Los libros

Descubrir el truco

Portada de 'El cerebro ilusionista'.

El cerebro ilusionista. La neurociencia desde la magia

Jordi Camí y Luis M. Martínez

RBA

Barcelona

2020

Al arte, nada humano le es ajeno. Si el ilusionismo participa de todas las materias humanas desde hace miles de años, es obviamente un arte. Ha sido vilipendiado y minusvalorado, considerado un arte menor, arrinconado por esa adultocéntrica visión de que las artes que incluyen a la infancia –o que, directamente, tiene facetas que la atienden con esmero— es arte sin importancia, banal, menguado. Ha sido defenestrado por vendedores de espiritualidad y por médiums, por su aparente cercanía a lo sobrenatural. Ha sido minusvalorado por quienes ven un truco, se sienten burlados y no aprecian la belleza del juego. Pero el ilusionismo, ya se celebre en los grandes teatros, en los circos o en las fiestas de cumpleaños –oficio honorable, como el de payaso, primer escalón en el contacto de la infancia con el arte y la ficción— supera ese desapego, con pátina de falsa intelectualidad, para soportarse en una amplia gama de conocimiento humano y seguir mostrando al público el arte de lo posible y de lo imposible.

En El cerebro ilusionista los científicos Jordi Camí y Luis M. Martínez vienen a poner negro sobre blanco la implicación milenaria del ilusionismo en su constante búsqueda de respuestas, descubrimiento de habilidades, invención de soportes, instrumentos y técnicas. El ilusionismo no es ajeno a casi ninguna de las ciencias humanas, y es quizá el arte que mayor relación mantiene con el otro lado: traza el puente –a veces visible, a veces invisible— entre el arte y la ciencia. Psicología, física, química, matemática, óptica, son algunas de las ciencias que pueden vislumbrarse tras un sencillo juego de magia. Y por supuesto, narrativa, interpretación, habilidad, ensayo, práctica, esfuerzo, imaginación, seducción. En El cerebro ilusionista se muestran algunas de las razones y técnicas que los ilusionistas han trabajado, empíricamente, desde hace cientos de años y que ahora son iluminados por la neurociencia. Es un tratado capital sobre los efectos de la magia en el cerebro y del cerebro en la magia. No solo se muestra el esqueleto de las técnicas mágicas, y por tanto es de máximo interés para ilusionistas aficionados y profesionales (pues explican muchos aspectos que son aprendidos desde la práctica, no desde la teoría), sino que alumbra al profano para adentrarse en ese camino marcado por el ilusionismo que ha transitado espacios desconocidos de nuestro cerebro, hallando claves y métodos a los que ahora la ciencia da explicación. Explicación al profano, pues teóricos (como Ascanio, Tamariz) han reflexionado sobre el ilusionismo y sus técnicas, dado nombre a lo que solo era práctica y ahondando en la senda indagada por otros magos desde la antigüedad.

El teórico Ramón Mayrata señalaba que la magia se reduce a unos cuantos efectos (desaparición, reconstrucción, adivinación, desafío de las leyes físicas y poco más), que lo mismo da hacer desparecer una carta que un elefante, pues en esencia es lo mismo. Tras esos efectos resuenan los deseos humanos de una vida que no respetase las leyes de la vida: desparecer, levitar, teletransportarse, resucitar, conocer el futuro. Ese latido de los deseos humanos es el alma del arte.

La "herencia gris" de la historia

La "herencia gris" de la historia

No nos consideramos engañados cuando el cerebro reconstruye una realidad, o una ficción, y el novelista nos deja, como lectores avezados, plantear nuestras hipótesis, aun a la espera del giro definitivo de la historia. Podemos maravillarnos ante el efecto literario. Así sucede con el efecto mágico cuando somos capaces de apreciar la habilidad y el atávico proceso que está tras de sí, cuando no nos atenemos, como espectadores, a la simplísima postura de averiguar dónde está el truco o sentirnos, erróneamente, engañados. Aplicar esta postura a la visión de un cuadro impresionista (desvelar el efecto engañoso del color y la forma, desconfiar de la transmisión de la información) nos conduciría a una indolencia que no nos permitiría disfrutar del arte de la pintura. Así sucedería con otras artes si nuestro empeño como receptores se centrase en desvelar la técnica del suspense cinematográfico o en sospechar, si es verdad o no, lo que narra el texto literario y acogernos solamente a las historias basadas en la realidad (que para frustración de quien solo soporta el arte de lo real, no es más verdad que lo ficticio). Con el ilusionismo sucede tal cual, hay quien se empeña en descubrir el truco, inconsciente de que es el arquitecto quien conoce el secreto de la cúpula por su formación y dedicación y es el músico quien conoce el efecto de la armonía por sus años de estudio. Es el mago quien conoce la técnica por sus años dedicados a la habilidad, la práctica, el tiempo invertido en una pasión. Los demás, como ante cualquier otra obra de arte solo nos queda sentarnos, maravillarnos y disfrutar, permitir que nuestro cerebro construya una realidad diferente que desafía las leyes establecidas a través de la percepción.

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Alfonso Salazar es escritor.

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