LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
El fiasco de Bruselas y el desafío permanente de Mazón desnudan el liderazgo de Feijóo en el PP

Cultura

Cuando mi padre era cura

Cartel promocional de 'El bar que se tragó a todos los españoles', obra de Alfredo Sanzol, donde se puede ver a su padre vestido de sacerdote.
  • Este artículo está disponible sólo para los socios y socias de infoLibre, que hacen posible nuestro proyecto. Si eres uno de ellos, gracias. Sabes que puedes regalar una suscripción haciendo click aquí. Si no lo eres y quieres comprometerte, este es el enlace. La información que recibes depende de ti.

En el cartel que preside la sala del Centro Dramático Nacional se ve a un sacerdote católico. Chaqueta negra, alzacuellos, manos en los bolsillos. Mira a cámara, sonríe discretamente, el cabello ya comienza a canear. Detrás de él, en el último plano, se lee: Houston International Airport. Es un sacerdote, sí, pero también es el padre del dramaturgo y director Alfredo Sanzol. El 12 de febrero se estrena El bar que se tragó a todos los españoles, obra teatral en la que el creador, también director del centro, cuenta —en parte— la historia de su padre, una historia cuyo protagonista no se atrevió a compartir con sus hijos mientras vivía y que Sanzol ha tenido que descubrir sin él. Para aprender un poco más, para poner en común una vivencia menos excepcional de lo que parece y para complementar el estreno, el martes organizaba un coloquio con otros tres hijos de sacerdotes secularizados. No se conocían. Algunos, como el propio dramaturgo, jamás habían comentado esta parte de la memoria familiar con otras personas que hubieran experimentado algo parecido. Sus inesperados compañeros eran la música Rozalén, el diputado de Unidas Podemos en la Asamblea de Madrid Jacinto Morano y la militante de Amigos de la Tierra Blanca Ruibal.

Las historias que cuentan tienen muchos puntos en común. Los padres de Rozalén, Morano y Sanzol nacieron en familias humildes, y el seminario les prometía una educación que hubiera sido inalcanzable de otra forma. Mientras algunos amigos iban abandonando la carrera, ellos persistieron, movidos por la fe y lo que sus hijos ven ahora como una vocación de servicio. Se ordenaron y trabajaron durante décadas: el de Rozalén, en los pueblos de la sierra del Segura; el de Morano, en Extremadura; el de Sanzol, en Navarra. El padre de Ruibal siguió una senda un poco distinta: hijo de un gran constructor, abandonó su destino como heredero —y su chófer, y su Rolex— para asumir el voto de pobreza de los frailes escolapios. Todos ellos ejercieron durante años, durante décadas, hasta los setenta en el caso de Sanzol y Ruibal y los ochenta en los demás. Y luego pasó lo inadmisible: los tres primeros se enamoraron. El cuarto no pudo seguir amoldando su conciencia a una doctrina que le exigía condenar el uso de anticonceptivos y el aborto. Pidieron a Roma la dispensa para volver a la vida laica, un proceso que para entonces el Concilio Vaticano II había transformado por completo. Tuvieron hijos. Y les hablaron, o no, de su antigua vida. 

Romper el silencio

"Esta es una obra que nace de la voluntad de devolver la dignidad a la historia de mi padre", reivindica el dramaturgo. Cree que ese halo de vergüenza y secreto que se instaló en su casa no era propio solo de su situación poco común, sino que formaba parte de cierto aire de época: "Hay otros padres y madres que se tuvieron que callar exilio, cárcel, represión.. Es una generación muy educada en el silencio". Un silencio en cierta medida irreparable: tres de los cuatro exsacerdotes de los que se hablaba el martes han fallecido. Pero también es cierto que sobre los sacerdotes secularizados pesan unas circunstancias particulares. Primero, la moral conservadora que censuraba su salida de la Iglesia. Luego, la espera hasta obtener la dispensa, que de alguna manera pausaba la vida de los ya exsacerdotes y de sus familias. Además, el procedimiento recomendaba y recomienda alejarse del lugar en el que hubieran ejercido, algo que les obligaba a rehacer su vida lejos de la que había sido su tierra. En 1985, casi 6.000 curas esperaban aún la dispensa papal, y las asociaciones de sacerdotes católicos casados cifraban en 70.000 el número de clérigos que habían contraído matrimonio en todo el mundo. 

De izquierda a derecha, Jacinto Morano, Rozalén, Alfredo Sanzol y Blanca Ruibal.

Las historias de estas cuatro familias se enmarcan dentro de un movimiento global que, en los setenta, cuestionaba la obligación del celibato para los sacerdotes católicos. En 1977, se funda en España el Movimiento Celibato Opcional, una agrupación progresista nacida en gran medida en torno a la esperanza de que el Concilio Vaticano II (1962-1965) abriera un periodo de renovación en la Iglesia. Y de hecho en 1967 el papa Pablo VI publica una encíclica que transformaría el proceso de concesión de la dispensa. A raíz de ese cambio, el número de sacerdotes secularizados crece, aunque Roma nunca ha ofrecido datos oficiales. Jacinto Morano cree que se trataba también de un hecho generacional: "Mi padre entró en el seminario a los 10 años. Era algo muy habitual en las familias de origen humilde cuando se decidía que un niño valía para estudiar. Era casi una oposición que se empezaba de niño. Eso llevó a que una generación al final se acabara saliendo". Sin embargo, en los cuatro casos que se reunieron el martes en el Centro Dramático Nacional, los exsacerdotes conservaron la fe y siguieron siendo creyentes practicantes (aunque en distinta medida). Sus hijos defendían incluso que si a sus padres se les hubiera dado la posibilidad de continuar dentro de la Iglesia, lo hubieran hecho. Algunos seguían considerándose a sí mismo sacerdotes

Los hijos del cura

Juan José Tamayo: "España todavía tiene pendiente de hacer su transición religiosa"

Juan José Tamayo: "España todavía tiene pendiente de hacer su transición religiosa"

Si se parecen las experiencias vitales, las anécdotas también. "A mí mi padre no me contaba cuentos, me contaba parábolas", dice uno, y los otros tres ríen, asienten: "¡A mí también!". Hablan del gusto de todos ellos por comentar los sermones después de la misa, o por adoptar en las conversaciones un tono que podría definirse como "de sermón". Rozalén recordaba el momento en que su padre —el único que aún vive— le habló de su vida anterior. "En el pueblo, un señor muy mayor le llamo don Cristóbal. Le pregunté: ¿papá, por qué te llama don, si es mayor que tú?". Sanzol no podría descubrirlo hasta hace poco, hablando con la familia y rebuscando en montones de fotos. Y Blanca Ruibal fue consciente de ello desde niña: "Él estaba muy orgulloso, en el pueblo había casado a todo el mundo, bautizado a todo el mundo". El padre de Jacinto Morano estaba deseando que los Testigos de Jehová llamaran a su puerta para poder discutir con ellos de teología, y mantenía la relación con sus compañeros de seminario, también con algunos que los que como él habían abandonado la Iglesia. Su madre se emociona escuchando la canción "Amor prohibido", de la misma Rozalén, que la música compuso a partir de la historia de sus padres. ¿Y El pájaro espino? Todos niegan de inmediato. No, a sus padres no les gusta nada la referencia. "Dicen que hay mucha marranería", bromea Rozalén.

Otros recuerdos son menos luminosos. Al dejar el sacerdocio, todos se mudaron —unos a Leganés, otros a Guadalajara— buscando un poco de aire fresco lejos de una sanción social que podía resultar asfixiante. Rozalén apuntaba también lo que tuvo que sufrir su madre, a quien la sociedad machista culpaba del descarrilamiento del cura: "Le llegaron a tirar piedras en las fiestas del pueblo". Y todos coincidían en que, aunque mantuvieron la fe, también guardaron una relación "compleja" con una institución que respetaban y que conocían muy bien, pero de la que se habían sentido expulsados. "Se sentía apartado", dice Sanzol sobre su padre. "Estando dentro desde tan pequeño... En un momento quiso ser profesor de Religión y no le dejaron [la Iglesia desaconseja que los sacerdotes secularizados impartan la asignatura o den catequesis]. Y se enfadó, no lo entendía". Algo similar dice Ruibal: "Mi padre expresaba mucho dolor cuando lo tuvo que dejar. Tenía esa sensación de abandono. Y tenía una pedrada muy fuerte con la culpa, con todo lo que se decía que si pecabas ibas a ir al infierno. Pensaba en las pesadillas que él tenía de pequeño y en las que habría provocado a otras personas sin querer".

No parece casualidad que todos estos padres —en el sentido clerical y filial de la palabra— fueran especialmente comprometidos, activos en sus comunidades, y que mantuvieran ese espíritu también al colgar la sotana. "Para mi padre", cuenta Blanca Ruibal, "ser párroco es acompañar a una comunidad, acompañarles en sus problemas espirituales y de la vida... No pudo seguir haciéndolo por motivos de conciencia, pero acompañaba a adolescentes [luego se dedicó a la enseñanza] o a los yonkis del barrio". Rozalén cuenta, ilusionada, que ahora el suyo es juez de paz en su pueblo, y que ha vuelto a oficiar matrimonios... esta vez civiles. Hace poco le llamó muy orgulloso. Había hecho algo que su propia moral había considerado erróneo durante mucho tiempo, y que desde luego no podría haber hecho nunca como sacerdote. Al otro lado del teléfono, dijo: "He casado a dos mujeres". 

Más sobre este tema
stats