La hormiga que siempre quiso ser libre
Ecorrelatos inacabados es la nueva colección de relatos de Carmelo Marcén Alberto que recoge veintiocho cuentos sencillos sobre la naturaleza y la visión ecosocial del mundo en que vivimos. Muchas de las historias tienen como protagonistas a seres pequeños, habitualmente olvidados como: las hormigas, las abejas, los pulpos, los gorriones o las amapolas. También aborda las desorientaciones humanas. La gente prefiere mirarse a sí misma antes que ampliar los horizontes de futuro para apreciar un medioambiente comprometido. Además cuenta con el prólogo de Cristina Monge, politóloga y columnista de infoLibre.
infoLibre adelanta aquí uno de sus cuentos titulado La hormiga que siempre quiso ser libre. La obra está editada por Editorial Cuarto Centenario.
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Debo reconocer que era una hormiga especial. Le gustaba saber; así, sin más, y eso siempre es un mérito, independientemente del individuo de que se trate en cualquier especie viva. Además tenía otra rareza excepcional: sabía descifrar códigos. Esa mutación solo se daba en una de cada cien mil millones de hormigas. A pesar de su inteligencia, no descuidada el trabajo. No quería levantar sospechas. Pero por las noches se deslizaba hasta la “Formigoteca” inexpugnable, nivel X. Le costó muchos sobornos conocer la clave secreta de entrada, pero al final logró excretar unos olores mágicos que desencallaban el cierre. Allí se dirigió a escondidas un día tras otro. Con el tiempo aprendió a leer en varios idiomas. En aquel recóndito escondite (tipo la biblioteca de En el nombre de la rosa), se guardaban muchos escritos en hojas de papiro con cagaditas pequeñas.
Un día, por azar buscado, cayó en sus manos uno de los legajos proscritos por apócrifos; de esos que solo debían manejar las élites. Se reconocían porque estaban señalados con un tinte rojo elaborado con los élitros de las mariquitas, que las hormigas capturaban para sus necesidades culinarias. El espectacular ejemplar que se desplegó ante sus ojos compuestos trataba de la Revolución Francesa. Lo firmaba un tal Denis Didérot. Le gustaba el nombre de Denis; por eso empezó a leerlo. De todo el texto, se quedó con un resumen incompleto en el que destacaban tres palabras escritas muchas veces: “liberté, égalite, fraternité”.
En los descansos del duro trabajo “hormiguil”, esta hormiga hembra, identificada como XA-12.649 se veía a escondidas con el soldado YB-3.145. Allí le manifestaba que estaba harta de la dictadura del hormiguero.
Daba la impresión de que se habían enamorado. ¡Qué barbaridad! ¿Puede desencadenarse el amor en un hormiguero? Allí no existen individuos, la colonia manda. En muchos descansos se miraron, hasta que las antenas chocaron y se hizo el milagro: las hormigas expresaron sus afectos en forma de toquiteos anteniles y feromonas químicas, tacto y olfato.
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Algunas noches, cuando no había luna, daban juntos paseos cortos. Tras la celebración de la cosecha veraniega, muchas hormigas soldado se habían descompuesto por la ingestión masiva de hongos fermentados. Esa noche se atrevieron a recorrer mundo. Sin saberlo, se encontraron en un campin. En una parcela, sonaban las canciones de Georges Moustaki y Edith Piaf, lo ponía en unos papeles cuadrados en forma de carpeta; ella sabía idiomas. Se quedó absorta con una canción que ella no tardó en entender: “Ma liberté”. Allí le confesó su amor a YB-3.145.
Tenían un escondite secreto en el hormiguero, un criadero de hongos abandonado por un derrumbe parcial. Se miraron a la cara. Tan tiernos se pusieron que decidieron llamarse algo. Ella cambiaba su XA-12.649 por “Elle”, en honor de la voz rasgada de la mujer que cantaba; él dejaba de ser YB-3.145 para convertirse en Georges. En ese momento decidieron huir del hormiguero.
Al final se fue sola “en busca de la libertad, la igualdad y la fraternidad”, sin imaginar con qué se encontraría. Él dejó de sentirse Georges. Prefirió la seguridad del hormiguero. Se dijo a sí mismo: el orden siempre debe imperar; rebeliones ninguna, aunque sean en 1984, por decir una fecha mencionada por ella, sacada de un libro de un tal Orwell. Elle pasó en su huía por el campin. Sonaba continuamente en el subsuelo “Non, je ne regrette rien”.