Cannes se rinde a Faye Dunaway con un documental sobre la vida de "la última estrella" de Hollywood

Faye Dunaway asiste al estreno de 'Furiosa: A Mad Max Saga' durante el 77º Festival de Cine de Cannes, en Cannes

Alberto Mira

Enviado a Cannes —

Cannes está que se sale. Desbordado de gente. Intenso en el cumplimiento de su misión en el mundo. En los primeros días del festival es palpable la energía, lo que Cannes significa y lo que Francia se juega con Cannes. Es una apuesta importante: 20 millones de euros, la mitad aproximadamente de fondos públicos. ¿Y de qué va la apuesta? La apuesta es, dice Thierry Frémaux, el director del festival, por el futuro del cine como arte y como industria, por dar voz, sobre todo, a nuevos realizadores, y por proponer líneas maestras sobre el futuro. No es cosa baladí en los tiempos que corren, cuando el cine en salas, que el Festival tiende a favorecer, es amenazado por todos los frentes imaginables y la propia definición del cine. En sus entrevistas, Frémaux es consistente al explicar la misión de Cannes: por eso se esfuerza (en vano) por evitar las polémica que rodean al cine. Sí, comprende las reivindicaciones, comprende la inquietud que refleja el momento MeToo, pero no es ese su trabajo. Para Frémaux, para Cannes, la apuesta es por el alma del cine, una apuesta que defiende con entusiasmo y ferocidad.

A pesar de este discurso sobre el arte y las nuevas voces, Cannes necesita de otros aditamentos sin los cuales el cine no sería lo que es y no pesaría lo que pesa en el imaginario cultural. Por ejemplo, las estrellas. Ayer, homenajes a dos grandes estrellas del cine estadounidense. El más sustancial, una entrevista con Meryl Streep en la sala Debussy. Streep es actriz pero entre sus papeles favoritos últimamente se encuentra cierta pose de estrella: modesta, irónica, de vuelta de todo, modesta, próxima. Y, por la tarde, otro homenaje que ha recibido menos atención.

Faye Dunaway fue, en los años setenta, sólo comparable a Jane Fonda en presencia y prestigio. Bella, intensa, feroz, desencajada, fue definida como “la última estrella” con todo lo que ello conlleva: temperamental, exigente, una presencia incuestionable capaz de salvar películas flojas. Luego, la catástrofe: tras Queridísima mamá (Frank Perry, 1981), el biopic de la también temperamental y exigente Joan Crawford basado en el libro de su hija Christina, Dunaway perdió su camino. En Faye, el documental de Laurent Bouzereau sobre su figura, reconoce que el papel y la película fueron un error. Siguieron buenos papeles, en cine y en teatro (fue Maria Callas, también diva, también temperamental, en la obra Master Class), pero la magia la había abandonado.

Dunaway fue presentada por Frémaux, que ha hablado de su relación con Cannes. Hemos visto, como en la película, a una mujer que es una sombra de la presencia de aquellos años. Y quizá esto es una de las cosas que hace el cine: recordarnos cómo maduramos, cambiamos, enfrentarnos a la idea de que el tiempo puede ser cruel y que muchas vidas tienen un momento de gloria que se esfuma. El documental escarba en algunos aspectos difíciles de la personalidad de Dunaway: su alcoholismo, sus orígenes en el Sur de los Estados Unidos, de una familia con problemas. Hace especial incidencia en el diagnóstico de bipolaridad que puede haber sido la causa de sus inestabilidades pero también, fíjense, de su grandeza, de sus decisiones sorprendentes, delante y detrás de la cámara, el punctum que el espectador percibía sin poder definir del todo. Faye, sobre todo, nos invita a preguntarnos si estas carreras serían hoy posibles. El estrellato quizá responda a una necesidad consistente por la idealización y la fascinación, pero no todos los estrellatos son posibles en todos los tiempos. Quizá la crisis de su carrera no se debió tanto al temperamento o la bipolaridad: a partir de los ochenta el cine cambia y no tiene un lugar para ella, el tipo de mujeres que dominaron la década anterior deja de ser central al cine. Otros temas, otras estrellas, llenaron su lugar. El cine abandonó a Faye Dunaway como antes había abandonado a Norma Desmond.

Pero vayamos a la sección oficial. El primer título que he logrado ver ha sido La muchacha de la aguja, coproducción de Dinamarca, Polonia y Suecia, dirigida por Magnus Von Horn. A partir de la información suministrada, era difícil situar el film en la apuesta de futuro del Festival. Se trata de una narrativa cuyas raíces están en la novela del XIX, con elementos de Dickens y Zola. En los años que siguen a la Primera Guerra Mundial, una joven trabajadora se enfrenta a la miseria, y sólo una mujer madura parece estar dispuesta a paliar su dolor. Pero incluso en esta nueva situación, se verá abocada a un dilema moral imposible. La película está rodada en un blanco y negro detallado, llamativo, que a menudo empuja la premisa folletinesca en la dirección del David Lynch de El hombre elefante. El uso del sonido, las imágenes surrealistas, el mundo grotesco del circo, evocan algo que está más allá de lo social y que transmite una sensación de asfixia bordeando el horror psicológico.

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Es el tercer largometraje de su director, un habitual del Festival que ha presentado trabajos anteriores en la Quincena de Realizadores (2015) y en la sección oficial (2020).

Quizá sea injusto preguntarnos qué se nos quiere decir o qué aporta La muchacha de la aguja al futuro del cine. Después de todo, su estilo visual, sus texturas son similares a las de muchas series televisivas actuales y la historia sigue caminos bien conocidos. Von Horn habla de la indagación en la posibilidad de ser bueno en un mundo brutal. Hay algo de eso, pero no es un discurso que la película elabore de manera consistente o nueva. No puede decirse que sea una película de vanguardia, ciertamente no es el tipo de cine de arte o cine marginal que el Festival favorece. Tampoco está clara la conexión con el presente: los detalles en la recreación casi documental de las condiciones de vida en aquellos años parece incidir en la arqueología y restarle relevancia. ¿Importa su carácter de segunda mano? Quizá no, quizá el cine sea también esto: un regreso a lo de siempre, poder visual, historias que nos llegan, nos incomodan, nos afectan.

Mañana nos adentramos en la sección oficial con uno de los títulos más esperados: Megalopolis, de Coppola, así como una de las películas que, como Frémaux reconoce, el Festival necesita para mantener presencia y relevancia: Furiosa, la secuela de Mad Max Fury Road, también dirigida por George Miller. 

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