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Unos pocos rescoldos contra el frío

Juan Manuel Romero

Belleza sin nosotros

Marcos Díez

Visor (Madrid, 2022)

"Si puede decirse que la poesía tiene un propósito ulterior –como cualquier otro arte−, este no puede ser sino desencantar y desintoxicar mediante la verdad", dijo Auden. Al leer los poemas de Marcos Díez (Santander, 1976), uno tiene la impresión de que están escritos fundamentalmente con el corazón en la mano, desde una honradez sencilla con la que sentimos una rara comunión –sin necesidad de una botella medio vacía ni de ceniceros sucios por delante, como en el conocido poema de Gil de Biedma− que podría acercarse mucho a eso que llamamos la verdad humana. Si desencantan es porque renuncian a malabarismos lingüísticos y a poses de hechicero; si desintoxican no es sino porque limpian la mente tanto de ironías como de sentimentalismo, y la llenan de palabras que alimentan, "palabras que se agarran a lo que significan", versos "como un tenue rescoldo que no aclara la noche / pero ofrece un consuelo frente a la oscuridad".

Belleza sin nosotros alude a la obra de José Hierro ya desde el sintagma del título, además de por otros homenajes que se extienden por todo el libro. Para el autor de Tierra sin nosotros, el dolor es un camino que al final puede terminar en la alegría; siguiendo en esa línea, Marcos Díez propone, sin embargo, un matiz: un estado sigue a otro pero también se alternan y, en puridad, ninguno desaparece del todo; no acaba uno completamente para que empiece el siguiente, sino que permanecen en la conciencia lúcida y llegan a vivirse de forma simultánea: "Es este mi dolor, / florece aquí a su lado mi alegría". El dolor no se olvida; la alegría nos mantiene en equilibrio mientras el fuego del dolor sigue ardiendo dentro. La poesía de Díez indaga en las heridas y los gozos de la existencia a través de una voz cercana, sobria y meditativa, que se detiene a observar los gestos cotidianos, las experiencias y los vínculos personales más íntimos no para sublimar ni desaprobar, sino para intentar hallar, en un esfuerzo sincero, el sentido desde su propio claroscuro, como en el breve y magnífico Fuego: "Contemplas por primera vez el fuego. / Ha alcanzado tus ojos, capturándolos. // Ignoras todavía su verdad: / alumbra y muerde".

Con una mirada desnuda, clara e inteligente, bastantes poemas de Belleza sin nosotros son una invitación a la humildad (Torre de don Borja o El desayuno), a entregarse sin reservas a la energía de los días (La corriente o Cuántas veces así acabé viviendo) y a darle una vuelta de turca a las cosas normales para descubrir la extrañeza que habita dentro de ellas (Tren de cercanía o Niebla). Destacan los momentos en los que se mira a la muerte cara a cara (Nunca flores de plástico, Esta niña tampoco o El helado), con valentía aséptica, sin patetismo, lo cual los vuelve más impactantes. Y emocionan especialmente las piezas dedicadas a la paternidad y sus cuidados, en los que Díez derrocha humanidad y lucidez, desde el tierno y perturbador Nana, pasando por el sabio, sin pretenderlo, ¿Cómo podré enseñarte?, hasta el espléndido Aunque no lo recuerdes, una pieza memorable sobre los primeros años de la crianza, tan sublimes como destinados, aparentemente, al olvido.

Dividido en dos partes, Nadie sabe de mí y Belleza sin nosotros, de veintitrés y veinticinco poemas cada una, el libro puede leerse como un conjunto que gira continuamente, en círculos concéntricos, en torno a la realidad existencial del dolor en sus muchas facetas: la fragilidad del cuerpo y de la mente, el paso del tiempo, la muerte, la identidad y sus aspiraciones, la soledad y sus resonancias, el delirio y la fantasía y los límites del amor. El autorretrato que resulta de este ejercicio reflexivo es el de alguien que contempla el mundo desde un pesimismo sereno, y quizás ese tono es su mayor logro. Poemas como Caída, Dolor o Cuando llegó el dolor no ponen falsos apósitos a la herida, no la enmascaran, dicen la tragedia ("Somos un peso muerto / cayendo en el vacío") y se preguntan por sus consecuencias, sin resbalar en lo melodramático y sin aliviar la tensión con un pegote de esperanza. La cita inicial de Hierro, en ese sentido, es rotunda: "Tarde se aprende lo sencillo. / Lo sabréis cuando un río de espanto se desboque / y arrastre vuestra luz, y la sepulte sin remedio".    

Una rama cortada que renace

Después de Puntos de apoyo (2010), Combustión (2014) y Desguace (2018), Marcos Díez consolida con Belleza sin nosotros, sin duda su entrega más brillante y madura, que ha obtenido el XXIV Premio de Poesía Generación del 27, una voz singular, de múltiples aristas, orgánica y coherente, que gusta de inyectar prosa para aparentar facilidad y así tocar las cuestiones más complejas, y que, finalmente, cree en el poder del lenguaje (aunque no de todos los lenguajes) para transmitir belleza, emoción y verdad. Una belleza alejada de adornos artificiales, que no nos necesita, o que agradece incluso que nos hagamos pequeños y desaparezcamos un poco, o mucho, del paisaje; una verdad que se apoya en lo cotidiano para ir más al fondo, a un misterio cerrado pero esencial, que intuimos en la metáfora, que atisbamos en las dudas y en la contemplación; una emoción que nos conecta fuertemente con cuanto nos rodea y nos hace vibrar de vida desatada, cierta.

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* Juan Manuel Romero es poeta. Su último libro, 'Contra el rey' (Hiperión, 2020).

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