Panfletos
Escritos desde la trinchera
Hace unos días, este diario calificó de "panfleto de urgencia" el nuevo libro de Eduardo Mendoza, Qué está pasando en Cataluña.
Cierto, el titular ("un catalán en tierra de nadie") y la afirmación de que "el escritor desarrolla su opinión sobre el 1-O, lejos tanto del independentismo como del españolismo" podrían llevarnos a pensar que no se trata de un libelo stricto sensu porque, si bien la urgencia es panfletaria, la equidistancia no lo es… Sin embargo, el propio Mendoza se acoge al término porque, explica, su texto está "a medio camino" entre la opinión inmediata diaria y el libro. "Lo he escrito para tratar de comprender lo que está pasando, quería ofrecer algunos elementos de reflexión para el debate, si es que se vuelve a ese terreno".
Según lo define Natalia Paula Fanduzzi, de la Universidad Nacional de Sur, un panfleto es un "libelo de carácter agresivo y/o humorístico, artículo o publicación relativamente breve de contenido político y de aparición espasmódica y discontinua, generalmente impreso de modo urgente y en calidad exigua". Fanduzzi parafrasea a Paul-Louis Courier, una eminencia en este terreno, autor de Pamphlet des pamphlets: "El panfleto político es veneno impreso, es una maldición, es un texto de agitación que expresa un léxico subterráneo ausente en los medios de comunicación oficial".
El panfleto ha sido una extraordinaria herramienta de testimonio y denuncia, e incluso cuando en ocasiones el apasionamiento de quien lo escribe ha podido desvirtuar su objetivo último, la historia no sería la misma sin estos textos furiosos. Es verdad que algunos sirvieron de poco; pero otros catalizaron emociones, y otros más cambiaron el curso de los acontecimientos.
Entre los inútiles, el libelo acusatorio que en 1672 escribió Spinoza tras el linchamiento de los hermanos Jan y Cornelius de Witt por parte de los orangistas. El texto empezaba diciendo: "Ultimi Barbarorum…", y si decimos que fue inútil es porque el dueño de la pensión en la que se hospedaba, el señor Van Deer Spick, le aconsejó que lo guardara en un cajón, no fuera a ser que quienes cargaron contra los hermanos procedieran con la misma saña contra él.
Entre los segundos, el que firmó Jonathan Swift en 1729, espoleado por la hambruna que asolaba Irlanda. "A todo el que atraviesa esta gran ciudad o viaja por el país le causa una profunda tristeza ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños harapientos que importunan a todo el que pasa pidiéndole una limosna", escribió. Y para "solucionar" el problema lanzó Una humilde propuesta: que los pobres vendieran a sus hijos como alimento para los ricos. Para que los cocinaran y los devoraran. Swift con el modo ironía onon.
Entre los terceros, el celebérrimo J'accuse, el alegato en forma de carta abierta al presidente de Francia Felix Faure que Émile Zola escribió en favor del capitán Alfred Dreyfus, una enérgica denuncia del antisemitismo y la parcialidad criminal del ejército y la justicia franceses con nombres y apellidos publicada en portada por el diario L'Aurore el 13 de enero de 1898.
El panfleto moderno
El pedigrí del género está sobradamente contrastado, como se demuestra en las diferentes historias de las distintas literaturas. Pero, quizá porque otras formas de protesta habían tomado las calles reales y las virtuales, algunos pudieron pensar que ya había vivido sus mejores días.
Hasta que hace unos años, un nonagenario francés, Stéphane Hessel, vino a demostrar que la vitalidad de estos textos breves y virulentos seguía intacta. ¡Indignaos! ¡Indignaos!convulsionó Francia y, precedido por un prólogo del también añoso José Luis Sampedro, revolucionó también España. "La indiferencia, la peor de las actitudes", decía Hessel, y su llamada a la acción encontró amplio eco entre los muchos que por aquel entonces proclamaban ya su rabia. Fue un bombazo, y se convirtió en referencia para el 15-M español y sus réplicas a nivel internacional. ¡El panfleto ha vuelto!, dijeron algunos, aunque con el paso del tiempo y cuando la ola de enfado remitió, hubo quien se atrevió a dudar de Hessel y su obra.
El caso es que, una vez más, Francia y España quedaban unidas por un panfleto, si bien en esta ocasión era uno que se podía suscribir a ambos lados de los Pirineos. Que no es lo habitual en nuestra historia vecinal, como certifica Joaquín López Barrera en su libro Españoles y franceses en los siglos XVI y XVII: la literatura hispanófoba: rodomontadas, libelos, sátiras y libros raros, donde ofrece abundantes ejemplos de "historiettes" cuyo único objetivo es molestar a los españoles y presentarlos como groseros. Y no sólo en Francia, panfletos antiespañoles han sido publicados también en Países Bajos e Inglaterra, obras de batalla en los que se llegó a comparar a nuestros antepasados con los tigres y las peores bestias, se decía de ellos que se daban, y son sólo dos ejemplos, a la "lujuriosa e inhumana desfloración de matronas, esposas e hijas", a la "sodomítica violación de muchachos" (como se puede leer en España: reflexiones sobre el ser de España).
Tampoco andamos cortos de libelistas de altura, como Quevedo, autor por ejemplo de El chitón de las tarabillas, un texto de encargo para ensalzar a Felipe IV y a su valido, el Conde-Duque de Olivares, y defenderlos de libelos críticos con sus políticas económicas del que Lope de Vega dijo que era "lo más satírico y venenoso que se ha visto desde el principio del mundo". Es decir, un texto a la altura del talento de quien a su vez fue descrito como "maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres".
Indudablemente, Quevedo era un especialista en el género. Como lo fue Unamuno. Es un ejercicio de pensamiento y estilo para el que hay que estar dotado. "A mí lo que se me da es el libelo, o sea, el escrito corto en que uno se mete con el personal, la basca ideológica, la pomada oligárquica y toda clase de movidas fundamentalistas, por principio ético y, sobre todo, por fines estéticos, ya que uno ama el fragmento", escribió Francisco Umbral cuando en tiempos de la UCD (1981) se anunció una ley antilibelo. "A mí me quitan el libelo, que es lo que ahora está barrenando la ucedé que nos queda, e incurro en memorias de un niño de derechas, retrato de un joven malvado, crónicas anti parlamentarias, crónicas postfranquistas, España de parte a parte y helechos arborescentes".
Panfletos recientes
El prestigio del panfleto, que también tiene muchos enemigos, atraviesa los siglos. Y sigue intacto.
Hace unos años, Ricardo Moreno Castillo lanzó a la web (antes de que un editor le diera una oportunidad impresa) un Panfleto antipedagógico que comenzaba así: "En este panfleto, como en todos los de su género, no se cuenta una historia, ni se describe una situación, ni se defiende sosegadamente una postura filosófica. Más bien se pretende, a través de él, convencer, conseguir adeptos, decidir a los irresolutos e iluminar a los obcecados. Este panfleto es un aviso perentorio, un grito de socorro, una llamada de atención sobre un problema que urge resolver, porque pronto será demasiado tarde". En su caso, hablaba de "la desastrosísima situación que atraviesa la educación en nuestro país". De su carácter agitador daba fe el aviso que figuraba en la edición on line: "Este Panfleto no tiene copyright. Todo el que esté de acuerdo con su contenido y quiera reproducirlo y difundirlo tiene el permiso del autor, así como su agradecimiento".
Años de cambio, aventuras, equívocos y fiestas
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Más recientemente, Fernando Savater, que ya en 1978 publicara un Panfleto contra el todo, dio a la imprenta un texto corto, ágil, sulfuroso titulado Contra el separatismo. "No se llamen a engaño: esto es un panfleto", escribe, y se justifica citando la definición de la RAE: libelo difamatorio, opúsculo de carácter agresivo. "Me quedo sin duda con la segunda acepción, aunque no niego que pueda haber bastante de la primera".
En su reseña de ese texto, Andrés Trapiello recordó además que "un panfleto ha de llegar también en el momento oportuno". Ha de estar escrito, "como quien dice, en la trinchera" ha de buscar "sacudir, agitar, movilizar. ¿Cómo? Repensando los lugares comunes, arrostrando las mentiras y posverdades, restableciendo la racionalidad".
Que no decaiga.