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El humor perdurable de Eduardo Mendoza

Tres enigmas para la Organización

Eduardo Mendoza

Editorial Seix Barral (2024)

Mendoza mantiene, persistente, que "el humor es lo que aguanta". Implícito: si algo sobrevivirá en la literatura será porque nos hace reír o, cuando menos, esbozar una sonrisa cada poco. Los asertos tajantes suelen adolecer de rigor. Las tragedias griegas también perviven milenios después pese a carecer de cualquier atisbo de placidez.

El autor catalán lo ha logrado de nuevo: marcar su sello, ser reconocible, no ofrecer duda alguna sobre quién ha urdido esta historia. Tres enigmas para la Organización (el título, incluso el tono, por momentos, recuerda a Tres anuncios en las afueras. Más dramática, desde luego, esta película protagonizada por la estelar Frances McDormand) configuran un retablo de agentes secretos desnortados, marginales, en Barcelona, de nuevo escenario y base de sus intrigas. Ahora, concurren nueve detectives hilarantes, herederos de aquel investigador anónimo nacido en El misterio de la cripta embrujada (1978) y protagonista de cinco historias —la última, El secreto de la modelo extraviada (2015)—, sembradas de enredo, burla y picaresca. A los miembros de este grupo heterogéneo, Mendoza sí les asigna unos alias chuscos, "para no levantar sospechas": Marrullero, Marciano, Monososo, Pocorrabo, Buscabrega, Grassiela, la Boni y, en minúsculas, el jefe, el nuevo, el jorobado, el taxista. Apodos susceptibles de cambiar cada año si todos, unánimes, lo aprueban.

Desde la primera página, el absurdo. Un céntrico edificio, adonde nadie acude, acoge a la Organización. Se desempeña como recepcionista una "morena con una abundante cabellera rubia", que prefiere "ocupar un puesto… donde todo el mundo, empezando por el jefe, la infravalora". La perplejidad crece al revelar, más adelante, qué originó esta institución en 1944, en los tiempos de posguerra tan fértiles para el universo de Mendoza (su novela favorita, Una comedia ligera (1996), la instaló en ese periodo). La ideó un capitán de navío "para limpiar España de traidores y ponerla a salvo de malévolas conspiraciones". Ocho décadas más tarde, con otros fines, la entidad subsiste en la maraña pública. "A efectos presupuestarios, organizativos y de camuflaje, se había adscrito la Organización al Departamento de Coros y Danzas de la Sección Femenina, y más tarde a la Obra Sindical de Educación y Descanso. Ninguno de estos organismos estaba llamado a perdurar, pero sus componentes sobrevivieron". Sin desperdicio este devaneo con entes de antaño.

Y como "la administración no abandona un asunto", sus estrambóticos agentes habrán de resolver tres enigmas: la muerte de una persona ahorcada en el hotel El Indio Bravo, la desaparición de un británico propietario de un yate atracado en el puerto de Barcelona y saber por qué Conservas Fernández no sube los precios de sus enlatados como las demás marcas de similar negocio.

Objetivo de esta cuadrilla de detectives: embridar en las mismas coordenadas tres asuntos tan disparejos. Un destino plagado de extravagancia, como quienes han de resolverlo. El esperpento, la enseña del cáustico humor de Eduardo Mendoza: "Good bye es un término marítimo, ¿sabe?", "un libro de versos no me parece viril", "mi padre tuvo un derrame cerebral. Se le fue la olla y sólo decía verdades". Salpimenta las frases con expresiones coloquiales casi descatalogadas, que tuvieron su ahora no tan lejos: mindundi, bajinis, longuis, ¡atiza!, ¡chitón!, la jamona, el chorbo, patitieso... Un sinfín, combinado con algunas palabras atrapadas en su vasto acervo, emanado de Cervantes y de Lope de Vega y de Baroja.

La ironía no oculta la crítica social. La impulsa. En la descacharrante búsqueda de una solución al trío de incógnitas, entre pasajes disparatados, Mendoza expone asuntos de mayor hondura. La orientación de los sentimientos, la religión y el capitalismo. La homosexualidad de un agente y su sentencia: "Por no seguir los dictados de mi corazón he perdido los mejores años de mi vida... Si ha de salir del armario, hágalo cuanto antes". La religión, derivada del cursillo para catequizar a Monososo, agente de origen japonés. "Todas las religiones del mundo empiezan predicando el amor y acaban matando". Lo sentencia Mendoza, alumno de colegios de monjas y frailes, y que ha dedicado algunos libros a cuestiones del espíritu (El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008), Tres vidas de santos (2009) y Las barbas del profeta (2020). Utiliza la fantasmal firma Conservas Fernández para mostrarse mordaz con las cañerías elegidas por cierto capitalismo para deslizarse. "El mal de toda empresa es la competencia", "a mí sólo me interesan los chanchullos". En ocasiones, ha denominado estos métodos como "lampistería financiera".

Subtextos, afluentes de un cauce principal, la trata de mujeres, la prostitución y la inmigración. Otra trilogía enmadejada, donde desembocarán todas las ecuaciones. Refuta así el autor barcelonés a quienes consideran menores sus novelas con personajes disparatados. Plantea la circunstancia real de las chicas sometidas al mercadeo no con sus cuerpos, sino con sus vidas. "Si las autoridades cerrasen los locales, no sabrían qué hacer con las chicas inmigrantes, sin papeles de ninguna clase, pues incluso el pasaporte les ha sido retenido por los proxenetas que las explotan". La bifurcación moral sobre la prevalencia del bien imprescindible o el mal necesario, si cupiera el dilema.

Doblegar lo indómito

Tres enigmas para la Organización o la autoimpugnación de Mendoza. Dijo, y no ha sostenido, que se apeaba de la novela con Transbordo en Moscú (2021), las últimas escaramuzas de Rufo Batalla. Lo desmiente. A los 81 años, recién cumplidos, el autor de obras más solemnes, como La verdad sobre el caso Savolta (1975) y La ciudad de los prodigios (1986), mantiene la feracidad de su imaginación bullente de carcajadas.

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* Prudencio Medel es periodista.

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