Librepensadores
¿Transfobia en el feminismo?
Me consta que a las feministas que llevamos décadas luchando contra el patriarcado y apoyando a los colectivos LGTBI en sus reivindicaciones, nos come la perplejidad ante la airada acusación de transfobia que nos han lanzado ciertas asociaciones, grupos LGTBI y cargos políticos por una diferencia de criterios sobre la Ley de Libertad Sexual. Máxime cuando la historia reciente nos dice que el feminismo ha apoyado siempre a estos colectivos (de hecho, el matrimonio homosexual se consiguió en buena parte gracias a este apoyo).
Para mí que esas acusaciones no solo persiguen desviar la atención del problema real que sufrimos las mujeres, el poder patriarcal, sino que carecen de todo fundamento pues, lejos de lo que significa la palabra transfobia, promulgar una ley que recoja los derechos de las mujeres “transexuales” y vele por su dignidad no representa ningún problema para el feminismo. Todo lo contrario, las feministas pensamos que esa ley es necesaria, pues nuestra lucha siempre ha ido dirigida a erradicar toda discriminación por razón de sexo u orientación sexual y a eliminar cualquier tipo de violencia hacia las mujeres, sean mujeres trans, prostituidas, venidas de otros países, cuidadoras, limpiadoras, deportistas o ingenieras.
Eso sí, antes de entrar en este debate que ha sugerido que el mayor obstáculo para la ley trans son las feministas, hay que precisar que el feminismo es una teoría política opuesta al determinismo biológico y a los roles asignados a las mujeres basándose en "una supuesta identidad de género femenina: ser mujer/hacerse mujer", complementaria a una supuesta identidad de género masculina: “ser hombre/ hacerse hombre”. Es este sistema de géneros, no el sexo biológico el que crea la desigualdad al estar basado en unos estereotipos jerarquizados.
Desde esa perspectiva, una ley que mete en el mismo saco “la identidad sexual” y “la identidad de género” no hace sino apoyar un sistema de desigualdad y aumentar la confusión. Y lo mismo ocurre respecto a la situación de las personas “transexuales” y “transgénero”. Solo con diferenciar ambos conceptos se ve que no pueden reducirse ambos a la expresión "trans". Un transgénero es una persona que se expresa de una manera distinta a lo que la sociedad espera por su sexo biológico y, por tanto, puede asumir las características del género opuesto, las características de los dos géneros o las de ninguno de los dos. Una persona transexual, en cambio, es alguien que no reconoce su cuerpo como suyo, de tal manera que considera someterse o se somete al tratamiento hormonal y quirúrgico necesario para adquirir la apariencia física de las personas del sexo contrario, lo que coloquialmente se conoce como cambio de sexo. A la luz de estas definiciones parece que el propósito de esta polémica sea marear la perdiz hasta conseguir que el discurso transgénero se convierta en sinónimo de transexualidad, lo mismo que desgraciadamente ha sucedido en muchos ámbitos con las palabras género (herramienta de análisis) y sexo (categoría biológica). Es triste observar cómo, amparándose en la teoría Queer, ciertos grupos están utilizando a las mujeres transexuales como arma arrojadiza contra el movimiento feminista.
Reivindicar el género (construcción social amparada por siglos de patriarcado) como el elemento de identidad de una persona no solo es una posición teórica contraria a la teoría feminista, sino que entendemos que quien la considere como factor de acción y estrategia política, caerá en el más elemental "mujerismo" y ayudará a que la causa de las mujeres sufra un retroceso. Parece que la izquierda alternativa se hunde en las arenas movedizas de la posmodernidad, pues confundir la lucha de las mujeres con las reivindicaciones de los colectivos LGTBI es no saber lo que significa una cosa y la otra.
Ante esto, el feminismo está obligado a distinguir entre “la identidad de género”, como concepto teórico y el sexo como hecho biológico lo que, por cierto, la teoría Queer niega, pues defiende que el sexo como tal también es algo construido socialmente. Veámoslo con más detenimiento: ¿Qué mujer, que menstrúa, ha gestado, parido y amamantado o que ha pasado por la menopausia, diría que el sexo es cosa de elección personal o que es su deseo el que la ha hecho hombre o mujer? Porque yo he leído cosas así. Ante esto, solo cabe preguntar que, si el sexo biológico es una ficción y una cuestión puramente de sentimiento, ¿qué es la "identidad de género"? ¿Una ficción doble? ¿Tiene algún sentido usar este concepto como principio teórico de una Ley? ¿Una ley que se articula en base a creencias y sentimientos primando la subjetividad (el sexo sentido), antes que las situaciones reales y las evidencias?
¿Es que aún no está suficientemente probado que “a las mujeres las matan, a las niñas les mutilan los genitales, y a ambas les asignan socialmente la responsabilidad de los cuidados y las casan forzosamente por nacer mujeres? ¿Que se cercena su voluntad individual, se niega su derecho al voto, se las discrimina laboralmente y se les impide acceder a muchos recursos condenándolas a sufrir los índices más altos de pobreza o precariedad por nacer mujeres? Por ser mujeres y no por tener “identidad de género femenina”. Mal que nos pese, esto son hechos, no teorías. ¿Cómo es posible que a estas alturas estemos con una polémica de este tipo? ¿Qué intereses hay tras esta defensa a ultranza de un generismo sin matices?
Del uso interesado y el análisis erróneo de cualquier situación surgen leyes con grandes fallos y eso es lo que se trata de evitar en esta Ley. El feminismo no cuestiona los derechos de las mujeres trans, a las que, por supuesto, considera mujeres, ni que una persona tenga libertad para sentirse hombre o mujer independientemente de su sexo biológico, ni el aspecto físico que esta persona elija manifestar, lo que plantea son dudas acerca de si se puede trasladar al ordenamiento jurídico y administrativo un sentimiento o un deseo que puede cambiar en el tiempo. Si para hacer un cambio de sexo automático basta con que un hombre, mujer, niña o niño, expresen en un momento determinado que se sienten de un sexo diferente al suyo biológico y no solo eso, sino que, además, se deja la puerta abierta para que puedan cambiar de opinión al cabo de un tiempo ¿hay promulgado algún procedimiento que pueda asumir todos esos sentimientos personales? ¿qué consecuencias sociales pueden derivarse de dar al género, “un constructo social y cambiante”, categoría legal? ¿y cómo afectará a procesos administrativos como, por ejemplo, la recopilación de datos estadísticos? Las estadísticas se desagregan por sexos y son fundamentales para conocer problemas como la desigualdad laboral y salarial, la feminización de la pobreza, el techo de cristal, la violencia machista, etc. y planificar las políticas públicas para su solución.
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Como feminista estoy a favor de la despatologización social de la “disforia de género” y que una persona no tenga que sufrir lo que nos cuenta la película sobre Lili Elbe, La chica Danesa, nacida como Einar M. Andreas Wegener, para transformar su cuerpo de hombre en el de una mujer. También estoy de acuerdo en que hay que flexibilizar la noción actual de género, como muchas otras cosas dentro de la teoría feminista, pero eso no es óbice para que la próxima Ley de Libertad sexual eluda el sentido común que debe impregnar cualquier ley, desoyendo las voces que alertan sobre la incongruencia de equiparar en todos los aspectos legales la “identidad de género” a la identidad sexual.
Es evidente que las élites del patriarcado están inquietas ante el avance del feminismo y son conscientes de que para perpetuar su dominación sobre las mujeres necesitan redefinir su posición actual, por ello intentarán invadir nuestro espacio de reivindicación política y fomentar divisiones artificiales por el manido procedimiento de lanzar a unas víctimas contra otras. Por favor, no hundamos un debate que debería ser constructivo y fructífero en otra ola de descalificaciones, falsedades y confusionismo. No les facilitemos la tarea.
Pilar Laura Mateo es socia de infoLibre