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Literatura

Kazuo Ishiguro, un Nobel de la nostalgia

El escritor Kazuo Ishiguro, Premio Nobel de Literatura 2017.

Claude Grimal (Mediapart)

Para describir el tipo de escritor que es el ganador del último Nobel de Literatura, Sara Danius, secretaria permanente de la Academia de Estocolmo, dijo que "si se mezclara Jane Austen y Franz Kafka, tendríamos a Kazuo Ishiguro. Pero habría que añadir un buen pellizco de Proust a esta mezcla y removerla bien, pero no demasiado, y así obtendríamos su escritos", a lo que añadió que sus novelas "de una gran fuerza emocional (...) descubren los abismos que nuestra ilusión de vivir en una relación de inteligencia y comprensión con el mundo nos esconde". Cierto. Y nadie duda de que Kazuo Ishiguro sea un buen novelista. 

Dicho esto, se esperaba a Ngugi wa Thiong’o, Amos Oz, Haruki Murakami, Adonis (al que su poema de 1971 en el que soñaba con la destrucción de Nueva York sin duda ha dejado definitivamente fuera de juego)... y no a un escritor europeo. Pero Ishiguro tiene la ventaja de ser un escritor británico venido, por así decirlo, del "exterior", como fue ya el caso de los nobelizados británicos del fin del siglo XX, Naipaul y Doris Lessing. Nacido fuera de las fronteras del Reino Unido pero en dos países que pertenecían al Imperio, eran ejemplos excelentes de la expansión cultural de la metrópoli. Ishiguro, que no es nativo de un territorio de la Commonwealth sino de Japón, brinda igualmente una figura útil y agradable al mundo anglosajón, la del inmigrante capaz de parecer "más inglés que los ingleses", de encarnar "la quintaesencia de la cultura británica" (por retomar los cumplidos de la crítica, maravillada ante la aparición de Los restos del día).  

Claro que la elección del jurado nunca es fácil: hay que respetar la diversidad de los géneros literarios, efectuar rotaciones geográficas, evitar las pifias políticas (después de su oda a Pétain de 1941, Paul Claudel podía esperar sentado)... ¡y descubrir la calidad! ¿Cómo acertar y saber que sería mejor elegir a Ibsen que a Bjornson (en 1903), o a Borges que a Aleixandre (en 1977)? ¿Cómo hacer para no rechazar sistemáticamente la candidatura de Thomas Hardy (cuya obra fue examinada en 25 ocasiones a lo largo de 26 años y fue juzgada cada vez como demasiado pesimista)?

¡Cuántos rompecabezas para llegar a gustar solo a los letrados, cuando la recompensa va a escritores difíciles y poco conocidos, o a los medios y al público, cuando este confirma a celebridades! Ishiguro pertenece más bien a la segunda categoría, puesto que Los restos del día y sobre todo la adaptación cinematográfica que se hizo de ella en 1993 le propulsaron hacia el frente de la escena artístico-literaria. Las ocho nominaciones de la película a los premios de la Academia, sus actores (Emma Thompson y Anthony Hopkins), su lado Downton Abbey hicieron más por la reputación del escritor que la novela en sí misma, coronada sin embargo por el Booker Prize. Ishiguro sigue siendo, de hecho, asociado a esa única obra, y sus otros siete libros, para algunos más complejos y menos conseguidos, no han tenido nunca el enorme éxito de Los restos del día

El premio que ha recibido Ishiguro es probablemente, por tanto, un homenaje al trabajo clásico de sus tres primeras novelasPálida luz en las colinas (1982), Un artista del mundo flotante (1986) y Los restos del día, y un signo de reconocimiento a las siguientes por su intento de lidiar con otros géneros. Los inconsolables (1995) y El gigante enterrado (2015) son, en efecto, farsas o extraños cuentos; Nunca me abandones (2005), un giro hacia la ciencia ficción; Cuando fuimos huérfanos (2000), una pseudo novela negra. 

Pero, de manera general, las obras de Ishiguro son novelas de la nostalgia, incluso si la ironía la mantiene cuidadosamente a distancia. Los personajes principales, que son casi siempre los narradores —ya sea la madre de luto, el artista que envejece, el mayordomo, el famoso pianista, el detective—, van y vienen a través del pensamiento por décadas de existencia marcada por traumas históricos y personales. Lo que les preocupa, sin que puedan expresarlo realmente, son cuestiones que tienen que ver con la dignidad y la imagen, la relación con el poder, la vergüenza de haberse encontrado del lado equivocado de la Historia con H mayúscula, o de haber dejado pasar la historia afectiva que habrían podido tener. Estos narradores reticentes, misteriosos a sus propios ojos, autores de ficciones pagadas de sí mismas, enganchados al pasado, son típicos del universo del escritor. 

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¿Pero toda esta nostalgia está controlada por Ishiguro, o es ella quien le controla? Pese a la inteligencia del autor, ¿no es Los restos del día un delicioso retoño tardío de la estate novel británica, donde la mansión del señor hace la función de un objeto melancólico absoluto y en la que las relaciones entre el sótano y las demás plantas no aparecen problematizadas? Basta, para reflexionar sobre el tratamiento que hace Ishiguro de las relaciones entre sirvientes y patrones, con pensar por contraste en Arriba y abajo, en las novelas de P. J. Wodehouse o en Loving, de Henry Green, o en La regla del juego, de Jean Renoir, con sus visiones críticas, tragicómicas y cotidianas de las relaciones entre clases. ¿No se deja enredar Los restos del día, pese a todas las precauciones tomadas por su autor, en el deseo de un orden inmutable de las cosas, en el gusto por la tradición, por la preservación y por el deber? ¡Ah, cuando nos atrapa el (falso) recuerdo de lo que no hemos conocido...!

El novelista Will Self, compatriota de Ishiguro, expresó por su parte una opinión interesante y equilibrada sobre esta concesión del Premio Nobel: "[Ishiguro] es un buen escritor y, por lo que sé, un hombre encantador, pero tales laureles hacen flaco favor a la singularidad de su visión, y dudo que este premio tenga algún efecto en la tarea de devolver a la novela la importancia central que ha podido tener en nuestra cultura". 

 

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