Ti West culmina su fetichista trilogía dedicada a Mia Goth con ‘MaXXXine’
El Acechador Nocturno fue identificado como Richard Ramírez y arrestado a mediados de los 80, tras haber aterrorizado a la población de Los Ángeles y San Francisco con sus crímenes truculentos. Nunca lo ha llegado a confirmar, pero es posible que Bret Easton Ellis partiera de este asesino para crear al Arrastrero de su última novela. En Los destrozos, mezcla de autoficción y ficción a secas, el autor de American Psycho se remontaba a su juventud en las lujosas urbanizaciones de Los Ángeles, y vinculaba experiencias reales con la angustiosa presencia de un psicópata amenazando a sus compañeros de clase. Los destrozos torcía entonces los mecanismos de la memoria y la leyenda negra estadounidense para manchar de sangre ese rutilante cartel de Hollywood sobre las colinas, al tiempo que tejía una inmersión apasionante en la época y el paisaje.
Como Los destrozos, MaXXXine se ambienta en Los Ángeles durante los años 80, y los crímenes del Acechador Nocturno alternan en los informativos con los de otro misterioso psicópata que parece tener relación directa con Maxine Minx, interpretada por Mia Goth. Maxine trata de abrirse paso como actriz en la meca del cine, interponiéndose en su camino la extraña fijación que este asesino parece tener por ella, además del turbio recuerdo de lo ocurrido años atrás en una granja de Texas. Maxine salió viva a duras penas de un enfrentamiento donde murieron todos sus compañeros de trabajo, aunque de esta experiencia no parece atormentarle tanto lo que tuvo que hacer para sobrevivir, como el hecho de que fuera una actriz porno cuando sucedió. Maxine quiere dejar atrás este pasado. Quiere ser una actriz seria y famosa. Hará lo que sea para lograrlo.
MaXXXine y Los destrozos entienden pues el oropel hollywoodiense como una máscara endeble que a duras penas encubre unos hechos horribles, producto de la monstruosidad del ser humano. También comparten, a la hora de zambullirnos en los años 80 de Los Ángeles, un fetichismo análogo por la cultura que esta época manufacturó: la música que sonaba, los coches, las películas anunciadas en las marquesinas de los cines, la omnipresencia de los estudios obligando prácticamente a que cualquier habitante sintiera el gusanillo de triunfar en la industria del entretenimiento. Los primeros minutos de MaXXXine se sumergen en este contexto con una fruición que no solo vuelve a remitir a Ellis, sino también a los compases más bellos de Érase una vez en Hollywood de Tarantino. Esos que justo precedían el ataque de la familia Manson.
La conexión de Hollywood con los asesinatos es, pues, tan palmaria que Ti West juega sobre seguro, pero hay otro ingrediente determinante y es que MaXXXine busca ser el clímax de lo que el director y Mia Goth han venido construyendo durante dos películas previas. X, Pearl y ahora MaXXXine componen una trilogía dedicada en primer lugar a la propia Goth —cuyo rostro fascina de una manera obvia al director de La casa del diablo—, y en segundo al repaso concienzudo de varias tradiciones cinematográficas. X, que presentaba a la protagonista inmersa en ese episodio traumático que marca MaXXXine, se inspiraba en el cine de terror de los años 70 y particularmente en La matanza de Texas. Pearl se giraba, por su parte, al Technicolor y al Hollywood clásico.
Vista la trilogía en su totalidad, Pearl bien podría ser la entrega más inspirada. Antes de que MaXXXine continuara con las peripecias de la protagonista en Los Ángeles —volcando el homenaje sobre el VHS y las secuelas de terror directas al vídeo—, Pearl se ofrecía como precuela inesperada, narrando el pasado de la anciana que atacaba a los compañeros de Maxine y que, bajo capas de maquillaje, también interpretaba la propia Goth. Así que Pearl, con Goth de vuelta, se ambientaba en 1918 y expandía las inquietudes temáticas que, más allá de la estética, parecen mover esta trilogía: la voracidad por el éxito, los extremos inhumanos a los que puede conducir. Pearl estaba dispuesta a todo para triunfar en ese cine recién nacido, y su tragedia se comunicaba tanto con la propia X —Maxine como heredera de la locura— como con nuestro presente, lidiando sus personajes con la gripe española mientras, en 2022, aún teníamos fresco el coronavirus.
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La locura desesperada de la protagonista, enrarecida por el preciosismo de su puesta en escena y un desenlace inevitablemente icónico, otorgaban una potencia visceral a Pearl de la que no se han podido beneficiar X ni, mucho menos, MaXXXine. Aun teniendo la primera y la tercera entregas unos ingredientes similares, su deficiente armazón relega la propuesta al terreno del capricho y la aleja de los horizontes creativos que sí habían podido cubrir con holgura Tarantino, Ellis o incluso hasta cierto punto Sam Levinson: productor de esta trilogía que en Euphoria se ha marcado otro eficaz recorrido por significantes setenteros. X y MaXXXine, sin embargo, son películas demasiado definidas por su envoltorio y dicho envoltorio, en lugar de apuntalar la tesis como sucedía en Pearl, la infantiliza. La convierte en la percha de un par de fruslerías para mitómanos.
MaXXXine, dentro de lo estupendamente realizada que está y de la efervescencia interpretativa de Goth, sufre de esta tesitura aún más que X. Porque, al recalar en Hollywood directamente, al ser más grandes y visibles los iconos con los que juega, se evidencia con mayor virulencia la vacuidad a la que la propuesta se ha autocondenado. Puede servir como ejemplo la penosa utilización del set de Psicosis durante cierta escena de persecución —incapaz de emitir conexiones discursivas más allá del guiño admirativo—, pero sobre todo es útil centrarse en el personaje de Elizabeth Debicki. Elizabeth Bender es la diligente directora de The Puritan II, la película de terror que ha fichado a Maxine como protagonista y a partir de la cual pretende impulsar su carrera.
Tal y como contaba Taylor J. Williams en un estupendo videoensayo sobre la trilogía X, Bender es un álter ego del propio West. Bender desea que la película que tiene entre manos sea una “producción de serie B con ideas de serie A”: aspiración donde no cuesta reconocer a West y una posible pretensión de distanciarse de ese “horror elevado” que estaría marcando el terror contemporáneo (con envoltorios lujosos a la altura de la ambición conceptual de las premisas). Pero justo ahí está el problema: MaXXXine es tan deslumbrante formalmente, con un cuidado tan enfermizo en la superficie, que ha de destacar aún más ruidosamente lo ortopédico del guion y lo redundante de su tesis. Es lo contrario de lo que quería hacer Bender, una producción de serie A con ideas de serie B. Una cosa tan agradable de ver como de olvidar.