Luis Landero: "Vivimos agobiados por modelos de éxito que nos han impuesto"
Una historia de amor inesperada, un canto al poder transformador del arte, una recuerdo de la vida lejos de las grandes ciudades, una reivindicación de los pueblos que han ido quedando abandonados con el paso de los años. Sueños rotos, existencias rutinarias, grandes preguntas: ¿puede una obra teatral cambiar la vida de quienes la representan? Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) se inspira en un artista real con el que él mismo actuó para contarnos la historia de La última función (Tusquets) capaz de revitalizar y evitar el despoblamiento definitivo de San Albín, antaño una población viva, mientras al mismo tiempo reflexiona sobre las cosas realmente importantes de este loco mundo en el que nos ha tocado vivir.
Hola, Luis. ¿Qué es La última función?
Es un cuento a la manera de los cuentos folclóricos, como por ejemplo Las mil y una noches. Por eso busco un tono oral, de ahí que quienes lo cuentan sean un coro de viejos, y al mismo tiempo quiero que esa oralidad aparezca en el texto. Que parezca el viejo rito de 'mira, te voy a contar un tiempo en el que hace mucho tiempo...'. Con ese espíritu está escrito. Y luego hay, claro, personajes y conflictos, como en todas las novelas.
Qué difícil es trasladar esa oralidad al texto escrito.
Es que no se puede trasladar en crudo cómo hablamos a la literatura, porque eso no funciona. Eso lo vemos en el cine español, que a veces los guionistas pasan a lo bestia el lenguaje de la calle al cinematográfico y termina resultando inverosímil. El verdadero lenguaje oral, el que lees en El Quijote o en Juan Rulfo, es el lenguaje popular pero elaborado literariamente.
Y qué importante no perder las historias de tradición oral que nos contamos unos a otros.
Es que el genio de la lengua está sobre todo en el lenguaje oral, que luego se une, naturalmente, al del lenguaje escrito. Y cuando lo escrito y lo oral, el tono culto y el popular, se funden y se armonizan, sale Cervantes, el Lazarillo, Galdós... para mí el ideal retórico es la armonía entre el lenguaje hablado y el escrito.
¿La última función es una historia sobre teatro, sobre el arte o la creación en sí misma?
Sobre el amor al arte más que al teatro, aunque en este caso sea el teatro. Y sobre cómo el arte puede redimir a la gente y sacar a la luz cualidades que estaban adormecidas en nosotros. El arte puede dignificar la vida y engrandecerla, sacudirnos y arrancarnos de la vulgaridad y la rutina en la que normalmente vivimos.
Eso le pasa a Paula, por ejemplo, esa chica atrapada en una vida desganada por la práctica de la repetición.
Le pasa a Paula, efectivamente, a quien el arte le saca todas sus cualidades y todo lo bueno que había en ella y que estaba entre reprimido y adormecido, con ella aburrida de la vida. Y no solo a ella, sino a los vecinos del pueblo y a todos los demás personajes.
El hilo conductor de la trama es el protagonista, Tito Gil, obligado por su padre a montar una gestoría con él al emigrar del pueblo a Madrid, cuando en realidad lo que quiere es recitar a Lorca con su portentosa voz y desarrollarse como actor y artista en general. Un personaje real, además.
¡Sí! Es un personaje real y ayer precisamente estuve con él y le di el libro para que lo lea. Ahora tiene 85 años, pero él recitaba mucho y muy bien a Lorca, con una voz magnifica, y yo mismo le acompañaba con la guitarra en mis tiempos de guitarrista. El personaje de Tito Gil está inspirado en el Ernesto Gil real, le he puesto el nombre porque quería hacerle ese homenaje a un hombre que es un artista puro, de un romanticismo ingenuo pero maravilloso. Hicimos giras por Estados Unidos en 1986 con motivo del cincuentenario de la muerte de Lorca, y estuvimos también en Marruecos... no sé cómo él se buscaba esas cosas donde no pagaban, pero íbamos porque a él lo que le importaba no era el éxito ni el dinero, sino el arte por el arte. Y yo lo mismo, iba con él porque me gustaba, le hacía un fondo de guitarra y aquello quedaba bastante bonito. A partir de ahí hay mucha invención, claro, está inspirado en él, pero no es él (risas).
Siempre lo ha sido, pero en nuestro mundo ahora el éxito es una de las drogas más adictivas que hay y quien conoce el éxito ya no sabe vivir sin él, por lo que lo tienen que mantener a cualquier precio, aunque sea para recoger las migajas
No le importaba el dinero, sino el arte por el arte. ¿Esa es la clave?
Efectivamente, es el desinterés y la pasión por la pasión. Decía Fernando Fernán Gómez que en sus tiempos, cuando era joven y empezaba en el teatro, la gente no pensaba en el éxito, sino en trabajar y buscarse un hueco para poder vivir de lo único que sabías hacer, que era actuar. Pero más tarde, años después, ya decía que los nuevos actores querían ser famosos y tener éxito desde el principio. En otros tiempos era sencillamente ganarte la vida en el mundo del arte y cuanto más alto llegaras mejor. Lo mismo pasa con los escritores. Yo jamás he pensado en el éxito. Pensaba en la posibilidad de publicar, pero no el éxito en sí mismo y menos aún en el dinero.
Si ya lo decía Fernando Fernán Gómez, es que no es realmente nuevo, aunque se dice ahora mucho que la obsesión con el éxito instantáneo es cada vez peor e incluso más dañina. Siguiendo con los actores, hoy en día, tienen que estar todo el rato publicando cosas en redes sociales y presentes en los medios para que la gente no les olvide.
Siempre ha pasado, sí. Lo que hay ahora es una especie de esclavitud, porque viven esclavos de las redes y además obligados, pues parece que si no haces esas cosas el público se va a olvidar de ti, algo tremendo. Y es que el éxito es un droga. Siempre lo ha sido, pero en nuestro mundo ahora es una de las drogas más adictivas que hay y quien conoce el éxito ya no sabe vivir sin él, por lo que lo tienen que mantener a cualquier precio, aunque sea para recoger las migajas. Que no se olviden de ti, resonar, armar ruido porque de lo contrario te comen las moscas.
Ahora la felicidad se vende como algo obligatorio. Pero claro, el modelo de felicidad que se vende es el de tener un coche, dinero y consumir, en definitiva. Si dices que eres infeliz parece que estás molestando
El éxito de Tito Gil es muy distinto a lo que se considera gran éxito. Para él, al principio, es compaginar el trabajo en la gestoría con su padre y sacar ratos para su verdadera pasión artística. Y con el paso de los años termina teniendo su momento de gloria en el pueblo con esa gran última función que todos esperan que atraiga la atención del resto del mundo hacia San Albín.
Efectivamente, ahí hay una segunda oportunidad. Por eso es un poco un cuento, y hasta yo diría un cuento de hadas, porque tiene algo de final feliz, aunque con sus claroscuros porque el pueblo se va al carajo... pero no digamos más (risas).
Al final, ¿se trata de que cada cual busque la felicidad como quiera o pueda? Porque hoy en día parece que tenemos ese imperativo de ser felices aunque en el fondo seamos infelices.
Sí, pero esto es normal, ha pasado en todas las épocas. Si hay algún principio filosófico universal es que todo el mundo busca la felicidad. Cada uno por sus propios caminos, a veces torcidos y terribles. Lo que pasa es que ahora, efectivamente, la felicidad se vende como algo obligatorio. Pero claro, el modelo de felicidad que se vende es el de tener un coche, dinero y consumir, en definitiva. Ese modelo. También lo dicen los libros de autoayuda: tienes que ser feliz, sé feliz. Si dices que eres infeliz parece que estás molestando, y mientras tanto se vive medio atolondrado o abducido por todos estos mensajes que te mandan y te gobiernan.
Recibimos mensajes sin parar a toda velocidad en esa misma dirección. No nos damos tiempo para pensar en nosotros mismos apenas ya, ni para disfrutar del arte y la cultura tranquilamente.
Así es. Hay tres cosas que se están perdiendo: el gusto por la soledad, por la concentración y por el esfuerzo del trabajo bien hecho. Leer significa soledad, concentración y esfuerzo. También ver una película con atención o incluso observar y hablar con la gente. Pero normalmente la gente huye del esfuerzo, de la soledad y de la concentración, a pesar de que no se hace nada que merezca la pena si no es desde ahí. Lo que pasa es que luego ese esfuerzo es muy grato y placentero. El esfuerzo del conocimiento y del saber es grato, en realidad, aunque necesita un entrenamiento, como todo.
¿Nos hemos acostumbrado a decir que no tenemos tiempo para nada?
Y nos lo hemos creído, cuando no es verdad. Claro que tenemos tiempo. No va a haber tiempo...
El azar termina siendo un elemento importante en la novela. ¿Igual seríamos más felices si nos dejáramos guiar un poquito más por el azar de la vida sin más? Eso también le pasa a Paula, y en el momento que se deja llevar encuentra por sorpresa la felicidad.
En casi todas las historias siempre hay un elemento azaroso que tuerce las vidas de la gente. Dejarse a veces llevar por las casualidades es un poco romper la rutina y puede ser bueno, lo que pasa es que a menudo también tenemos nuestros proyectos. El azar tiene que tener su lugar.
Cuando realmente lo intentas y das lo mejor de ti mismo en el intento, resulta que en el fracaso está la gloria, claro. De ahí viene precisamente la épica del fracaso y de los perdedores, de saber perder con dignidad y perder en tu propia ley
¿Un poquito de azar aunque se fracase? Un fracaso relativo, claro. Porque Tito es un poco quijotesco en su vida artística, pero lorquiano de corazón, y no sé si el se siente fracasado por no ser un actor famoso.
Claro. Pero de todos modos, el que lo intenta y da lo mejor de sí mismo en lo que hace no fracasa. Igual que El Quijote no fracasa, a pesar de que pierde todas las batallas. ¿Pero cómo le vamos a llamar fracasado a El Quijote? Se fracasa cuando no se intenta. Y a veces no lo intentas por miedo, por pereza, por intereses espurios, por lo que sea... y entonces sí que puede aparecer el fracaso, el remordimiento y ese tipo de cosas, porque todo eso termina pasando factura en los sueños incumplidos o desatendidos. Pero cuando realmente lo intentas y das lo mejor de ti mismo en el intento, resulta que en el fracaso está la gloria, claro. De ahí viene precisamente la épica del fracaso y de los perdedores, de saber perder con dignidad y perder en tu propia ley.
¿Deberíamos permitirnos fracasar un poquito más? Desde que somos pequeñitos se nos mete esa obsesión del miedo al fracaso.
Sí, efectivamente. Claro que sí. Y, sobre todo, parece que cuando hablas de tener éxito es a futuro. ¿Por qué no vivimos el día a día? Mientras escribo no pienso en cuando se va a publicar la novela, sino que pienso en la escritura de cada día, porque es lo que me da cierta felicidad. Incluso también cierta congoja, porque nunca la felicidad viene en estado puro (risas). Pero plantearse las cosas como éxito o fracaso es otra cosa que nos han vendido. Todos esos súper millonarios que nos venden como modelos... cuando realmente la vida y la realidad es otra cosa, a pesar de lo cual vivimos agobiados por modelos de éxito que nos han impuesto, que nos están imponiendo y que a los chavales les imponen desde pequeños. Al final, se trata de ser tú mismo, hacer tus cosas lo mejor posible y vivir tu vida auténtica de primera mano. Pero no te obsesiones con el éxito o el fracaso. ¿Qué es eso? Hay que hacer el camino, vamos a caminar.
Igual que hay grandes concentraciones de capitales hay grandes concentraciones de gente que son consumidores consumidos
El narrador dice que todos somos actores en el teatro de la vida y que es imposible siempre ser uno mismo todo el rato. ¿Es el teatro en sí un agente liberador?
Ser uno mismo, además, es muy cansado (risas). Tenemos varias máscaras, afortunadamente. Convivir es un poco hacer teatro casi continuamente. Sin ir más lejos, cuando uno se enamora hace teatro delante de la amada para seducirla y luego se quita la máscara y es otro. Claro que representamos papeles y así debe ser. El que está aquí ahora mismo contestando estas preguntas no es el escritor, ese está en casa porque no sale ni da entrevistas, apenas habla, es un huraño al que ni yo conozco bien. El que está aquí es un delegado que viene a hablar de estas cosas (risas).
La novela trata también el problema de la despoblación rural, con el arte y el turismo como formas de llamar la atención y de salvación. ¿Puede el arte de la mano del turismo revitalizar una zona olvidada?
Me parece un poco utópico el arte. El turismo algo puede mantener. La España rural empezó a vaciarse ya en los años sesenta y de aquellos polvos estos lodos. El mundo rural está muy abandonado y dejado de la mano de Dios, tiene mala pinta aunque yo tampoco sé la solución. En algunos pueblos están yendo inmigrantes que se dedican al campo o la ganadería y agricultura ecológica, con lo que ojalá vengan más inmigrantes que puedan tener su oportunidad. Así igual podría volver a haber niños en el mundo rural, en las escuelas... y sería estupendo. Eso se añora. En Extremadura o Andalucía pasa menos, pero en Castilla y León o Galicia es una pena.
Parece que estamos condenados a vivir en las grandes ciudades.
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Claro, y esa es una consecuencia del sistema en el que vivimos, que ha hecho las cosas así. Igual que hay grandes concentraciones de capitales hay grandes concentraciones de gente que son consumidores consumidos.
Para la promoción de La última función, la editorial recalca que esta es su primera novela desde que recibió el Premio Nacional de las Letras en 2022. ¿Le cambian a uno los premios?
No (risas). Los premios siempre son una satisfacción, pero no me cambian ni influyen en mí absolutamente nada. Los premios son una cosa ajena al mundo de la escritura, que nada tiene que ver con los alrededores sociales que puede tener. Si a un escritor un premio le cambia, mal asunto. Si te cambia un premio, estás jodido.