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Nathan Thrall, ganador del Pulitzer 2024: 'En Cisjordania se ha instaurado un apartheid"

Nathan Thrall.

Rachida El Azzouzi (Mediapart)

Nathan Thrall, ex director del Programa Árabe-Israelí del International Crisis Group, fue galardonado con el Premio Pulitzer de no ficción en mayo de 2024 por su libro Un día en la vida de Abed Salama. Anatomía de una tragedia en Jerusalén (edit.  Gallimard), una implacable demostración del sistema de apartheid instaurado en Cisjordania y de la desigualdad de la vida bajo el dominio colonial israelí.

En esta investigación, el periodista y ensayista rastrea la cadena de causalidades que desembocó en una colisión mortal en Jerusalén en 2012 entre un camión y un autobús escolar lleno de niños palestinos. En otras partes del mundo, esto sería un incidente trivial, pero no en esa tierra de cruel opresión.

Las víctimas, varias de las cuales murieron calcinadas, eran niños de entre 4 y 6 años y sus profesores de una escuela de Jerusalén Este, que se dirigían a un parque de Cisjordania. Su autobús fue arrollado por un camión que circulaba a demasiada velocidad, bajo una lluvia torrencial y en uno de los puntos clave de la tragedia: la carretera de Jaba, conocida como la “carretera de la muerte”, una vía muy mal mantenida controlada por Israel.

El autobús no tuvo más remedio que tomar ese largo y peligroso desvío, a las afueras de Ramala, a causa del muro de separación entre los asentamientos judíos y las aldeas árabes, el sistema de permisos, los puestos de control, que obligan a los palestinos a hacer absurdos e interminables requiebros para facilitar la circulación de los colonos y dar “la ilusión de una presencia judía continua desde la ciudad hasta los asentamientos”.

Las víctimas no fueron rescatadas por ambulancias israelíes, que llegaron mucho después del accidente. Tampoco por los socorristas palestinos, obstaculizados por los atascos provocados por los controles militares y las kafkianas normas de tráfico. Fueron los automovilistas que se encontraban allí, entre ellos una endocrinóloga de Ramala, Huda Dahbour, que recuerda el bombardeo israelí de la sede de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Túnez en 1985.

Quería que la gente sintiera en lo más profundo de su ser la tragedia de la injusticia histórica cometida contra los palestinos, que viera las consecuencias de este sistema día tras día

Nathan Thrall

“Si, en lugar de un accidente, dos chavales palestinos se hubieran puesto de repente a tirar piedras a la carretera, los soldados habrían acudido al lugar en cuestión de segundos”, asegura Nathan Thrall, un judío americano que vive en Jerusalén desde 2011 y cuyo libro se publicó en Estados Unidos poco antes del 7 de octubre de 2023.

Meticulosamente, con una escritura sin aliento que es cualquier cosa menos binaria, el escritor teje la vertiginosa red de la tragedia hasta los entresijos  de la sociedad palestina e israelí, sumergiéndonos no sólo en la vida, el sufrimiento, el amor y las luchas de Abed Salama, el padre de Milad, uno de los niños carbonizados, sino también en los destinos de muchos de los protagonistas de ambos lados del muro de separación, incluido el padre de la llamada barrera de “seguridad” de Israel, el coronel retirado del ejército israelí Dany Tirza, que vive en el asentamiento cisjordano de Kfar Adumim.

“Aunque se encontraron a los culpables, nadie –ni los investigadores, ni los abogados, ni los jueces– señaló las causas reales de la tragedia”, escribe Nathan Thrall. […] Nadie dijo que los palestinos que vivían en la zona de Jerusalén estaban siendo dejados de lado porque el Estado judío trataba activamente de reducir su presencia allí donde la expansión de Israel era la máxima prioridad. Y nadie tuvo que rendir cuentas por nada de eso”. Entrevista.

Mediapart: ¿Cómo ha llegado usted a investigar este accidente y convertirlo en un emblema de la ocupación israelí?

Nathan Thrall: Me dirigía a Hebrón, en la Cisjordania ocupada, el 16 de febrero de 2012, con una colega palestina, cuando nos enteramos del accidente por la radio. Empecé a pensar mucho en esas personas –padres, niños y profesores– cuyas vidas son radicalmente distintas de la mía al otro lado del muro construido por Israel. La decisión de investigar el accidente llegó más tarde, cuando me desesperaba ver hasta qué punto disminuía el interés mundial por la cuestión israelo-palestina.

Sólo cuando hay una guerra o violencia extraordinarias el mundo presta realmente atención a Israel-Palestina, y esa atención dura muy poco. Quería llamar la atención del mundo sobre esta supuesta calma del periodo de entreguerras, sobre este sistema de dominación de los judíos israelíes sobre los palestinos que, en mi opinión, es la raíz de la esa violencia recurrente.

Decidí escribir una historia de no ficción con la que la gente corriente pudiera identificarse, basada en un accidente de tráfico, un suceso banal que ocurre todos los días en todo el mundo. Quería que la gente sintiera en lo más profundo de su ser la tragedia de la injusticia histórica cometida con los palestinos, que viera las consecuencias día tras día de este sistema institucionalizado de dominación, control y separación que les impone Israel, con un muro, controles militares, carreteras separadas, documentos de identidad de distinto color, un conjunto de leyes, políticas y prácticas discriminatorias.

Si hubiera elegido un drama más evidente como periodista, una guerra en Gaza, un ataque importante, una invasión de Yenín, que ocupan los titulares, habría sido demasiado fácil para el lector descartarlo como el resultado de un mal comandante, un político o un primer ministro. Lo que hay que cambiar para lograr la libertad y la justicia no es un dirigente, un partido o una política en particular, sino todo un sistema.

En su libro muestra cómo funciona el sistema del apartheid, pero sólo utiliza el término una vez. ¿Por qué?

La palabra apartheid sólo se utiliza una vez, y fue en una cita del viceministro de Defensa, Ephraim Sneh, en diciembre de 2006, refiriéndose a “los caminos del apartheid” en una conversación con el embajador americano en Tel Aviv, que más tarde lo resumió en un cable diplomático. Pero no es para ocultarlo.

He escrito un libro sobre el apartheid. Quería que el lector comprendiera, a través de la exposición de los hechos, que en Cisjordania se ha instaurado innegablemente un sistema de apartheid, que pusiera por sí mismo el nombre de la situación.

La palabra se ha convertido en algo común, pero la comprensión de lo que realmente significa el apartheid sigue siendo superficial. Para entenderlo de verdad, hay que fijarse en la vida corriente de los palestinos. Y ese era uno de los objetivos de este libro.

No veo ninguna posibilidad, ni a corto ni a medio plazo, de acabar con este sistema de dominación israelí sobre los palestinos

He visto venir aquí a todo tipo de delegaciones. Viajaban a Israel durante una semana y tenían medio día para Cisjordania. Y ese medio día era lo más importante de su estancia, porque les dejaba huella y les desestabilizaba. Veían el apartheid con sus propios ojos, sin que nadie tuviera que mencionarles la palabra.

El uso de este término ahora es indiscutible. Las principales organizaciones de derechos humanos del mundo, entre ellas Human Rights Watch, han elaborado informes detallados sobre el apartheid israelí. Incluso responsables israelíes como Tamir Pardo, ex jefe del Mossad, y Michael Ben-Yair, ex Fiscal General de Israel, afirman que Israel practica el apartheid.

Usted dice en el prólogo que no verá el fin de la segregación mientras viva, a diferencia de sus hijas, que “tal vez” lo vean. ¿Por qué es tan pesimista?

No veo ninguna posibilidad, ni a corto ni a medio plazo, de poner fin a este sistema de dominación israelí sobre los palestinos. Para que eso cambie, habría que presionar de verdad a Israel, lo que no es el caso.

La única manera de conseguirlo es acabar con la impunidad de Israel y que rinda cuentas. Si Estados Unidos empieza a respetar sus propias leyes y deja de suministrar armas a las unidades del ejército israelí que cometen regularmente violaciones de los derechos humanos, si la Unión Europea empieza a hacer lo mismo e insiste en que su acuerdo de asociación con Israel está condicionado al respeto de los derechos humanos, como establece claramente el artículo 2, Israel se dará cuenta de que va por mal camino, que quedará aislado en el mundo y que le sale más barato conceder la libertad a los palestinos. Pero me temo que eso no ocurrirá en décadas.

¿No ve ninguna esperanza, ni siquiera en términos de derecho internacional?

Es cierto que en los últimos doce meses se ha puesto en marcha un proceso educativo. La opinión pública mundial ha cambiado. El Tribunal Internacional de Justicia ha dictaminado que la ocupación es ilegal y que Israel incumple la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial. El fiscal del Tribunal Penal Internacional ha solicitado órdenes de detención contra el primer ministro y el ministro de Defensa israelíes.

El Reino Unido ha suspendido decenas de licencias de exportación de armas a Israel. Estados Unidos ha impuesto, por primera vez, sanciones a colonos israelíes y grupos de asentamientos. Los Estados europeos se están planteando cambiar su política hacia Israel, no sólo reconociendo un Estado palestino, sino también dejando de venderle armas.

Estamos asistiendo a una desinversión de las empresas que se benefician de la ocupación. Se trata de medidas reales e importantes, que avanzan muy lentamente, pero en la dirección correcta. Si esas medidas se amplifican y aceleran, pueden conducir a un cambio real.

¿Cómo se explica la impunidad de la que goza Israel?

Hay muchas razones, pero para mí, aparte de la enorme culpabilidad en Europa por el Holocausto, una de las razones fundamentales reside en una lectura de la historia todavía demasiado superficial. La narrativa israelí en Occidente sigue siendo dominante. Pero tenemos que volver la vista atrás sobre lo que ocurrió cuando se fundó Israel en 1948.

El sionismo es un proyecto colonial, no en el sentido de que una potencia imperial envíe a un grupo a extraer recursos de una tierra lejana, sino en el de un grupo de colonos que llega a una tierra que pertenece a otro pueblo con la intención de hacerla suya. Los primeros colonos sionistas llegaron a Palestina en 1882. En aquella época, la población judía de Palestina era inferior al 5%.

Era imposible crear un Estado judío en un territorio predominantemente no judío, en contra de la voluntad de la mayoría autóctona, sin una limpieza étnica, que es lo que ha ocurrido. Israel se creó mediante un acto de limpieza étnica, que transformó de la noche a la mañana una minoría judía en una mayoría. Esta victoria demográfica se consolidó prohibiendo el regreso de los refugiados.

Para la periodista palestina Lubna Masarwa, como para muchas otras voces, la guerra de Gaza pone de manifiesto un "racismo puro" : “Occidente ha hecho la afirmación implícita de que una vida blanca es más valiosa que una vida árabe”. ¿Está de acuerdo con ella?

Sí, es sorprendente. Sólo hay que ver cómo se trata a las víctimas ucranianas, en comparación con las víctimas palestinas, totalmente deshumanizadas. La deshumanización, que hoy estamos viendo a gran escala, es uno de los temas de mi libro. Los israelíes celebraron la muerte de los escolares palestinos, calcinados en su autobús escolar.

Fue un accidente de tráfico, no una guerra ni un ataque contra Israel. No había ninguna duda sobre la inocencia de estos niños. No se trataba de un ataque militar en el que fueran daños colaterales. En los últimos doce meses, esta deshumanización se ha normalizado. Ha adquirido proporciones colosales.

El presidente de Israel, Isaac Herzog, que procede del centro-izquierda, sugirió que no había inocentes en Gaza, declarando: “Es toda una nación la responsable...”. Esa retórica de que los civiles no son conscientes, que no están implicados, no es cierta.”

Vivo en Jerusalén desde 2011. Es una de las ciudades más segregadas del mundo. La segregación y el apartheid están muy marcados porque las poblaciones viven una al lado de la otra, eso salta a la vista. Las infraestructuras de la ciudad están siempre pensadas para aplastar a los palestinos. Palestinos e israelíes no tienen las mismas líneas de autobús. La principal carretera norte-sur para los palestinos es diminuta, sinuosa y con muchas curvas, y está en muy mal estado.

Para los judíos de los asentamientos y Jerusalén Oeste, hay una enorme autopista de varios carriles. Los palestinos son empujados al otro lado de un muro. Los judíos israelíes no. A los palestinos les hacen falta miles de aulas y parques infantiles. Los judíos israelíes de Jerusalén no tienen esos problemas. Y esto son sólo algunos ejemplos.

 

El 'apartheid' como signo de la impunidad israelí

El 'apartheid' como signo de la impunidad israelí

 

Traducción de Miguel López

 

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