Libreprensadores
Marcos de Quinto, ¿se mira en el espejo?
Será una pregunta frívola, pero quizá no resulte ocioso formularla: ¿Marcos de Quinto dice lo que dice (“los bien comidos pasajeros del Open Arms” es frase suya) después de analizar la dramática situación de los inmigrantes rescatados del mar o lo dice a continuación de ver reflejada su cara en el espejo? Es difícil saberlo. Feos hubo siempre, y Marcos de Quinto, por mucha gomina que se ponga en su abundante pelo hirsuto, es uno de ellos (véanlo, hay fotos que lo atestiguan, abrochándose la chaqueta antes de empezar a perorar ante la clientela).
Antes de seguir con la hermosura de Marcos de Quinto diré para que no se sienta solo en su condición de bello, y para que conste en acta, que servidor es un hermoso más de los muchos que habitan en este mundo. Pero no se trata de hablar de mí (desde hace muchas generaciones en mi familia respetamos a machamartillo el principio que reza “alabanzas propias, mierda segura”), que como no tengo dónde caerme muerto he donado mi cuerpo a la ciencia para que pueda estudiar qué encierra el cadáver de un pobre de solemnidad y, de paso, ahorrar el coste del sepelio a mis deudos.
Vamos pues a la cara de Marcos de Quinto. Cierren los ojos y recuérdenla. Como primera aproximación, acerquemos la lectura de Mazurca para dos muertos, donde se señalan características propias de personajes que, por tener, incluso tienen las manos húmedas, blandas y frías, el mirar gacho y la avaricia inscrita en su escudo de armas, propiedades que no se me ocurre atribuir al diputado Marcos de Quinto, de quien cuentan que, efusivo, estrecha manos del prójimo ofreciendo las suyas con firmeza, que mira al frente sin pestañear y que hace gárgaras con vino portugués de Quinta do Vale Meao (la cosecha de 2012 se cotiza a 142,50 euros la botella puesta en casa) para sentirse afortunado por no parecerse a los miserables que tanto abundan en el mundo (miserable: extremadamente pobre, según la RAE; hay otros tipos de miserables, pero aquí no vienen a cuento).
Otro feo destacable, Erick, se enamoró de Christine, cantante de ópera, construyó palacios, diseñó máquinas de tortura, y en el circo de la vida practicó ventriloquia y juegos de magia. Erick salía de su escondrijo en las catacumbas de París para castigar a todo aquel que se interpusiera en sus planes. Erick llegó hasta donde llegó, deja entrever Gaston Leroux, el padre de esta criatura, sin saber diferenciar entre el bien y el mal por culpa de su escasa belleza. Erick, para no verse en el espejo, y para que no le vieran tal como era, se cubría el rostro con máscara. A Marcos de Quinto no se le ha visto nunca con máscara puesta. Tal vez no le haga falta, pero demos tiempo al tiempo.
¿Y Jason? ¿Qué me dicen de Jason? No el Jasón que peleaba con una lanza en cada mano para hacerse con el Vellocino de Oro, sino Jason Voorhees, el hijo de la cocinera asesina, el Jason que tenía agua en la cabeza (hidrocefalia, para entendernos en la jerga médica), el Jason perseguido por niños que se reían de él por su inmensa cabeza, el Jason que se ahogó porque no sabía nadar. Pero Jason Voorhees no está muerto, sigue merodeando por ahí. Las taquillas de los cines demuestran que Jason Voorhees sigue merodeando por ahí, sí, aunque no hay constancia de que escriba tuits para dar señales de vida. Marcos de Quinto, que se sepa, no ha protagonizado películas, Jason Voorhees, sí.
¡Desenvaina, bergante! Vienes con una carta contra el rey y te pones de parte de doña Vanidad. Así retaba el conde de Kent al criado Oswald, un bribón, un lameplatos, un granuja rastrero, altanero, vacío; un miraespejos, servil y relamido. Shakespeare en la memoria para servirnos en bandeja feos que son feos por su villanía (los villanos son gentes ruines e indignas, María Moliner nos lo enseñó). De todas formas, tranquilidad: resulta anacrónico imaginar a Marcos de Quinto batiéndose en duelo con el conde de Kent. El conde de Kent no existe. No existió nunca.
Campo Elías Delgado Morales tampoco nació guapo, quizá por eso se enroló en los boinas verdes de la USA Army y se fue a combatir a Vietnam, de donde regresó a su Colombia convertido en un antisocial y un amargado. Primero descerrajó un tiro en la nuca a su madre; luego, pum-pum, se cargó a cinco más; a un sexto lo traspasó con cuchillo de caza e inmediatamente después se fue a celebrar la hazaña a un restaurante llamado El Pozzeto. Pidió que le sirvieran —las crónicas de sucesos son así de minuciosas— vodka con naranja, y no se sabe si fue por el precio de la bebida o porque se la sirvieron poco fría, lo cierto es que asesinó a 23 de las personas que había allí, una detrás de otra, antes de dejar este mundo. Los cronistas de sucesos aun discuten si Campo Elías Delgado Morales se suicidó o si murió durante el tiroteo que mantuvo con los policías que fueron a reducirle. Campo Elías Delgado Morales nació feo y murió feo. Feo y acribillado a balazos. La pregunta es: ¿Campo Elías Delgado Morales murió porque la guerra de Vietnam, donde los soldados americanos bebían Coca-Cola, fumaban Marlboro y masticaban chicles Wrigley's, le agrió el carácter o porque no era guapito de cara?
Por cierto, a Marcos de Quinto los rectores de Coca-Cola le apearon del cargo (le despidieron, vaya) sin especificar a cuánto ascendió la indemnización que le daban después de treinta y cinco años de servicio. Los expertos calculan que mucho debió ser. Hagan cálculos partiendo del axioma de que la caridad no existe, y teniendo en cuenta que el despido fue de mutuo acuerdo y que el sueldo anual percibido en 2016 por Marcos de Quinto subió a más de 7 millones de euros, salario que imprime carácter y agranda la lista de correligionarios (muchos afiliados en Ciudadanos, el partido riverista que, dicen ellos, no firma acuerdos con los ultramontanos de Vox) que le ríen a uno las gracias y no comentan, faltaría más, tuits particulares, labor que dejan en manos de “deficitarios educacionales” que nunca escucharon, sentados en las alfombras de sus casas, cómo murió Lorca, deficitarios educacionales que ni siquiera saben esquiar, ni conducir rallies, ni escribir poesía, ni hacer miel ( creánselo, un hagiógrafo, se supone que a sueldo, reveló que Marcos de Quinto, laborioso como nadie, hace miel). Esos deficitarios educacionales, como mucho, saben despachar pizzas, pero seguro que no lo harán nunca con la gracia que lo hacía Marcos de Quinto en sus tiempos de juventud. Ya ven, Marcos de Quinto en su juventud servía pizzas mientras otros planeaban cruzar mares montados en pateras. He ahí la diferencia entre un made man y los bien alimentados.
Fue Justo Jorge Padrón quien desveló que si dios se cansara de nosotros y quisiera castigarnos, rompería los espejos en pedazos para que nos viésemos reflejados mil veces. Anótelo, Marcos de Quinto, y échese a temblar (si quiere, por supuesto). Yo, temeroso de dios, lo haría (si tuviera la cara de usted, claro).
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Iñaki Gutiérrez es socio de infoLibre