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El fulgor de Landero en lugares sin nadie

La última función

Luis Landero

Editorial Tusquets (2024)

Una digresión para enmarcar cuanto cuenta el escritor extremeño. Más de ocho mil municipios se asientan en España. Extinguidos, unos tres mil. A punto de nadie, casi dos mil, donde un único habitante amanece cada día. Como Andrés de Casa Sosas, el último de Ainielle, en el Pirineo oscense, el desolado personaje de La lluvia amarilla, de Julio Llamazares. O Margo Pool, la holandesa desafiante al miedo y al horror, inspiradora de la película As Bestas, en Santoalla do Monte, Ourense. Luis Landero no ignora esta desbandada, expresión recogida en esta novela. En Albuquerque, Badajoz, donde nació, residen poco más de cinco mil personas. Tantas como ha menguado el censo de esta localidad desde 1960, cuando la familia Landero Durán trasladó sus vidas a Madrid. El balcón en invierno y El huerto de Emerson atestiguan el trasiego. "Después de tantos siglos, de un día para otro, la gente comenzó a agarrar sus cosas y a arrear para las grandes ciudades". 

Entonces, con doce años, Luis vislumbraba la adolescencia. Edad parecida a la de Tito Gil (un personaje real, con destino similar y mismo nombre, y un apellido ya presente en la inaugural Juegos de la edad tardía), protagonista de esta narración polifónica, cuando emigra, también, a la capital. Sitúa el epicentro del relato en la sierra pobre madrileña, lindante con Guadalajara y Segovia, y lo llama San Albín o Montealbín. Otro vínculo de Landero con su origen: el Cerro de San Albín se halla en Mérida, yacimiento de restos romanos y nombre de plaza taurina. El ámbito de esta ficción "hace ya tiempo que está abandonado de Dios y de los hombres". Explícitos el qué y el dónde desde el principio. Concreta, a su vez, cuándo transcurre todo hasta La última función: entre un domingo de enero y mediados de abril de 1994.

Los cronistas de este relato beben de sus recuerdos y, más aún, de la trasmisión oral. ("Mi mejor escuela", dijo Landero al rememorar a su abuela Francisca). "La historia de Tito es la historia de una voz". Concisos para definir a su leyenda local, apenas una impresión porque "con verlo una vez quedaba visto para siempre". El don de su garganta orienta su voluntad y sus deseos. Quiere ser un artista "múltiple, total". Landero, poeta en prosa, surca cimas descolladas al resaltar la capacidad declamatoria de Tito, mago de las frases: "a esta la iba ondulando con los dedos, a esta la iba atenuando hasta dejarla como desmayada a las puertas mismas del silencio, a esta la elevaba más y más… hasta desvanecerse en las alturas". Por indiscutida decisión paterna, estudia Derecho con el único fin de montar una gestoría, negocio de su desinterés. Escribe poemas, "tonterías azules". Su referente, Lorca. Representa un espectáculo con tópicos del poeta granadino. "La luna, la muralla, el pozo, la guitarra, el puñal, el tricornio, el caballo". (Landero recaba de su etapa de guitarrista). De su inventiva, la Exposición general de lamentos, homenaje lector. "Nacer libro en España es un destino triste pero si eres un libro conformista… y si eres un libro de poemas, tendrás una vida de lo más descansada". No logra el éxito perseguido. La decepción.

Paula será la actriz de esa especie de auto sacramental adonde se encauza San Albín. Un personaje quebrado, un laberinto de dudas. Casada, cerca de cuarenta años, "casi todo gris y rutinario" para esta trabajadora de una cadena de embalaje. El fracaso. Pero un azaroso equívoco la transforma en heroína casual, "tocada por el soplo de un presagio infalible".

Antes del estallido último, a través de esta mujer, Landero cuestiona ciertas formas de amar. "Cuánto daño había hecho el romanticismo al arte y al amor". El capítulo seis del primer acto, dedicado a ella, es una daga contra el enamoramiento de aluvión, "esa extraña y repentina variedad de locura". Precisa la pérdida de felicidad de Paula "en el momento exacto en que conoció a Bruno", su primer novio. Fueron "demasiado felices. Eso era lo inquietante y lo terrible". Quien fuera profesor de instituto conoce estas perplejidades de juventud. (Marcial, el matarife, poeta y filósofo de Una historia ridícula, ya nos pasmó con una relación más tóxica que imposible). Escéptico con el sentir arrebatado, entiende que el querer redime. "El amor y el futuro suelen ir juntos". Trastorna las horas. "El amor tardío aniña y en cambio convierte en viejos a los adolescentes". El contrapeso, la pasión vulgar, la relación desinhibida de la pantagruélica Amalia con Tito, quien sumó veinticinco kilos en dos años.

Landero, escritor de la palabra en su sitio, reitera algunos sustantivos: asombro, ensueño, abismo y tiempo. Anclas para subrayar el ánimo de quienes desfilan por una trama casi previsible. Desde la primera página, los relatores jubilados evidencian parte del desenlace. El escritor extremeño lo aclara con un título certero. La última función concluye como un fuego fatuo, un frenesí, "un esplendor". Concebida para ahuyentar la nada, concitó el entusiasmo temporal de San Albín y sus alrededores. Y, sin embargo, la "apoteosis precipitó la decadencia".

A modo de epílogo. La maleza, las zarzas, los saúcos y las lagartijas rampantes por muros derruidos, las alimañas acechantes, la herrumbre, la carcoma reinan en comarcas baldías. Páramos, donde también se negocia el futuro con un presente y un pasado yertos. (Reciente la compra íntegra de Bárcena de Bureba, en Burgos, por casi trescientos cincuenta mil euros, el precio de una desolación de medio siglo).

En muchos pueblos, donde la extinción ronda sus umbrales, aparecen ideas para el milagro, como las de Tito Gil. Instalaciones permanentes, un museo del vino, de la trashumancia, de reliquias arqueológicas…  Representaciones circunstanciales, una feria medieval, festivales en el desierto, la berrea… O redescubren el paisaje irresistible: lagos, cumbres, acantilados, oquedades… siempre ahí, aun entre el silencio de nadie. "Solo el turismo podía librarnos de la decadencia y de la extinción final". Lo dice el personaje Regina Casal como remedio para lo pequeño, en momentos de fobia urbana y litoral, allí donde campan muchedumbres pasajeras.

Landero ubica la primera escena en un bar restaurante, el centro de acogida obligado en los lugares mínimos. Carecen de este amparo casi mil quinientos municipios, ciento cuarenta mil personas, más necesitadas de conversación que de acodarse en un mostrador.

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El escritor de Albuquerque contrapone estructura y coyuntura para diferenciar lo estable y lo fugaz. La constante lluvia fina que cala y sustenta o el fulgor de la tormenta torrencial que ahoga y apresura el desarraigo.

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* Prudencio Medel es periodista.

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