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‘PARÍS, Distrito 13’, un voyeur mirando al sexo (y el amor) millennial

Fotograma de 'PARIS, Distrito 13'.

Dice Jacques Audiard ser un hombre asocial que ha encontrado en el cine su forma de relacionarse con los demás. Por eso hay en su carrera como cineasta películas de todos los palos: el magnífico thriller carcelario Un profeta, la exploración de un criminal que quiere ser músico en De latir mi corazón se ha parado, el conmovedor melodrama De óxido y hueso, el drama migratorio Dheepan o "el western" (co-producción española) Los hermanos Sisters. Para uno de los directores franceses más interesantes del momento, el cine es una oportunidad para acercase a las vidas ajenas.

Eso hace en PARÍS, Distrito 13, película que se propone retratar las vidas sentimentales y profesionales de un puñado de treintañeros que viven en les Olympiades, barrio parisino lleno de rascacielos en los que se aglutinan estudiantes y trabajadores, oriundos e inmigrantes. A Audiard, a sus más de 50 años, le queda lejos y le es ajeno el momento vital que viven estos personajes, y quizá por eso empieza la película con esa cámara de Paul Guilhaume espiando en las ventanas de esas colmenas, como un agente externo que planea infiltrarse en territorio extraño. También como ese James Stewart impedido en su piso en La ventana indiscreta: con la curiosidad de un voyeur.

Pero las referencias que surgen al ver esta dramedia ligera son más obvias, y no solo porque el propio director se encargue de citarlas cuando habla de ella: el Éric Rohmer de Mi noche con Maud y el Woody Allen de Manhattan y Annie Hall (esta es la película que recomendó a la actriz Noémie Merlant antes de empezar a trabajar). El blanco y negro con el que está rodada no es casualidad, nos lleva a la Nouvelle Vague francesa y al mumblecore estadounidense, escuelas en las que PARÍS, Distrito 13 se mira. Hay algo de Frances Ha o de la Hannah de Girls en una de las protagonistas. De Allen recoge el retrato de una ciudad como paisaje romántico lleno de neuras, inseguridades y desentendimientos.

Junto a Audiard firman el guion Céline Sciamma, cuya Retrato de una mujer en llamas protagonizaba también Merlant, y Léa Mysius (Ava), la única treintañera del trío. Destaco esto porque no me atrevo a calificar como retrato generacional una película hecha por alguien que no pertenece a la generación retratada. De hecho hay algo frío y distante en PARÍS, Distrito 13, una película que habla lo que le pasa a la gente de mi edad sin llegar a conmoverme en ningún momento.

Los tres personajes protagonistas cuyas vidas se cruzan en la cama son Émilie (Lucie Zhang), Camille (Makita Samba) y Nora (Merlant). La primera es una descendiente de inmigrantes taiwaneses, una chica apática, solitaria y despegada que trabaja como teleoperadora sin demasiado interés ni grandes ambiciones profesionales. El segundo es un profesor con estudios universitarios cuya entrega al trabajo no ha servido demasiado: el estado francés, como el español, descuida y maltrata a los maestros y no les da oportunidades laborales de calidad. La tercera es una joven agente inmobiliaria con experiencia y aptitudes que decide retomar sus estudios universitarios. El guion se basa muy libremente en los relatos Amber Sweet, Killing and Dying y Hawaian Getaway de Adrian Tomine, artista de cómic que publica en el New Yorker.

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Sin llegar a catalogar la película como un retrato generacional, sí está claro que Audiard quiere a través de estos tres personajes acercarse a lo que los treintañeros de clase media viven hoy en día: una existencia que no puede definirse por el trabajo porque este escasea o no dura, ni por la vida familiar porque estamos entregados al individualismo. “Son jóvenes que flotan, si quieres verlo así. No quieren elegir”, dijo el director a Cinemanía.

Todo es fluido y efímero, también en lo que más interesa a la película: el sexo. Entre apps para ligar, el consumo de porno y la búsqueda de encuentros anónimos y frugales y alejados de las ataduras románticas, diría que lo más acertado de PARÍS, Distrito 13 es su visión de una generación que a la vez anhela y rehúye las estructuras preestablecidas, no solo en lo sexual: también en lo emocional, laboral y vital. Una pena que lo haga desde el moralismo y acabe con un final tan conservador tras haber presentado a varios personajes tan libres, en concreto dos mujeres que se buscan a sí mismas y acaban encontrándose en el otro, más concretamente en el amor romántico tradicional.

Con una radiante banda sonora de Rone que ganó premio en Cannes de fondo, Audiard consigue hacer bello y atractivo un barrio obrero y multicultural que no suele salir retratado en las postales turísticas de París. Es un viaje deleitoso, diverso, entretenido y algo profundo, pero acaba siendo menos interesante y novedoso de lo que promete.

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