VIOLENCIA SEXUAL
La canción machista del alcalde de Vita y la cultura de la violación que ya todo el mundo sabe identificar
Antonio Martín Hernández, alcalde conservador de Vita (Ávila), entonó los cánticos frente a los vecinos del pueblo. "Le subí la faldita y le bajé la braguita", canturreó el regidor sobre el escenario este fin de semana, en un contexto de fiestas populares. Enseguida, un grupo de activistas feministas difundió el vídeo con el momento exacto de la actuación en redes sociales: "No es gracioso, no es una anécdota, no es una tontería. Banalizar sobre la violencia sexual es cultura de la violación. Narrar la violación de una niña es apología de la pederastia".
El lunes, el alcalde pidió perdón. Señaló que no era su intención "ofender a nadie" y añadió que siempre ha "respetado a las niñas". En declaraciones a EFE, aseguró que por el momento no se planteaba dimitir, después de haber sido expulsado del grupo municipal del PP. Eso sí, recalcó que se trataba de "una canción que se cantaba tradicionalmente por las fiestas de Vita". La orquesta que le cedió espacio para la escenificación, ha reconocido que el alcalde les "informó de que iba a cantar un himno del pueblo".
En nombre de la tradición
También hablaron de tradición los alumnos del colegio Elías Ahuja que, dirigiéndose a sus compañeras, clamaron hace dos años: "Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas... sois unas putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea, ¡vamos Ahuja!".
Lo tradicional también revestía algunos de los cuentos populares que se colaban y se siguen colando cada día en los hogares de casi todas las familias. Historias sobre princesas sumisas y sobre bellas durmientes que eran en realidad víctimas de violencia sexual. Los productos culturales han sido siempre eso: expresiones fruto del sentir popular. Como el sketch de Martes y Trece Mi marido me pega, como la publicidad sexista, como las canciones que alardean de relaciones entre adultos y niñas de quince años o como los comentarios de algún presentador estrella sobre la ropa interior de su invitada.
¿Qué tienen en común todos estos elementos? Las expertas lo dicen sin titubeos: cultura de la violación.
"Cuando hablamos del origen social y cultural de la violencia, nos referimos a este tipo de prácticas". Habla Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia de género. Ese es precisamente el problema, el modo en que "se esconden bajo lo que conocemos como tradición unos mensajes claramente violentos y machistas". El hecho de que "seamos nosotros quienes los transmitamos y convirtamos en tradición, es lo que hace que se siga perpetuando y normalizando" ese mensaje. Para la psicóloga, uno de los principales problemas para combatir la violencia es precisamente "la dificultad de identificarla". "Cómo van a ser conscientes las víctimas de haber sufrido violencia sexual, si ni siquiera sabemos identificarla en una cación popular", se pregunta.
Al fin y al cabo, "ninguna agresión existiría sin una base cultural y social previa", agrega Bárbara Tardón, doctora en estudios Interdisciplinares de Género por la Universidad Autónoma de Madrid. "Es importante entender que cuando hablamos de la cultura de la violación, no nos referimos sólo al hecho de violar a alguien: estamos hablando de creencias e ideas, un conjunto de mitos, prejuicios y una cultura que justifica la existencia de agresiones, a veces de manera muy invisible y otras veces de forma muy evidente". En ese contexto, añade, hay tradiciones que "han reforzado siempre la cultura de la violación y siguen presentes hoy en día". Así que hablar de tradición "no es excusa ni mucho menos".
"Me cabrea la falta de sentido común y dignidad"
Así lo cree también Violeta Assiego, jurista feminista especializada en derechos humanos y exdirectora general de derechos de la infancia y de la adolescencia del Ministerio de Derechos Sociales. El alcalde del municipio utiliza el socorrido pretexto de la tradición y "se olvida del cargo que representa", dice al otro lado del teléfono. La amnesia incluye "su papel institucional, su responsabilidad y obligaciones ante la lucha contra las violencias sexuales", así que "por encima de una tradición está su compromiso institucional y sus obligaciones".
Pero además, añade la jurista, "la letra es gravísima: estamos hablando de la comisión de un delito paso a paso contra una niña".
La letra completa de la canción dice lo siguiente: "Me encontré una niña sola en el bosque, la cogí de la manita, me la llevé a mi casita y la metí en mi camita. Le subí la faldita y le bajé la braguita. Le eché el primer caliqueño, le eché el segundo caliqueño y el tercero ya no hay quien lo eche, ya no queda leche".
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Assiego se pregunta, en el marco de la reparación a las víctimas –otro deber institucional–, "cómo se pueden sentir muchas mujeres que hayan sufrido violencia sexual siendo niñas por parte de hombres adultos".
Responde Alexandra Membrive, superviviente de violencia sexual en la infancia. "Me cabrea, porque está incitando a que haya más víctimas. Me cabrea la falta de sentido común, dignidad, cuidado y buen trato hacia la infancia, sobre todo a las niñas". Membrive encaja dentro de una total "impunidad esa manera de cosificar a la infancia", una forma de "manifestación heteropatriarcal" que se ceba con las niñas y perpetúa, en su opinión, la violencia sexual.
Pero las voces consultadas insisten en no caer en el desánimo. Precisamente que la conducta del regidor haya sido señalada con aplastante unanimidad, es síntoma de cambio. Tardón recuerda el momento en que la exministra de Igualdad Irene Montero decidió hablar de cultura de la violación en el Congreso. La entonces presidenta de la Cámara Baja, Meritxell Batet, señaló que sus palabras no eran "adecuadas en términos parlamentarios". Aquello ocurrió hace dos años. "Desde entonces todo el mundo empezó a hablar de cultura de la violación, pero las feministas llevan décadas haciéndolo. Hoy, por fin, se empieza a identificar", celebra la experta.