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El rincón de los lectores

Fuego para encender el alba

La poeta y filósofa feminista Francesca Gargallo Celentani.

Marisa Martínez Pérsico

La editorial italiana Aracne acaba de publicar el poemario bilingüe Si puedo puedo participo / Se posso partecipo, de la poeta y filósofa italomexicana Francesca Gargallo Celentani. Esta es la introducción del volumen, firmada por Marisa Martínez Pérsico. 

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La poesía de Francesca Gargallo Celentani constituye una escritura mixta, bifronte, anfibia. Hay una fértil retroalimentación de discursos –lírico, filosófico, antropológico, ensayístico, historiográfico– de cuya interacción surge una lengua singular, un idiolecto reconocible. Los anfibios son aquellos animales cuyo ciclo de vida se desarrolla tanto en un ambiente acuático como en uno terrestre, por lo que pueden vivir dentro del agua –respirando a través de la piel, aunque algunos, como los ajolotes, respiren también por las branquias– o sobre la tierra –respirando por los pulmones y la piel–. Esta analogía entre el mundo zoológico y el literario fue utilizada por el sociólogo y lingüista británico Basil Bernstein pero su fértil aplicación al campo de la crítica de la poesía contemporánea la he conocido gracias a las investigaciones de Loretta Frattale sobre el signo poético intermedial de Rafael Alberti, poeta-pintor que combinó el código verbo-alfabético con el espacio-figurativo para crear una sólida obra que respira y se nutre de los dos soportes sígnicos y materiales. Esta es la metáfora que tomo en préstamo y de la que quiero partir para reflexionar sobre la poesía híbrida de Francesca Gargallo, también, por el interés de la autora en defender una mirada ecológica que conduzca a la integración del ser humano con su hábitat natural, con el paisaje, su vegetación y sus animales.

La autora ítalo-mexicana, nacida en Sicilia, estudió Filosofía en la Universidad La Sapienza en Roma y se doctoró en Estudios Latinoamericanos en la UNAM. En su poesía el uso de los pronombres y adjetivos posesivos suele reflejar la elección de una patria: “A los cadáveres de mi país les repugna la paz de los cementerios”, leemos en “Perseverancia”. Novelista, ensayista, poeta, historiadora, fue profesora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. La defensa de un feminismo comunitario así como el cuestionamiento a las hegemonías del feminismo tradicional y la crítica de ciertas lógicas naturalizadas en el ámbito laboral, la interacción interpersonal y las relaciones de parentesco durante la modernidad son aspectos muy presentes en las seis partes de Si puedo participo, siempre en correspondencia con ideas desarrolladas en sus ensayos. En un artículo suyo publicado en Pensares y quehaceres. Revista de Políticas de la Filosofía de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán en 2010 afirma que “pensar el feminismo desde una perspectiva no hegemónica nos lleva a problematizar una práctica ya institucionalizada acerca de las reivindicaciones de las mujeres. Así, ante la insurgencia de sectores hasta ahora invisibilizados como indios, negros, disidentes sexuales también irrumpen nuevas maneras de pensar el feminismo. Por eso, desde la autonomía feminista, se propaga una crítica al feminismo originado en Europa y Estados Unidos y aceptado sin cuestionamientos por parte de una minoría blanca, académica, de clase media, instalado, a su vez, en los intersticios del poder masculino (ONGs, partidos políticos, gobiernos e instituciones)”. Esta encendida y articulada toma de posición reverbera con eco en su poesía: aquí también cuestiona los procesos de enseñanza-aprendizaje y el verticalismo que se ejerce muchas veces en las universidades e instituciones públicas, donde se suelen reproducir dinámicas de avasallamiento de raza y de clase a las que denomina “pigmentocracia”.

La primera sección de este libro, “Si puedo participo”, gira en torno a la idea de la urgencia de la palabra para combatir la desidia, los “tiempos indolentes”, siempre concebida como herramienta “política” que renuncia a convertirse en “dato”. Busca una palabra capaz de ser “fuego para encender el alba”. Es muy interesante el uso del condicional del título, que a su vez da nombre al libro entero. La duda se relaciona estrechamente con la cautela epistemológica precisada en el párrafo anterior: el condicional opera como reconocimiento del límite, como voluntad de no querer imponer una visión foránea que ejerza una nueva violencia simbólica y colonizadora. Gargallo es conciente de su biculturalidad constitutiva: mujer blanca nacida en Europa, donde cursó sus primeros estudios universitarios. Su origen podría considerarse, en cierto sentido, “privilegiado” respecto de la realidad que denuncia, aunque más tarde haya emigrado a México, haya transcurrido la mayor parte de su vida en el país donde se hablan 68 lenguas indígenas y allí se haya formado (y, evidentemente, transformado). Esta sección, que no por casualidad es el pórtico del libro, manifiesta una cuidadosa –y amorosa– vigilancia de la propia conciencia. Así se explican, también, las dudas que manifiesta en esta primera sección metapoética: “Mi selva depende de la semilla/ que guardo, y bien puede ser estéril” son dos versos de “Digo si puedo”, el poema que inaugura el libro. En sus ensayos sobre el feminismo Gargallo justamente cuestiona el pensamiento de los blancos (hombres y mujeres) que se creen investidos del derecho de interpretar la realidad, así como de dirigirla y justificarla. Su intención de visibilizar los cuerpos de la violencia sexual, de la guerra y la sumisión en América Latina a través de sus libros –los de investigación y los de creación– parecen conducirla a un severo examen de conciencia, por ejemplo, en el artículo de 2010 ya citado: “¿Cómo estar segura de que mi mirada no sea cómplice de la mirada hegemónica del feminismo académico occidental a la hora de tratar tanto la autonomía feminista como la extrañeza de las mujeres que viven al margen de la hegemonía en Nuestra América?”, o “Las teóricas no saben de vender su cuerpo, ni de sobrevivir a las violaciones en campos de refugiados o a manos de militares en las propias tierras, estar embarazada, amamantar o no querer acceder al intercambio sexual durante largos períodos. No viven las contradicciones que denuncian. Paralelamente, las ecologistas no escuchan a las campesinas, las recolectoras, las pescadoras, las habitantes de los bosques como conocedoras de su realidad”. Esta sección inaugural nos advierte que nombrar a las otras merece una amorosa cautela que no avasalle ni reproduzca privilegios de clase, raza ni sexo.

La segunda sección, “Líricas del viaje”, está dedicada a las mujeres migrantes, a las sobrevivientes de los caminos. Hay espacios económicos y simbólicos reconstruidos por la poesía mediante el acto mágico del peregrinaje. “Oda a las migrantes” es una suerte de epopeya de las mujeres que hablan a media voz: “Cantan sus nostalgias con menor/ asiduidad, las migrantes”; “Sin voz/ pizcan café/ al cruzar la frontera/ áfonas lavan ropa ajena/ disimulan las gracias en el comedor/ de la casa del migrante./ Temen, por supuesto, el estupro./ Las acecha desde los atavíos militares”; “Dicen que la lengua es materna/ ¿qué trova pasarán a sus hijas,/ valdrá un canto esta agonía de pueblo mudo?/ Sus mismas madres las bendijeron sin loas.// No tienen casi palabras propias las migrantes”. Por ello la poeta busca devolverles la voz, ser intérprete y mediadora compasiva de sus luchas privadas. Hay en esta sección una serie de estampas de mujeres indígenas, nómadas, campesinas, que representan el colectivo femenino que se vio impelido a enfrentar el avance del sistema capitalista sobre su espacio económico y simbólico y que vio sus posesiones amenazadas por la privatización de la tierra y de sus frutos, fenómenos que Gargallo denuncia y analiza en sus ensayos: el rebrote de la esclavitud en el siglo XXI, las mujeres que luchan contra la esclavitud sexual y doméstica, la prostitución forzada, la privatización de la enseñanza y la medicina, el uso de sus hijas o hijos en el trabajo infantil, la minorización de sus saberes, la pauperización de sus habilidades. En lo que concierne al motivo del trabajo infantil, hallamos una estampa entrañable encarnada en la figura del niño vendedor de limones: “tres limones es todo lo que tengo, dice el muchacho/ y los exhibe en la palma sucia y triste/ tres limones que necesito compres/ para que me des cinco dólares/ porque mi madre tiene hambre”. Así se cierra el poema: “La lógica del muchacho es perfecta/ –circular y explicativa– / o tan solo justa y la justicia no es de este mundo”.

Un tema central de este libro es, también, la denuncia de la falta de autonomía del cuerpo femenino, es decir, la falta de potestad de la mujer sobre su propio cuerpo. Su libro Feminismos desde Abya Yala. Ideas y preposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América, cuya primera edición fue publicada en 2012 en Bogotá, recoge y analiza una serie de testimonios femeninos recolectados entre agosto de 2010 y de 2011, año en el que Gargallo hace un viaje terrestre desde México a Chile para entrevistarse con intelectuales y feministas indígenas en sus comunidades. Varios de estos testimonios y anécdotas ingresan en su poesía estilizados y elaborados líricamente: “En promedio dos violaciones cuesta el peaje/ que pagan las azoradas mariposas/ del verde Usumacinta a los cactos de Arizona.// Todavía en la línea se inyectan/ anticonceptivos para un mes”; “Expatriadas sin nombre/ escondidas en las aristas/ de una lengua sin lugar/ se les han borrado las coplas/ sus dioses reciben alabanzas desgastadas.// Las miro deambular a orillas de las autopistas/ les compro el boleto de un bus/ porque me lo piden a media voz”; “Migrar es la última esperanza –y como todas, una ilusión– / si tu país es meta turística y territorio de dictaduras.// Madre migrante me habla a medias”. En su conferencia “Cuerpos específicos en tránsito por México. Sobre migraciones, espacio, tiempo, cuerpos sexuados y roles de género” presentada en Donostia en 2019 la poeta da más noticias acerca del corpus de relatos migrantes con los que ha ido elaborando sus investigaciones de campo. Hay personajes arquetípicos que reconocemos en muchos poemas: “Por motivos literarios he escuchado cientos de relatos de mujeres; hoy me centraré en 48 de ellos, recogidos de 2015 a hoy, en México, Honduras y Guatemala, de mujeres que me han hablado en primera persona de su experiencia como migrantes o, más bien, como nómadas modernas de un territorio, el americano o Abya Yala, cuyas fronteras son todas de origen colonial (...) Las historias que me han contado las mujeres que recorren los caminos de México son epopeyas que narran hechos heroicos frente al cansancio, las amenazas, los riesgos, el desamparo y el sentido de libertad que ofrece adentrarse en territorios desconocidos”. Para Gargallo estas travesías son comparables a las de Gilgamesh, Hannon o Marco Polo, y las protagonistas son exiliadas políticas como Dante Alighieri, perseguidas que, como Trotsky, han denunciado las atrocidades que se comenten en sus países contra los derechos humanos. “Son jovencitas que van en busca de sus madres como el personaje del libro Corazón de Edmundo De Amicis. Inician el viaje estando embarazadas, son ancianas perseguidas por haber exigido justicia contra el asesinato o desaparición de algún familiar, anhelan una mejor condición económica, viajan por deseos de conocer mundo, pretenden estudiar, les han devastado el medioambiente, quieren sentirse seguras. Las mujeres migrantes son personas de carne y hueso, con culturas, sueños y miedos específicos que atraviesan sus cuerpos. Cuando cruzan a pie el corredor Huehuetenango-La Mesilla-Comitán, una ruta altamente transitada entre Guatemala y México, enfrentan extorsiones o son robadas, abusadas sexualmente, desaparecidas o cooptadas por las redes de trata. Ahí muchas madres brindan sus cuerpos para proteger a sus hijas e hijos”.

Otro de los motivos recurrentes del libro es el cuestionamiento del mundo privado e inamovible de la familia como espacio de contención y de seguridad. Ya desde sus ensayos, Gargallo advierte el riesgo de naturalizar las políticas de identidad y parentesco: pueden ser peligrosas para las mujeres porque las reconducen a la subordinación. En su poesía, la familia no siempre es un núcleo de serenidad y sosiego, por eso se torna necesaria “la lenta hazaña de desaprender la familia”. La privación de la autonomía del cuerpo femenino puede ser practicada por un miembro de la propia familia (y no necesariamente por una amenaza externa). La encontramos tematizada en el largo poema inicial de la tercera sección, que se titula “Resistencias”, donde aparecen campesinas que van a pedir medicinas a la ciudad y cuando regresan añoran que el marido esté ausente, que “nadie le exija la cena/ que la suspensión de la regla sea/ la bendita menopausia y no otro chamaco”.

Se posso partecipo es un homenaje a mujeres ejemplares que integran un colectivo “de resistencia” que la autora busca visibilizar: maestras, artistas plásticas, escritoras, pensadoras, periodistas, pintoras o, como el yo lírico las llama, “vestales de nuestra resistencia”. En este friso encontramos a Dolores Castro Varela, poeta, escritora y maestra mexicana que fue compañera de generación de Octavio Paz y Rosario Castellanos, a la gran pintora mexicana María Izquierdo, “nuestra abuela/ hermana de pintoras brutales e iridescentes/ guَía de transito a lo Cordelia Urueta./ Surrealistas necesarias las inquietantes tíَas adquiridas/ (republicanas, judías, comunistas/ gringas viudas de un marido aviador/ una fotógrafa húngara como elemento insospechado)”. Se rinde homenaje a la periodista muerta Anabel Flores Salazar, de 27 años, asesinada y encontrada muerta en la carretera de Puebla y a las víctimas de femicidios por violencia doméstica o estatal: “A Regina Martínez Pérez la estrangularon en casa. Dice mi amiga que no puede imaginar su terrorifica agonía/ su dolor por dejar sin leche al bebé de quince días/ sin madre al hijo de dos años./ No puede escucharlo no puede leerlo no puede más”; “Matar periodistas/ deporte nacional/ seguido a vuelta de rueda/ del tiro a la defensora/ el amansar mujeres/ y arrendar ecologistas. (...) El gran floreo consiste/ en culparlos/ de su propia muerte”. No falta la conmemoración a la activista y ambientalista hondureña Berta Cáceres, líder del pueblo indígena lenca asesinada en 2016. Ella es una de las representantes de la “mujer insumisa” e “impertinente”, una figura con la que el yo poético se identifica y adhiere emocionalmente durante todo el libro, de manera coral: “Con ellas altero/ la ley de morderse la lengua/ desamarro la normalidad de la agresión/ rechistamos/ respondemos/ despracticamos lo habitual”; “Ejemplo de lucha y resistencia/ aguantar bala, atropellamiento o machetazo.// Bebo, luego soy impertinente”. Es muy impactante la identificación entre la “puta” y la “luchadora” que aparece en la sexta y última sección del libro, “Hierbas elevadas”: “¿Cuánto? le gritaban para ofenderla/ porte ligero/ ideas fuertes/ el sueño de cambiar/ la costa/ la injusticia/ el fraude electoral/ ¿Cuánto? porque puta y luchadora/ son sinónimos”.

La poesía de Francesca Gargallo elude las simplificaciones maniqueas y plantea el imperativo ético de ejercer la autocrítica y la autovigilancia, pues ni siquiera la condición de mujer implica necesariamente solidaridad con las congéneres, sororidad. Esta afirmación se ejemplifica mediante las figuras de la “jueza patriarcal” y de la indiferente “jefa del centro de estudios”, las cuales reproducen modos de avasallamiento coherentes con la pigmentocracia mencionada: “He visto hoy una mujer desesperada/ mimar la displicencia con un asomo/ de hartazgo en el gesto y la voz/ para que la palabra no se le quebrara (...) Cuando rompió a llorar/ la jefa del centro de estudios encogió los hombros”. Y en otros versos: “Erguida la jueza sentencia que la madre es nada/ el padre violento/ y el niño de adulto tendrá que acudir/ al servicio profesional de sicólogos caros./ Una vez más, la injusticia en forma/ da su laudo al poder de la costumbre/ decreta que un golpe a la madre no hiere al vástago./ La mujer en llanto confirma a la inquisidora/ la equidad de su resolución patriarcal./ El círculo se cumple”. El libro se cierra con una fábula en femenino donde no faltan la carnavalización animalesca ni la moraleja donde se concluye que también la mujer puede ser loba de la mujer si reformulamos la locución del comediógrafo latino Plauto homo homini lupus: “Despeguemos, dijo la garza./ La mona la mandó a volar/ acompañando el gesto de sus manos/ con muy malas palabras”.

La crítica a las lógicas de explotación laboral y mecanización del ser humano se concentran, aunque no solamente, en la anteúltima sección del libro, “Amar era el verbo”, donde, a pesar de lo que su título podría sugerir, se denuncia la atrocidad de las “masacres en el país de la eterna primavera/ orillas de sangre para los ríos/ fosas comunes./ Barricas de ácido deshacen/ más estudiantes/ e ingenieros/ médicas/ electricistas”. El trabajo mecanizado se opone al trabajo manual, y este último se identifica con la escritura mediante la metáfora del tejido (la palabra es entendida como artesanía: equivale al acto de cruzar una red de hilos y agujas para construir mallas). Esta metáfora se entrelaza, a su vez, con la del viaje, por eso hay mujeres que “se cosen vidas/ con las telas que encuentran” y hay poemas que tienen hormas y suelas como los zapatos, porque testimonian tránsitos a pie, por ejemplo el dedicado a Alfredo López Casanova, escultor mexicano y defensor de los derechos humanos que puso en marcha el proyecto Huellas de la memoria. Esta iniciativa promueve la inscripción de palabras en las suelas de los zapatos de las personas que buscan a sus familiares y afectos desaparecidos. Por último, hay en este libro una antítesis frecuente entre el trabajo manual y el trabajo mecanizado junto con la denuncia de la formación de tecnócratas y burócratas por un capitalismo alienante: “‘La mecanización reduce el trabajo’, sostiene el ingeniero”; “La cabeza del oficinista sacude/ sus manos trenzadas con las dudas./ A la esclava de microchips/ en caja de plásticos inodoros”; “No es mujer sino ruido de máquina”; “Brazos y manos en los pedales/ arrojo de bajo consumo/ orientado al sol para no morir de frío/ silbando en el camino a casa/ a expensas del maestro que predijo/ el uso restrictivo de la tecnología/ en provecho/ ni más ni menos/ de esa minoría de la población/ que habrase suicidado en masa”.

Nombrar la nieve

Nombrar la nieve

En octubre de 2019, Francesca Gargallo fue invitada por el Circolo Walter Benjamin, coordinado por Paolo Quintili en la Facultad de Letras y Filosofía de la Università di Roma Tor Vergata, para dictar una conferencia que tuve la suerte de moderar. Allí expuso ante los estudiantes algunos principios del feminismo comunitario y del concepto de cuerpo-territorio que también encontramos esbozados en su ensayo “Las políticas del sujeto en Nuestra América” publicado por la UNAM en 2013: los feminismos colectivos y comunitarios sumieron la lucha por la defensa de territorios indígenas como una defensa construida por hombres y mujeres, donde la autoridad no viene más ejercitada exclusivamente por la figura masculina. Los sujetos sociales, en especial las mujeres, encuentran en los movimientos colectivos la posibilidad de hacer valer derechos, demandas, aspiraciones y nuevas modalidades de hacer política. Esta defensa del trabajo en equipo y de formas de organización social en comunidades urbanas, rurales e indígenas es enunciada en sus versos: “...en el cálculo liberal/ somos madres solteras y ancianas/ las transitorias que producen un cara a cara/ en el cruce de caminos/ una colectividad/ el acariciable horizonte de terrenos sembrados”.

Como el lector podrá comprobar a vuelta de página, la poesía de Francesca Gargallo revela un fructífero hibridismo genérico. En sus versos comulgan sin fisuras la investigación en campos disciplinares pertenecientes a las humanidades y las ciencias sociales con la inspiración poética, potenciando así la fuerza de un mensaje fuertemente político pero sin renunciar a la belleza estética.

Marisa Martínez Pérsico. Università di Roma Tor Vergata. Roma, junio de 2020

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