China calienta motores para una guerra comercial con la Administración Trump
China está en el punto de mira del nuevo presidente americano, Donald Trump, y trabaja para estabilizar su crecimiento ante una posible guerra comercial con Washington. El viernes 9 de noviembre, el ministro chino de Finanzas, Lan Fo'an, anunció un segundo acto del cambio de estrategia iniciado en septiembre para contener los efectos de la crisis inmobiliaria que azota al país desde hace más de tres años.
Este segundo acto es bastante modesto, a pesar de las cifras que implica. Se trata principalmente de un canje de deuda de las administraciones locales. Esa deuda, a veces poco transparente, se conoce como “vehículos de financiación de los gobiernos locales” en inglés LGFV.
Durante años, las autoridades municipales y provinciales, principales vectores del crecimiento chino a través de sus inversiones, han financiado sus actuaciones mediante la venta de terrenos. Con la crisis inmobiliaria, tuvieron que recurrir a un endeudamiento masivo contraído en condiciones poco claras. Esta deuda se hizo rápidamente insostenible para las autoridades locales, que redujeron masivamente sus gastos y debilitaron el sistema bancario chino.
Segunda etapa del plan anticrisis de China
El volumen total de esta deuda es incierto. El Gobierno central lo estima en 14 billones de yuanes (unos 1,9 billones de euros), pero algunas estimaciones lo sitúan por encima de los 60 billones de yuanes (unos 7,8 billones de euros). El viernes, Lan Fo'an dijo que 6 billones de yuanes (unos 780.000 millones de euros) de deuda local pasarían a ser deuda con un vencimiento más largo y tipos de interés más bajos. La operación reducirá el servicio de la deuda LGFV en 600.000 millones de yuanes (78.000 millones de euros) en cinco años, reduciendo el stock de deuda en 2 billones de yuanes en el mismo periodo.
Pekín calcula que las autoridades locales aprovecharán este soplo de aire fresco para impulsar su gasto y apoyar la actividad económica. Pero este anuncio, que va acompañado de algunos ajustes en la fiscalidad inmobiliaria, ha decepcionado a los observadores. Muchos opinan que la cuestión de la deuda local exige bien que el Gobierno central se haga cargo de la deuda, o que cancele el stock.
También ha decepcionado la ausencia de un verdadero “plan de recuperación”, es decir, de ayudas directas al gasto de los hogares. Sin embargo, el país sigue amenazado por la deflación, que, no lo olvidemos, es algo muy peligroso para los beneficios y el empleo. En octubre, el índice de precios a la producción cayó un 2,9% intermensual, su 25ª caída mensual consecutiva y un deterioro respecto al 2,8% de septiembre.
El índice de precios al consumo se mantuvo débil en el 0,3% en octubre, frente al 0,4% de septiembre, y debería permanecer en el 0,3% a lo largo de 2025, según el banco japonés Nomura. Es decir, como resume Zhang Zhiwei, economista de Pinpoint AM, en el South China Morning Post, “persiste la presión deflacionista en China”.
La forma más fácil de romper esa presión sería estimular el consumo, pero Pekín sigue dudando. O, más bien, está buscando el momento adecuado para lanzar esta nueva fase en su respuesta a la crisis. En septiembre, China abandonó su negación del debilitamiento del crecimiento y lanzó una respuesta sin precedentes a través del Banco Popular de China (PBOC), el banco central del país, con un recorte de los tipos directores, de los tipos inmobiliarios y de las reservas obligatorias de los bancos, así como un mayor acceso a la liquidez para el sector financiero.
Estas primeras medidas han dado unos resultados alentadores, aunque tímidos. En octubre aumentaron las ventas inmobiliarias por primera vez este año, mientras que los precios se aceleraron. Pero la situación sigue siendo preocupante, con las compras encabezadas por los promotores públicos y los compradores de viviendas antiguas.
Lo que está claro es que China ya no puede confiar en el sector inmobiliario para impulsar el crecimiento, como hizo entre 2015 y 2021. Al mismo tiempo, las enormes inversiones en tecnología e infraestructuras, que pretendían compensar los efectos del sector inmobiliario, no han logrado tampoco impulsar el crecimiento. El país busca un modelo económico alternativo y no lo ha encontrado.
La cuestión del modelo económico chino
Por eso muchos economistas creen que China debe ahora convertirse en una economía basada más ampliamente en el consumo. Con el apoyo del Gobierno central. Xi Jinping, el presidente chino, siempre se ha mostrado muy escéptico al respecto. O más bien sobre el método. El cambio de modelo hacia el consumo exigiría tanto la introducción de transferencias sociales como la especialización del país en el sector terciario. De hecho, el ejemplo de los países occidentales demuestra que este tipo de modelo difícilmente puede garantizar el crecimiento del 5% anual al que aspira Pekín para mantener su convergencia con los países avanzados.
El presidente chino tiene, pues, una estrategia diferente. Para él, el futuro de China pasa por el desarrollo de “nuevas fuerzas productivas”, es decir, un sistema económico basado en tecnologías punteras que permitan una producción de alto valor añadido. Su idea es que la acumulación de riqueza generada por estas actividades tendría la capacidad de elevar el nivel de vida y, por tanto, desplazar al país hacia un modelo más consumista, pero en una fase posterior. El éxito de esa estrategia, inspirada en la evolución de Estados Unidos, tampoco está garantizado.
La demanda estadounidense representa el 3% del PIB chino
Pero en realidad, las circunstancias bien podrían determinar las opciones chinas. Aunque la estrategia de Pekín cambió en septiembre, pasando de la negación a la acción, los detalles de esta acción siguen siendo cautelosos. Lan Fo'an ya ha anunciado un nuevo plan para 2025. En lugar de un plan gigantesco destinado a agotarse rápidamente, las autoridades chinas prefieren una serie de planes específicos para responder a las emergencias actuales. Idealmente, esta estrategia es gradual, fortaleciéndose con cada plan a medida que se avanza hacia un objetivo. Pero también puede no ser más que una serie de respuestas a acontecimientos sin una verdadera coherencia.
La elección de Donald Trump plantea a China un reto importante. Durante la campaña, el presidente electo retomó la retórica muy anti China de su primer mandato. Su principal propuesta es un arancel mínimo del 60% sobre todos los productos chinos. Evidentemente, Pekín está a la espera de ver si esta propuesta se materializa. Pero el posible nombramiento de Marco Rubio, senador por Florida sujeto a sanciones chinas, no deja lugar a dudas sobre la actitud de la nueva administración hacia Pekín.
Aunque el comercio sino-americano se ha ralentizado desde su pico en 2018, sigue siendo significativo. En los nueve primeros meses de 2024, Estados Unidos importó bienes chinos por valor de 322.000 millones de dólares, casi un 2% más que en los nueve primeros meses de 2023. Muchos de esos bienes también pasan por fábricas de terceros países. En total, según cálculos del instituto londinense Capital Economics, la demanda estadounidense representa el 3% del PIB chino.
¿Cuál sería el impacto de un arancel del 60% sobre los productos chinos? Paradójicamente, podría impulsar el crecimiento chino a finales de 2024. Muchos importadores americanos se apresurarán a introducir productos chinos antes de que se apliquen esos aranceles, lo que podría provocar un repunte de la actividad en China que, obviamente, compensaría un descenso en los meses siguientes. Las empresas chinas ya han señalado este fenómeno.
Pero, ¿y a medio plazo? La respuesta más sencilla es un cataclismo para China, con la desaparición de la oferta china en Estados Unidos. Pero las cosas rara vez son tan sencillas. En primer lugar, porque parte de la demanda de productos chinos no desaparecerá inmediatamente y llevará tiempo reorganizar las cadenas de producción. China sigue siendo un actor clave en el comercio mundial, como demuestra la estabilización de las importaciones americanas de productos chinos. En algunos casos, los aranceles simplemente tendrán un efecto inicial sobre los precios, y los compradores tendrán que arreglárselas.
La estrategia de la elusión
En segundo lugar, porque habrá una respuesta china. Pekín podría lanzar primero una guerra comercial total imponiendo sanciones a los productos americanos. Inevitablemente habrá represalias, sin duda sobre ciertos productos estratégicos como las baterías para vehículos eléctricos, un sector en el que China es dominante.
Pero las autoridades chinas andan con pies de plomo. Desde el primer mandato de Donald Trump, se han presentado como adalides del libre comercio y la globalización capaces de garantizar el desarrollo de los países del Sur Global. Y es que el modelo económico chino sigue dependiendo en gran medida de las exportaciones, y la estrategia de Xi Jinping consiste en imponer la tecnología “made in China” en los mercados internacionales a través del precio. Este ha sido el caso de los paneles solares, pero también de los vehículos eléctricos. Lanzar una guerra comercial total pondría en peligro esa estrategia.
El sudeste asiático forma parte tanto del coto económico chino como de la primera cortina defensiva de Estados Unidos en el Pacífico
Por lo tanto, es posible que los chinos prefieran eludirla. En primer lugar, invirtiendo en fábricas en terceros países. La idea ya se ha puesto en práctica en los últimos años: instalar plantas de montaje muy dependientes de componentes chinos para evitar los derechos de aduana en Europa y Estados Unidos. En este contexto, instalarse en países aliados de Estados Unidos proporciona una forma de seguridad. Por eso Tailandia y Malasia ya son destinos preferidos del capital chino.
Pero está por ver cómo responderá la Administración Trump a esta estrategia. No se puede descartar que Washington ejerza presión política sobre sus aliados para evitar que adopten esa estrategia de elusión. Si eso ocurre, estos países tendrán que elegir entre su desconfianza política hacia China y su proximidad a Estados Unidos, por un lado, y su crecimiento económico, por otro. También sería una escalada que situaría al Sudeste Asiático en el centro de las tensiones sino-americanas, pero que refleja su paradoja actual: la región forma parte a la vez del coto económico chino y de la primera cortina defensiva americana en el Pacífico.
Para Pekín, esta perspectiva significa pensar más allá de la estrategia de elusión. Es de esperar que se produzca una pérdida de importaciones, lo que complicaría aún más la actual ecuación económica. Entonces no quedaría más remedio que responder con un plan de estímulo masivo dirigido al consumo de los hogares. Un plan así tendría varias ventajas: absorbería parte de la sobreproducción industrial china, debilitaría el yuan en respuesta a los aranceles americanos y enfrentaría a la administración Trump al dilema de privar a las empresas americanas del crecimiento del consumo chino.
Las sumas en juego podrían ser considerables. Es difícil hacer valoraciones, pero según Larry Hu, economista del fondo australiano Macquarie Fund for China, entrevistado por el South China Morning Post, se necesitarían al menos 6 billones de yuanes, unos 800.000 millones de euros, para dar un impulso real a la demanda interna.
A primera vista, tal esfuerzo está al alcance de un país que, según las previsiones, alcanzará un superávit comercial de al menos 1 billón de dólares (unos 922.000 millones de euros) sólo en 2024. Es más, las reservas oficiales de divisas de la República Popular siguen siendo abundantes y ascenderán a 3.317.000 millones de dólares a finales de septiembre de 2024. En la futura guerra comercial sino-americana, este es un hecho que a menudo se pasa por alto, pero que es crucial: Estados Unidos es un mercado importante, pero China dispone de mucho capital.
Por tanto, Pekín se reserva sin duda el derecho de utilizar un “bazooka” monetario y presupuestario, pero el cambio no será fácil ni estará exento de riesgos. La cuestión consiste en garantizar que la recuperación sea sostenible y que el país adopte un enfoque basado en el consumo, lo que penalizará automáticamente la posición de China como productor. El país tendrá pues que redefinir rápidamente su modelo económico, lo que no será fácil. Para mantener su potencial capitalista deberá apoyarse en un sector tecnológico competitivo, y es en ese sector, militarmente sensible, donde Estados Unidos ya ha centrado sus esfuerzos contra Pekín.
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Lo cierto es que, ante la ofensiva de Trump, la República Popular no tendrá más remedio que reforzar su alineamiento con los demás países del Sur Global deseosos de escapar de la influencia de Washington. La cautela de Xi Jinping no significa por tanto que China no tenga respuesta a las políticas de Donald Trump. Y el riesgo para Trump bien podría ser que subestime las capacidades de Pekín.
Traducción de Miguel López