Ana Mendieta, la artista que reivindicó el feminismo de clase convirtiendo su cuerpo en un campo de batalla
En la recuperación del legado artístico de mujeres a lo largo de los años, a menudo se ha dado más énfasis a sus experiencias personales que a sus propias obras. Es el caso de Artemisia Gentileschi, más conocida por ser víctima de violación que por su visión “casi feminista” de algunos pasajes bíblicos, o Rosa Bonheur, recordada por ser lesbiana o haber tenido que pedir una autorización para llevar pantalones en vez de por sus impresionantes retratos animales. También es el caso de Ana Mendieta (1948 -1985), la artista cubana que vuelve a los titulares a raíz de la reciente muerte de su marido.
La vida y obra de Ana Mendieta a menudo se ven eclipsadas por su vida personal y el trágico evento de su muerte, supuestamente a manos de su pareja, quien la habría arrojado desde el piso 33 de su residencia en Nueva York. El fallecimiento de Carl André —el artista minimalista con quien mantenía una relación marcada por continuas discusiones— ha vuelto a recuperar las dudas que existen en torno a la muerte de Ana Mendieta. Alejandro Acosta, artista, escritor y divulgador de arte, observa cómo la muerte de André no ha dado pie a “un reconocimiento o un obituario” de este artista, sino que en su lugar se ha puesto en valor el arte de Ana Mendieta. María del Carmen Morcillo, socia de las asociaciones La Roldana, 100 Miradas y divulgadora de historia del arte conocida como @mujeresartistasdelahistoria, también reconoce a infoLibre que ambos artistas “van a estar ligados siempre”, pero invita a ir más allá del suceso trágico y poner interés en lo pionera que fue esta artista.
El cuerpo como lienzo
En el contexto de los años 70 y 80, las obras de Mendieta se alejaban de la línea que seguía el arte convencional. Según explica Gloria Lapeña Gallego, profesora de la Universidad de Granada, en un estudio sobre Mendieta, su producción artística fue “representativa de un enfoque feminista y de defensa de las nuevas estructuras sociales que ocupan los márgenes de la sociedad”.
La artista desarrolló un interés por el arte desde temprana edad, y acabó formándose en Bellas Artes en la Universidad de Iowa, donde obtuvo una maestría en pintura. Sin embargo, se dice que con el tiempo se dio cuenta de que lo que quería transmitir no siempre encajaba con pigmentos y un soporte. La obra de Ana Mendieta fue un rechazo al arte estático y tradicional del momento. Alejandro Acosta considera su obra cercana a la de Duchamp y los accionistas vieneses —artistas conceptuales que rompieron con las tradiciones académicas del arte a través de sus performances provocativas—. Mendieta fue escultora, pintora fotógrafa y artista conceptual; destacó por el uso del Land Art —corriente artística que usa materiales de la naturaleza como tierra, piedras….— y del Body Art. Los lenguajes convencionales no eran suficientes para ella; por ello, cuando descubrió lo que podía llegar a decir con su cuerpo, este pasó a ser el medio protagonista de sus performances. Esto abarcaba desde el camuflaje de su cuerpo desnudo con el entorno (Flowers on Body), hasta retratarse con barba (Facial Hair Transplant), recrear escenas de violaciones (Rape Scene), aplastar su cuerpo contra cristales para deformarlo (Glass on Body) y, sobre todo, cubrirse de sangre (como en Death of a Chicken).
El cuerpo y la sangre fueron para Mendieta dos elementos centrales en sus obras y performances. La artista cubana veía representadas en la sangre la vida, la muerte… pero también un nexo con sus orígenes cubanos y la santería de su país. María del Carmen Morcillo admira cómo supo unir en su obra lo tradicional de la santería con las performances, “le daba una vuelta de tuerca, pero sin perder la tradición”.
Acosta explica cómo esta artista “cogió las corrientes filosóficas y feministas de su época y las incorporó a ese batido artístico que había creado”, por lo que se podría decir que su obra fue muy “revolucionaria” y “de una importancia a nivel cultural, académico y artístico muchísimo mayor que la de su marido”.
A pesar de la reivindicación feminista que se le atribuye a la artista, en varias ocasiones su sobrina, que es quien hoy en día tiene el control sobre su obra, ha negado que fuera una activista como tal. De hecho, asegura que estaba desencantada con el movimiento, pues estaba liderado por mujeres blancas que no se preocupaban por las mujeres negras o latinas.
El arte marcado por la tragedia
En el caso de Ana Mendieta parece casi imposible separar su vida de su obra. Gloria Lapeña Gallego explica cómo su producción “se alimenta de su propia existencia y al mismo tiempo la expresión de la obra adquiere la condición de necesaria y vital”.
Nacida en La Habana en 1948 en el seno de una familia acomodada, “fue exiliada a Estados Unidos a los doce años junto con su hermana Raquel y otros niños cubanos, formando parte de la llamada Operación Peter Pan”, según explica Lapeña Gallego. Se crio en distintos orfanatos americanos donde sufrió discriminación por ser mujer e hispana. Esto hizo que, según la profesora, “Mendieta se autocalificara como una artista no blanca” y se considerara una “ciudadana fronteriza”. Según Alejandro Acosta, el arte fue para ella “un refugio perfecto desde el cual expresar sus inquietudes”.
En el momento de su muerte, Acosta recuerda que Mendieta se estaba consolidando en la escena artística neoyorquina, “era una especie de promesa emergente dentro de las corrientes conceptuales”. Al mismo tiempo, la obra minimalista de su marido empezaba a pasar de moda. Ambos tenían visiones muy distintas del arte y sus carreras se estaban dirigiendo hacia lados opuestos. Estas diferencias hacían discutir continuamente a los artistas. De hecho, momentos antes de que Mendieta muriera, André reconoció a la policía que ambos se encontraban discutiendo de temas artísticos.
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Son muchas las especulaciones que han rodeado la muerte de Mendieta. A lo largo de los años, distintas asociaciones y colectivos se niegan a creer que la artista saltara por la ventana del piso 33. Aquellos que sostienen la teoría del asesinato argumentan que los arañazos en la cara y los brazos del artista, junto con los testimonios de los vecinos que escucharon la discusión y los gritos de "no, no, no" justo antes de la caída, deberían haber sido considerados como pruebas del homicidio. Acosta tampoco cree que fuera un suicidio, y especula con que “André no soportaba la idea de ver cómo su trofeo de carne se convertía en un nombre propio que lo superaría dentro de su oficio”. María del Carmen Morcillo está segura de que el juicio que se celebró en su momento —en el que la defensa de André aseguró que Mendieta era una histérica— hoy en día tendría un veredicto completamente distinto.
Morcillo pone en valor la repercusión e importancia de la obra de Mendieta, que es capaz de “transmitir” a quien la vea a día de hoy, “haciéndonos reflexionar y pensar cuando la vemos”. “Es la activista de violencia de género que murió por lo que estaba luchando”, añade a infoLibre. Por otro lado, Acosta no ve en la obra de Carl André la misma trascendencia, pues asegura que “no nos interpela nada”, lo que explica que “la mayoría de su obra haya sido olvidada”.
Parece casi imposible que la obra de Mendieta no esté atravesada por los sucesos y la incertidumbre que rodearon su muerte. Es por ello por lo que muchas personas llegan a su arte a través de las especulaciones sobre su suicidio o por su relación con su marido. Morcillo no cree que esto sea malo, “siempre que se vaya más allá, se investigue y ponga interés en su obra”, para que no sea recordada únicamente como una posible víctima de violencia machista. De hecho, considera positivo que exista la posibilidad de descubrir a una nueva artista mujer aunque sea a través de las incógnitas que hay en torno a su vida.