Cine español
León de Aranoa: “Merecía la pena esperar un año por Benicio del Toro para hacer la película”
Fernando León de Aranoa vuelve a la cartelera cinco años después del estreno de Amador, aunque reconoce que le gustaría que su ritmo de trabajo fuese más rápido para poder rodar más de una película cada lustro, como viene siendo habitual en su filmografía. En este caso, la demora para que Un día perfecto llegase a los cines, se debió, en parte, a que dos de las estrellas del elenco de actores, Benicio del Toro y Tim Robbins, tenían compromisos previos y una agenda complicada de coordinar. “Benicio me dijo que tenía que esperar un año. A mí me apetecía mucho trabajar con él, me parecía que iba a ser un perfecto Mambrú en la historia y merecía la pena esperarle”, contó el director madrileño en un encuentro con la prensa para presentar la película, que se podrá ver en los cines a partir del próximo viernes, día 28, tras su paso por otros festivales como la Berlinale, Sundance o Cannes. tras su paso por otros festivales como la Berlinale, Sundance o Cannes.
Un día perfecto cuenta un día en la vida de un grupo de trabajadores humanitarios en Bosnia-Herzegovina durante la última etapa de la guerra de los Balcanes (1992-1995) y se inspira en la novela Dejarse llover (Espasa) de la escritora y miembro de Médicos sin Fronteras Paula Farias que, a diferencia de la película, sitúa la trama en Kosovo. La historia arranca con Mambrú (interpretado por un ojeroso y desaliñado Benicio del Toro) intentando sacar un cadáver de un pozo para evitar que el agua se contamine, pero cuando están a punto de conseguirlo, la única cuerda con la que contaban se rompe y el cuerpo vuelve a caer al agua. Su tarea, a partir de entonces, consiste en buscar otra cuerda para poder sanear el pozo y, para ello, es crucial no tardar más de 24 horas, ya que en caso contrario, quedaría inservible para siempre. Un elemento tan simple se convierte, en ese contexto tan particular, en toda una odisea de trabas burocráticas en una región azotada por cuatro años de cruenta guerra.
Mientras Mambrú, B (Tim Robbins), Sophie (Mélanie Thierry), Damir (Fedja Stukan) y Katya (Olga Kurylenko) emprenden la marcha por las sinuosas carreteras bosnias sorteando obstáculos –como vacas muertas en medio de la carretera rodeadas de minas para que exploten al intentar esquivarlas-, se topan con otro mucho mayor: los protocolos de actuación, los límites legales establecidos por el derecho humanitario que acaban provocando situaciones absurdas. “Es parte importante de la historia, pero yo lo metería dentro de una idea mayor de la película que explica que en una guerra la primera víctima es el sentido común. Todo está trastocado y nadie actúa de acuerdo a la lógica más inmediata. Y parte de esa sinrazón es también la burocracia, especialmente en organismos internacionales como la ONU, que al final tienen que regirse por convenios internacionales y por protocolos”, justifica el director madrileño.
Frente a esa irracionalidad, los cooperantes encarnan el sentido común, que en su situación tiene que ver con algo que parece obvio: proteger a la población civil. Hablando sobre este aspecto, que se refleja en la forma instintiva de actuar de los protagonistas, León de Aranoa recuerda unas palabras de Benicio del Toro durante el rodaje: “La épica o el heroísmo no está en que salven vidas, sino está simplemente en estar, intentarlo, aunque luego fracases y no lo consigas, eso ya es heroico, porque no todo el mundo está dispuesto a estar allí”.
Las secuelas de la guerra
Lo que arranca como una road-movie a ritmo de rock and roll (no sólo por la música que escuchan los personajes, sino también por la velocidad de la acción en la trama), acaba siendo un retrato de la no guerra, es decir, lo que ocurre lejos del frente de batalla. “Es esa otra guerra silenciosa que te permite hablar de la naturaleza humana, dónde se coloca cada uno, de quiénes sacan ventaja… o la lógica que pasaba en este caso, con la limpieza étnica, cuando los vecinos volaban las casas de los que se iban para que no volviesen”.
La ausencia del combate aleja Un día perfecto de los parámetros de una película bélica, donde además del paisaje absurdo destaca la situación de desinformación tanto en la población civil como en los propios cooperantes, algo que León de Aranoa quiso enfatizar tras haber trabajado como documentalista en Bosnia durante los últimos meses de 1995, en plena negociación de la paz. “Una de las sensaciones que me traje y que intento que esté en la película, más allá de lo obvio, del drama, es la sensación de confusión y de irrealidad. Hicimos muchas entrevistas a desplazados y nadie entendía lo que estaba pasando”, relata sobre la experiencia que quedó plasmada en Izbieglize (Refugiados, 1995).
Aquel viaje le enseñó también algo que está muy presente en la cinta: el humor negro, el humor salvaje y duro del que da buena cuenta el personaje de B. “Para ellos es una herramienta más de trabajo, es impensable que no esté. Si lo hicieran de otra forma [la labor humanitaria], con conmiseración o con lástima, acabarían volviéndose a los dos o tres meses y sería muy difícil hacer ese trabajo. El humor es quizás lo más importante de todo”, cuenta. Un guiño que empieza en el propio título de la película, ya que es muy complicado tener un buen día cuando se empieza sacando un cadáver de un pozo de agua de cuya existencia depende la supervivencia de un gran número de personas.
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Actores internacionales y equipo técnico español
La película se rodó íntegramente en España, en el parque natural de Sierra Nevada (Granada) y en el municipio conquense de Alarcón, a pesar de que también buscaron localizaciones al sur de Bosnia-Herzegovina. León de Aranoa justifica la elección de la localización, con un paisaje muy similar al de esa región balcánica, por la voluntad que tiene la película de mostrar que esa sinrazón de un conflicto no es un fenómeno particular del caso bosnio. Para trasladar el ambiente bélico a Granada contó con Álex Catalán, director (ya casi fetiche) del también realizador Alberto Rodríguez y reciente ganador de un Goya por las espectacular vistas de las marismas del Guadalquivir en La isla mínima. Catalán recurre una vez más a numerosos planos aéreos para mostrar el carácter inhóspito y árido de la zona en la que transcurre la acción.
Quizás lo más duro de este filme, que endulza el drama de la historia con los chascarrillos que hace B, es comprobar cómo la inercia que despierta una guerra continúa aunque ésta ya haya terminado, especialmente en una región que quedó fuertemente marcada por el odio entre los diferentes grupos étnicos que integran Bosnia-Herzegovina. Acerca de esta cuestión, León de Aranoa recuerda unas palabras que una vez le dijo un cooperante mientras trabajaba en el norte de Uganda: “La guerra no termina cuando se firman los tratados de paz”.