'Lo que sucede después', una comedia romántica crepuscular con el regreso de Meg Ryan
El primer papel de Meg Ryan como actriz tuvo lugar en la película con la que George Cukor se despidió del cine. Eso es de lo más irresistible a nivel simbólico. Se podría decir que, con aquel personaje secundario en Ricas y famosas a principios de los 80, Ryan venía a “heredar” el timón de la comedia romántica, y aunque no triunfara en este terreno hasta 1989 —en Cuando Harry encontró a Sally—, no sería una afirmación caprichosa. Durante la siguiente década Ryan fue la novia de América y la gran estrella del género. Siempre muy cerca de Julia Roberts, con quien de hecho compartió el alejamiento de este tipo de propuestas de forma paralela, iniciados los 2000, cuando se diagnosticó que la comedia romántica estaba abocada al declive.
Hoy Ryan no parece sentir ningún rechazo por el encasillamiento al que le condenó aquella década dorada. Es consciente de que fue un icono, y le complace poder remitirse a una tradición cinematográfica que, además de Cukor con Historias de Filadelfia, integran nombres como Claudette Colbert, Katharine Hepburn, James Stewart o Clark Gable. La actriz sabe que en efecto hubo una continuidad para todo ese cine clásico, y que a ella le tocó abanderarla. Aunque no lo hizo sola. Por eso Lo que sucede después, su segunda película como directora, está dedicada a Nora Ephron: guionista de Cuando Harry encontró a Sally, Algo para recordar y Tienes un email.
De cara a analizar el declive de la comedia romántica estadounidense hay quien lo ha atribuido a la muerte de Ephron allá por 2012. En teoría no habría habido desde entonces relevo generacional tras las cámaras, cineastas que supieran ver en las estrellas de Hollywood rostros capaces de vender entradas solo con enamorarse. Pero 2024 está dando al traste con esta teoría: la comedia romántica ha vuelto. Ahí tuvimos Cualquiera menos tú para empezar el año, y más recientemente El especialista y La idea de tenerte. Hollywood prepara para este verano Fly me to the moon con Scarlett Johansson y Channing Tatum, con lo que evidentemente hay un renovado interés industrial por el género. Un interés que suscribe Lo que sucede después, pero solo en apariencia.
Lo que sucede después tiene como protagonistas a Ryan y a David Duchovny, antiguo galán romántico de división televisiva (Expediente X, Californication). Ambos interpretan a dos exnovios que se reencuentran en un aeropuerto y que, ante el retraso de sus vuelos respectivos, han de ajustar cuentas con el pasado. Poco antes de que se crucen Duchovny se ha topado con un chillón póster con las palabras Rom Com, terminando de allanar el terreno para esperar una película revisionista, incluso meta. Al fin y al cabo en 2022 ya tuvimos Viaje al paraíso, donde George Clooney y la inevitable Julia Roberts sacaban partido igualmente de este capital mediático, como dos divorciados que recuperaban el amor durante la boda de su hija. Viaje al paraíso y Lo que sucede después, con su común hincapié en el reconocimiento y los otoños vitales, pasarían pues por películas gemelas.
Pero, ¿es así del todo? Resulta que Lo que sucede después se basa en una obra teatral de 2010, escrita por Steven Dietz y titulada Shooting Star. Su puesta en escena era minimalista —la acción nunca salía del aeropuerto—, con dos únicos actores, y ha saltado al cine sin modificar demasiado estos presupuestos. Ryan y Duchovny están solos, y su interacción no necesita de entrada adecuarse a la experiencia que el público pueda tener de ambos en películas anteriores. Por intensificar la abstracción resulta que ambos personajes tienen además un nombre ridículamente parecido —William Davis y Wilhelmina Davis—, y que la escueta trama que protagonizan se ve empujada a múltiples fugas surrealistas, empezando por la insólita actitud de la voz del aeropuerto que va informando sobre el estado de sus vuelos (Hal Ligetti, tercer y último intérprete acreditado).
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Todos estos mimbres no llevarían a considerar Lo que sucede después un experimento, pero desde luego tampoco una comedia romántica al uso, ni deberíamos despacharla como simple explotación nostálgica. Dietz, y ahora Ryan como directora —además de responsable de la reescritura del libreto—, habrían buscado con ese andamiaje algo un poco más especial, quizá cierto tipo de sentimientos y verdades que el envoltorio convencional hollywoodiense no permitiría alcanzar. El envoltorio de Lo que sucede después no es tan sugerente, por lo demás, como precisa el planteamiento: a Ryan le cuesta hallar equilibrio entre estas fugas, que seguramente funcionaron mejor sobre las tablas. En ocasiones sí sabe sacar partido del aeropuerto como no-lugar por antonomasia —cuando se hace de noche, o más solitario parece—, pero en general la factura de Lo que sucede después es apenas funcional y no está a la altura del concepto.
Los diálogos que declaman Ryan y Duchovny, en conjunto a sus interpretaciones, son otra cosa. Lo que sucede después es una película totalmente consagrada a las palabras y estas son lanzadas a velocidad fulminante, con ingenio desigual pero gran convicción. A veces aclaran las circunstancias del antiguo noviazgo, a veces explican el presente de los personajes, a veces es solo charleta de ascensor para rellenar la espera, y a veces es todo eso a la vez. Ryan y Duchovny están encantadores, pero lo importante es que gracias a su conversación eterna el desinterés de Lo que sucede después por la historia hollywoodiense se matiza y escribe una carta de amor alternativa: no es tanto aquel antiguo star system, como el ritmo con el que ese star system hablaba.
La cadencia de las palabras, los reproches juguetones. La screwball comedy, en fin, de la que por supuesto Ryan es fan y de la que también participó, dentro de la mutación correspondiente, hace más de veinte años. Su verborrea mezclada con el teatro trasnochado bien puede resultar letal para algunos espectadores y desde luego, no lo vamos a negar, orbitar temerariamente en torno al cringe. Lo que sucede después es una película cursi a más no poder —su plano final es directamente delictivo— y bastante avejentada, pero también resulta una muestra interesantísima de cómo, medien los rodeos que medien —ya sean los impuestos por la edad, por el entorno productivo o por la necesidad de plantear fallidas vanguardias escénicas—, al final persiste una misma ilusión. Una que no se marchitará nunca, porque es consustancial al mismo cine.