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Tú a Teruel, yo a Oviedo: cuando el sarampión te fastidia el mejor verano de tu niñez

La autora en Lastres (Asturias)  en julio de 1963

Consuelo Peláez Sanmartín

Estos días mi madre recordaba nuestros viajes a Asturias a principios de los años sesenta. De Teruel a Asturias, toda una aventura. En el 600 que mi padre había comprado, el segundo en Teruel por aquella época. En particular recuerdo el verano en el que fui sola con mis padres. Yo tendría unos cuatro años y mi hermano, de dos, se había quedado en casa con mi yaya Consuelo por el sarampión. Así que me llevaron con ellos para evitar el contagio.

Llegamos a Oviedo a casa de la hermana de mi padre, mi tía María. Mis padres salían de viaje a Galicia y yo me quedaba con ella, con su marido y su hijo. Y así fue. Mis padres se marcharon y al día siguiente yo amanecí con toda la cara llena de granos. Lo inevitable había sucedido. Fiebre, picores, el cuerpo lleno de granos. En fin, lo propio del sarampión.

Mis padres llamaban todos los días para saber qué tal estaba y para hablar conmigo. Llamaban al único teléfono que había en el edificio, que era el de los dueños de la panadería de la calle. Y mi tía siempre buscaba alguna excusa para tranquilizarles: “ha salido con Quini de paseo”, “está jugando en la calle con la hija de Galindo”. Galindo era el panadero y Begoña su hija, a la que querían casar con mi primo Quini.

Tengo bien claro en la memoria los picores de las ortigas. Cerca de la casa de mis tíos había unos ortigales tremendos en los que un día que me colé para investigar. Salí de esa excursión como un ecce homo. Menos mal que mi tía me lavó con agua fría y los picores se fueron calmando. La ignorancia, la inconsciencia y el atrevimiento de la niñez

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En cualquier caso, no tengo ningún recuerdo sobre los picores, la fiebre o los granos propios del sarampión, salvo alguna señal que me ha quedado por el cuerpo. Pero sí recuerdo los praos que rodeaban la casa de mi tía. Verdes, donde se extendían las sábanas para que se blanquearan. Verdes de un verde que en la provincia de Teruel era y es imposible encontrar, a pesar de que el verde de los olivares del Bajo Aragón es incomparable.

Lo que sí tengo bien claro en la memoria son los picores de las ortigas. Cerca de la casa de mis tíos había unos ortigales tremendos en los que un día que me colé para investigar porque no sabía qué eran aquellas plantas. Salí de esa excursión como un ecce homo. Menos mal que mi tía enseguida me lavó con agua fría y los picores se fueron calmando. La ignorancia, la inconsciencia y el atrevimiento de la niñez. Todo en esa excursión por un ortigal asturiano.

Mis padres regresaron de su viaje por Galicia y en nuestro SEAT 600 volvimos a Teruel, donde mi hermano se había curado de su sarampión, igual que yo del mío. Y se acabaron mis emociones infantiles por aquel verano. 

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