuyen de manera tan determinante al descrédito de las demás debería ser investigada, y la respuesta debería ser contundente. Hoy por hoy, es desalentador el papel de la CRUE en defensa de la calidad de sus universidades.

Mira, Sancho, -dijo Don Quijote- lo que hablas, porque tantas veces va el cantarillo a la fuente…”. __________

Gaspar Llamazares Trigo y Miguel Souto Bayarri son promotores de Actúa

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