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Los diablos azules

Mujer de primavera

Los poetas Luis García Montero y Joan Margarit en una foto de archivo durante un recital en la Residencia de Estudiantes, en Madrid.

Este artículo forma parte de un Especial dedicado a la memoria de Joan Margarit, poeta catalán ganador del Premio Cervantes fallecido el martes 16 de febrero a los 82 años. fallecido el martes 16 de febrero

Este texto apareció en Detrás de las palabras (Visor, 2020), una antología de 50 poemas de Joan Margarit, fallecido el martes, seleccionados y comentados por 50 autores. En este capítulo, el poeta Luis García Montero, director del Instituto Cervantes y gran amigo del escritor catalán, recordaba su relación con el poema seleccionados y comentados por 50 autoresDona de primavera / Mujer de primavera

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Dona de primavera

Darrere les paraules només et tinc a tu.

Trist el qui mai no ha perdut

per amor una casa.

Trist el qui mor envoltat de respecte i prestigi.

Jo em crec el que passa en la nit

estrellada d’un vers.

Mujer de primavera

Detrás de las palabras sólo te tengo a ti.

Triste quien no ha perdido

por amor una casa.

Triste el que muere

con un aura de respeto y prestigio.

Me importa lo que sucede en la noche

estrellada de un verso.

La poesía clásica cantó la Edad de Oro. Cuando reparten sus cartas difíciles las ilusiones y las inclemencias del presente, jugar con las reglas del tiempo es una buena partida para los consuelos humanos. La melancolía puede transformarse en un hermoso refugio, un saldo positivo para encerrar la felicidad dentro de un paisaje tan amable como nos parece siempre el pasado. Si quedan ánimos o rabias, los días pueden cambiar la túnica de la elegía por el uniforme del himno y levantar el refugio en cualquier isla del futuro con tierras suficientes como para conseguir esconder un tesoro.

Aunque la memoria y los deseos son materiales imprescindibles de vida, conviene vigilarlos bien, no perderlos de vista, para evitar las numerosas ocasiones de autoengaño. Cuando la lucidez decide por fin tomar la palabra, se da pie a otro tipo de relación con el tiempo que, por sus señales de alarma, sus escarmientos y su disidencia con las quimeras establecidas, bien podemos llamar edad roja.

Joan Margarit publicó Edad roja en 1989, ¡hace treintaiún años! Era el momento oportuno para admitir, de forma honesta, que ya se había aprendido a vivir sin promesas paradisíacas e ilusiones retóricas. Las esdrújulas habían perdido sus hojas con la llegada del otoño. Se trataba ahora de reconciliarse con la vida, aceptando el valor de lo que se puede tocar con la mano, es decir, esa realidad en la que existe la imperfección y las pérdidas. También el lado humano y alegre de lo posible. ¿Aquello que se pierde es inseparable de aquello que se conserva? En Edad roja publicó el poema "Mujer de primavera", una declaración que las circunstancias hicieron que yo habitara algunos años después en mi libro Completamente viernes (1998). La legitimidad de las pérdidas forma parte de un horizonte de vida y resistencia.

Luis Cernuda, en uno de sus poemas de Un río, un amor, "¿Son todos felices?", había proclamado: "Abajo todo, todo, excepto la derrota". Hermosos versos surrealistas, pero que negocian demasiado con el desengaño heroico y la leyenda romántica del perdedor, la luz dorada de los márgenes. Sin embargo, para una persona decidida a no autoengañarse, ni a morir de soberbia, es obligado reconocer que esa luz es igualmente una luz de hielo; en los márgenes no sólo hay frío, sino muchas veces maldad, mezquindad, vileza. Hacer leyenda de los márgenes es buscarle un paisaje de vertederos a la Edad de Oro. Y tampoco se trata de eso. Para ser honestos en la Edad roja, para no llegar a mentir en nombre de la poesía, resulta necesario una convivencia más cívica con la pérdida.

Es la conclusión de una experiencia que tiene que ver con la normalidad antes que con el heroísmo. Es verdad que el mundo está irremediablemente mal hecho, y abunda la miseria ética, y dominan las convenciones nacidas para domar y someter una parte notable de nuestra libertad social e íntima. Por eso es también verdad que acaba siendo triste el destino de aquellos que mueren "con un aura de respeto y prestigio". Una vida sin cumplimiento, acostumbrada a la renuncia. Claro que negarse a formar parte de ese rebaño de seres de aparente felicidad no implica ni la exaltación del dolor, ni la renuncia al amor. Más que el heroísmo, se trata de constatar que para ser leal a la propia vida uno sufre pérdidas, toma decisiones, pero asimismo trata de responder con lealtad al propio destino: "Triste quien no ha perdido / por amor una casa". Aquí no se habla de sacramentos, ni de dioses, ni de hazañas, ni de leyendas negras, sino de algo tan cotidiano como una casa. En la medida de nuestras posibilidades, uno escoge el dónde para vivir y amar. Los sentimientos de la libertad no son tan sólo un campo de batalla, sino el mismo lugar en el que se come, se duerme, se tocan y se lavan los cuerpos. La rebeldía de los seres normales es la única afirmación que de verdad resiste el ajuste de cuentas de la lucidez.

¿Qué es lo que hay detrás o dentro de las palabras? Además de las explicaciones que debemos dar para ser entendidos o perdonados, hay otras muchas cosas: nuestras raíces, nuestra historia, nuestra identidad, el tiempo que nos queda por vivir. La poesía honesta funda en cada lugar una relación íntima con la verdad, una forma de pertenencia: a quién tenemos en esa casa que somos, en esa casa que preparamos para darle coherencia a nuestra memoria y nuestro presente. Vivir es calzar recuerdos en los zapatos del hoy. Más que la perfección, la primavera de cada verso y de cada amor responde a las contradicciones de la vida, a su realidad, una compañía que nos ayuda a caminar, a subir y bajar escaleras, porque nos permite o nos obliga a poner los pies en el suelo.

¡Bienvenido el Derbi!

¡Bienvenido el Derbi!

Nadie está en posesión de la verdad, pero el poeta asume, si se toma en serio a sí mismo y a la poesía, la tarea de no mentir. Sólo es conveniente la casa que resiste "la noche / estrellada de un verso". Y las estrellas acaban valiendo más por su luz necesaria que por su belleza. La poesía existe sin belleza, pero no sin luz.

El poeta ordena los muebles de la casa, sobre todo intenta buscar con sus palabras una habitación en la que deben convivir hermanas peligrosas: verdad, belleza y emoción. Más que contar, hace cuentas de la vida, necesarios ajustes. Ordena la casa de modo hospitalario para recibir al lector. En la época de Edad roja, Joan Margarit empezó a sentir y pensar que un lector de poesía se parece más al músico que interpreta una partitura que al público que asiste embelesado a un concierto.

Yo me aproveché de la hospitalidad. No quise preguntar por los detalles, por la mujer de primavera, la casa perdida, el aura o el prestigio. Entré en el poema y me llevé dos versos para hacerlos míos. No fue un robo, quien lo probó lo sabe.

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